cuál es el poderío de los libaneses y qué riesgo real hay de guerra con Israel
Israel y Hezbolá acaban de tener el mayor intercambio de fuego en dos décadas. De nuevo, se reaviva el miedo a una guerra abierta a los dos lados de sureña frontera de Líbano, entre uno de los ejércitos más sofisticados del mundo avalado por Estados Unidos, la superpotencia por antonomasia, y un partido-milicia que no es como los demás, por poderío y capacidad de hacer daño, cuyos amigos van de Irán a Hamás. Por eso, el miedo es a que paguen israelíes y libaneses, sí, pero también otros muchos inocentes de todo Oriente Medio. La guerra regional total.
El ejército israelí ha dicho que sus aviones -un centenar- atacaron preventivamente miles de lanzadores de cohetes de Hezbolá el domingo, después de identificar que el grupo estaba preparando un ataque “inminente” contra Israel. Hezbolá, como respuesta, lanzó a suelo israelí casi 350 cohetes y aviones no tripulados, que más tarde dijo que era la respuesta al asesinato de Fuad Shukr, su comandante, hace un mes, en un ataque en los suburbios de Beirut. Sostiene su mando que lo del ataque previsto es un infundio de Israel y que su venganza sólo ha cubierto la “primera etapa”.
En el ataque libanés murió al menos un soldado de la Marina, mientras que los bombardeos israelíes causaron tres muertos -uno es un miliciano del grupo chií Amal- en el sur de Líbano. Aún así, las dos partes han evitado atacar sitios civiles e infraestructuras esenciales, como si se estuvieran midiendo. Mucho ruido, pocas nueces. Intimidante, disuasorio, pero al fin y al cabo, la escalada más significativa después de 10 meses de intercambios de disparos casi diarios a través de la frontera común, brecha abierta tras los ataques de Hamás a Israel del 7 de octubre y el consiguiente ataque a Gaza, que han generado temores de una guerra total entre los dos enemigos.
En estas horas de incertidumbre, cuando está por ver si esta andanada se queda así, en este toma y daca, o se recrudece, el grupo chií es el que más preguntas acumula. ¿Puede un grupo armado plantarte cara a un ejército en toda regla? ¿Qué poder tiene, qué capacidad de aguante, qué aliados? ¿Le conviene que aumente la escalada?
De qué hablamos cuando hablamos de Hezbolá
El grupo Hezbolá, con control directo sobre amplias zonas del Líbano, es una organización musulmana chiita, prosiria, que tiene una enorme influencia política en toda la nación y, además, controla la fuerza armada más poderosa, sin ser un ejército como tal. Poco le falta: sostiene el washingtoniano Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés) que es “una de las fuerzas militares no estatales más fuertemente armadas del mundo”, entre otras cosas por el apoyo ininterrumpido que le presta Irán desde su creación.
Fue establecido a principios de la década de los 80 del pasado siglo por la potencia chiita más dominante de la región, Irán, para oponerse a Israel. No es casualidad que el grupo fuese fundado apenas un par de años después de la Revolución Islámica de 1979 en Irán. En ese momento, las fuerzas de Israel habían ocupado el sur del Líbano, durante la guerra civil del país, y esa fue la reacción.
Otro de sus aliados clave es la vecina Siria, donde mantiene un despliegue militar en apoyo del presidente, Bachar al Asad, y donde es a menudo objetivo de ataques con misiles por parte de la aviación israelí, acciones a las que no suele responder. Junto a Irán y Siria, forma parte además de una coalición informal marcadamente antiisraelí conocida como Eje de la Resistencia, que incluye también a milicias palestinas, iraquíes o yemeníes, y que amenaza con involucrarse en la guerra de Gaza para apoyar al grupo islámico palestino Hamás desde otros frentes.
Hezbolá, con su rama política, ha participado en elecciones nacionales desde 1992 y se ha convertido en un actor político imprescindible, por más que fuera de Líbano sea la violencia lo que lo trae a primera plana. Por sus múltiples facetas, suele decirse que es una suerte de “Estado dentro de un Estado” con su brazo político, sus aparatos de seguridad y hasta una red de fundaciones sin ánimo de lucro para proporcionar ayuda a la población.
Sus milicianos han llevado a cabo ataques mortales contra fuerzas israelíes y estadounidenses en el Líbano en todo este tiempo. Cuando los israelíes se retiraron del Líbano en 2000, Hezbolla se atribuyó el mérito de haber expulsado a sus tropas. En el sur ha mantenido miles de combatientes y un enorme arsenal de misiles, donde continúa oponiéndose a la presencia de Israel en zonas fronterizas en disputa, donde la calma es controlada por una misión de pacificación de Naciones Unidas, la UNIFIL. Además de estar muy enraizados en las zonas fronterizas con Israel y el oriental Valle de la Bekaa, su presencia es notable en los suburbios del sur de Beirut, la capital.
Hezbolá es una organización terrorista para la mayoría de los estados occidentales, Israel, los países árabes del Golfo y la Liga Árabe. Por eso está sometido a sanciones, además.
Fue en 2006 cuando estalló una guerra en toda regla entre Hezbolá e Israel, provocada por una mortal incursión transfronteriza de los libaneses. Las IDF invadieron el sur del país árabe para intentar eliminar la amenaza de la milicia que, sin embargo, sobrevivió y le mantuvo el pulso; desde entonces, aumentó su número de combatientes y obtuvo nuevas y mejores armas. Una confianza redoblada dentro y fuera de su país.
Quien comanda todo ello es uno de los líderes más carismáticos del chiísmo, el sheikh Hassan Nasrallah, un clérigo al mando desde 1992, de enorme “inteligencia y tacticismo”, según los reportes de las inteligencias occidentales, como la francesa. Desempeñó un papel clave para convertir la milicia en una fuerza política, además de militar. Tiene estrechos vínculos con Irán y su líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei.
Nasrallah no ha aparecido en público durante años, supuestamente por temor a ser asesinado por Israel. Sin embargo, aparece con frecuencia en discursos y mensajes televisados, como el de ayer mismo, cuando dijo: “Si el resultado es satisfactorio y se ha logrado el objetivo previsto, consideramos la operación de respuesta como acabada”.
Qué fuerzas tiene
Hezbolá es un portento en cuando a grupos armados se refiere, porque en comparación con Hamás o la Jihad Islámica es un verdadero pseudoejército. Su trayectoria en Líbano y la ayuda exterior, perenne, le ha llevado a tener 100.000 combatientes, según cifras de Nasrallah que Estados Unidos reduce a la mitad. El CSIS, con sus investigaciones independientes, entiende que tiene actualmente 30.000 milicianos en activo y 20.000 en la reserva, todos ellos bien formados y al día.
Es otro de sus rangos distintivos: su gente está muy bien entrenada y curtida en la batalla, ya que desde 2011 han estado en suelo sirio apoyando al dictador Assad. Eso les ha permitido entrar en combate, más allá del lanzamiento de proyectiles o los atentados. Aunque en su mayor parte cuenta con infantería ligera y no, claro, con grandes vehículos blindados, han aprendido a distribuir su mando en modo “misión”, esto es, con mucha descentralización pero buena coordinación, lo que les permite actuar simultáneamente en distintos puntos, algo que daña a Israel. Además, dice el tanque de pensamiento, en Siria han tenido acceso a “capacidades y competencias” propias de Fuerzas Armadas y, aunque hoy carezcan de material, puede que mañana no sea así. La formación ya la tienen tanto en empleo de fuerzas grandes, artillería de suspensión o logística.
El informe de situación, firmado por Seth Jones, exalto funcionario del Departamento de Defensa de Estados Unidos, destaca que Hezbolá tiene entre 120.000 y 200.000 cohetes y misiles. Un arsenal incomparable con cualquier otra milicia y muy fácilmente recuperable gracias a la ayuda de Teherán. La mayor parte de su arsenal se compone de pequeños cohetes de artillería tierra-tierra no guiados, pero también aspira a tener tener misiles antiaéreos y antibuques, así como guiados capaces de atacar profundamente dentro de Israel. “Con fuerzas asociadas y proxy iraníes activas en Líbano, Siria, Irak y otros países de la región, la amenaza de Nasrallah podría empeorar con el tiempo, en lugar de mejorar”, avisa.
A eso se añade su fabuloso conocimiento del terreno que pisan, donde Israel puede toparse con incursiones muy bien controladas, una tras otra. La milicia controla los montes y el río Litani, los valles verdes y las carreteras secundarias, por lo que Tel Aviv se vería obligado, de entrar en Líbano, a las carreteras principales, donde hacer diana es mucho más sencillo.
Motivos para ir, motivos para no ir
En esta nueva crisis, estamos como hace meses, cuando en primavera Israel e Irán se atacaron por primera vez, mutuamente, en sus propios territorios. Parece que las dos partes se han golpeado fuerte, parece que la escalada es innegable, pero también parece que nadie quiere una guerra abierta que arrastraría a todo Oriente Medio, un avispero.
Hezbolá ha obviado la idea de Israel de ataque preventivo y ha dicho que su ataque era la primera fase de su respuesta al asesinato israelí de Shukrl, el 30 de julio. Se cree que el Gobierno de Benjamin Netanyahu estuvo detrás del asesinato del líder político del grupo islamista palestino Hamás, Ismail Haniyeh, en un ataque en la capital iraní, Teherán, al día siguiente. Desde entonces, la región ha estado esperando una respuesta tanto de Hezbolá como de Irán por los dos crímenes. La Irán aún está por llegar y es la que más se teme, aunque si miramos lo ocurrido en abril las dos partes, Teherán y Tel Aviv, optaron por guardarse nuevas agresiones.
Hezbolá ha atacado ahora. ¿Represalia por los cien aviones enviados por Netanyahu o verdadera venganza por su comandante? ¿Será esto todo?
Hay que revisar el contexto, esencial siempre en este rincón del planeta: desde hace semanas, los diplomáticos norteamericanos y árabes han estado trabajando para tratar de evitar que la crisis en Gaza se convierta en un conflicto regional más amplio. Ahí está el origen de todo porque Hezbolá quiere liderar la causa musulmana contra Israel, acabar con su Estado es parte de su ideología. Quiere, además, la plena liberación de los presos palestinos. Por eso apenas esperó al 8 de octubre para lanzar sus primeros ataques a Israel tras los atentados de Hamás (que dejaron 1.200 muertos y 250 rehenes), en respuesta a su guerra en la franja (que hoy supera ya los 40.405 muertos, más de 93.468 heridos y unos 10.000 desaparecidos enterrados bajo los escombros).
EEUU ha advertido de que el fracaso actual en lograr un alto el fuego y un acuerdo de liberación de rehenes entre Israel y Hamás podría hacer que esos esfuerzos diplomáticos fracasen. Pero a pesar de la intensa presión estadounidense, las conversaciones para establecer un acuerdo de alto el fuego en Gaza después de más de 10 meses de guerra no han conducido a nada. La semana pasada, su secretario de Estado, Antony Blinken, visitó la zona por novena vez en estos meses y nada. Los contactos se han retomado ahora en El Cairo, pero hay innumerables precedentes de fracaso.
El ejército de Israel dice que está listo para librar una guerra en dos frentes: en Gaza y en su frontera norte con el Líbano, pero Hezbolá, ya hemos visto sus datos, no es Hamás, por lo que serían dos guerras de naturaleza y desgaste diferente. Se estima que tiene cohetes capaces de alcanzar objetivos en todo Israel, por lo que no es sólo una guerra en el norte. Una fuerza más dura que Hamás, con alcance nacional, más equipado y entrenado, en un momento en el que se multiplican las protestas en la calle pidiendo a Netanyahu un alto el fuego en Gaza para que retornen los 109 rehenes que se cree quedan aún con vida.
Casi un año después del conflicto en Gaza, algunos se preguntan si en Israel hay apetito por otra guerra. Cientos de miles de reservistas del ejército israelí han sido llamados a luchar en Gaza, y a menudo cumplen varias misiones. Pero muchos israelíes, especialmente los del norte, dicen que es necesario ocuparse de Hezbolá. Quieren calma. Se calcula que más de 560 personas han muerto en Líbano en estos 10 meses de choques, de los que al menos 133 serían civiles, no milicianos. En el lado israelí, hay 26 civiles muertos, más 23 soldados. Se calcula que hay 200.000 personas que a los dos lados de la frontera han tenido que dejar sus casas por los ataques. Gente que quiere calma.
En este tiempo, la política de los dos contendientes ha sido de ojo por ojo, ataque y respuesta, pérdida y réplica, pero no hay garantías de que no vaya a más, sobre todo cuando de palabra dicen una cosa y sus hechos dicen otra. La escalada viene poniéndose fea incluso antes de la muerte de Shukr y Haniyeh, con un misil perdido de Hezbolá que mató a 11 niños israelíes de origen druso que jugaban al fútbol, el 27 de junio pasado, en los Altos del Golán (zona ocupada a Siria).
Y más aún: justo antes de los atentados en cadena de Hamás del año pasado, Tel Aviv estudió lanzar un ataque “preventivo” en el sur del Líbano, para lo que pidió permiso a EEUU el 11 de octubre. Lo argumento diciendo que se esperaba que miembros de Hezbolá cruzasen por múltiples puntos a su territorio. Washington no lo vio. Le preocupaba que “innecesariamente” se desencadenara una guerra regional y no tenía datos tan claros de que Hezbolá tuviera los planes que decía Israel. Hasta el presidente Joe Biden intervino. Entre estos dos contendientes nunca hay calma.
El analista israelí Ofer Shelah, del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel (INSS), sostiene que el actual líder de Hamás, Yahya Sinwar, relevo de Haniyeh, que aún se esconde en los túneles de Gaza sin que Israel dé con él. Sinwar, dice, “busca la guerra regional”, por lo que sus presiones también pueden determinar lo días por venir. Una tregua sólo sería para él una “pequeña victoria”, quiere más. Sin embargo, su aliado libanés tiene su agenda propia y sus problemas: los internos del país, como la economía por los suelos, el vacío presidencial o el estancamiento de las instituciones. Más desgaste con una guerra igual no es bien entendido por una población cansada.
Hezbolá ha optado por la opción de represalia más arriesgada, con la que dice que está ajustando cuentas por Shukr, apareciendo fuerte ante su base, pero sin conceder a Israel la suficiente justificación o legitimidad para iniciar una guerra total. Golpe, pero no mortal. Serio, pero asumible. Es más factible que sea esa la dinámica que se siga repitiendo, pero el riesgo, aún sin guerra total, es que el cántaro vaya demasiado a la fuente y al final, se rompa. Hay opciones entre el statu quo, la acción limitada, la contienda abierta y la diplomacia coercitiva.
La situación es volátil, la situación de seguridad ha empeorado dramáticamente y las consecuencias de una guerra abierta, regional, serían devastadoras. Sólo unos esfuerzos negociadores activos e inteligentes pueden calmar realmente la zona. Eso, y el miedo al otro.