Cuando la incertidumbre global amenaza con gripar la economía | Economía

En plena pandemia, nadie ponía la mano en el fuego sobre cuándo y cómo volveríamos a la normalidad. Un supercarguero bloqueado en el canal de Suez alentó poco después el fantasma de un corte prolongado en el comercio mundial. Un año más tarde, sobrevoló la idea de que pasaríamos el invierno más frío en décadas: no se podía predecir qué pasaría con el suministro de gas ruso tras la invasión de Ucrania. Ahora, algunos nubarrones se han despejado, pero otros han surgido y siguen alimentando un clima de alerta global que mete más presión sobre una economía ya estancada. ¿Qué hará Donald Trump cuando empiece a gobernar? ¿Habrá una guerra comercial con China? ¿Otra crisis de suministros y de precios? ¿Cómo evolucionarán los conflictos en Gaza y en Ucrania? ¿Cuándo ocurrirá otra catástrofe climática como la dana que acaba de arrasar la provincia de Valencia? ¿Las nuevas tecnologías causarán una disrupción en el mercado laboral? ¿Habrá una burbuja financiera?

“El nivel de incertidumbre en torno a las perspectivas es alto”, reconocía el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su último informe sobre previsiones globales. Una percepción que advierten otros organismos —”las crecientes tensiones geopolíticas plantean un riesgo al alza para la inflación y un riesgo a la baja para el crecimiento”, dijo ya en primavera la presidenta del BCE, Christine Lagarde— y que recogen los estudios que hay al respecto: hoy la inseguridad sobre el futuro es más elevada que antes de la Gran Recesión. Algo que no le gusta a nadie y menos aún a la economía, una disciplina que se nutre de estadísticas y mediciones y que se inquieta ante lo que es difícil de calcular. Y, en este caso, hasta de definir.

“La incertidumbre es uno de los grandes negativos de la economía”, sentencia Ángel Talavera, analista del centro de estudios Oxford Economics, pues frena tanto el consumo como la inversión. “No es algo nuevo. En una perspectiva histórica larga todo ha ocurrido ya, hasta guerras y pandemias, pero ahora parece que vivimos una época más convulsa que la primera década de los 2000, con eventos extremos más concatenados. De hecho, a finales de los años setenta, en el pleno auge de la Guerra Fría y la carrera armamentista, el economista de Harvard John Kennet Galbraith estrenó un libro y una serie de televisión titulada La Era de la Incertidumbre, en la que desentrañaba cómo el análisis económico ya no podía resolver y predecir una realidad cada vez más compleja. La economía entiende de mercado, pero también de muchas otras cosas”, añade Talavera. Este no cree que las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, supongan un revulsivo en el corto plazo —en el largo, es imprevisible— pero sí ve en el cambio climático un gran elemento diferenciador: “Los eventos extremos como danas y huracanes son más frecuentes y tienen grandes costes, tanto económicos como políticos y sociales”.

“Hay personas que nacen en países donde ya no es posible vivir o trabajar, y por eso hay cada vez más refugiados climáticos”, dice Jayati Ghosh, copresidenta junto al premio Nobel Joseph Stiglitz de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (Icrict, por sus siglas en inglés). Y estos refugiados climáticos se suman a los flujos de migrantes por la guerra y la pobreza. La economista experta en desarrollo cree que los múltiples y variados focos de incertidumbre actuales —sociales, económicos y financieros— han generado una “policrisis”, cuyo ritmo de propagación se ha disparado con la globalización y las nuevas tecnologías: “La velocidad de transmisión de los shocks es ahora mucho más rápida”.

Más allá de la dificultad de predecir qué pasará en el futuro, no existe una definición “exacta y universal” de la incertidumbre económica, explica Corinna Ghirelli, investigadora del Banco de España. Esta falta de consenso ha propiciado la construcción de distintos indicadores, termómetros que miden, en función de las distintas variables observadas, los repuntes o las disminuciones de la inseguridad. “Los eventos que los economistas consideran que provocan incertidumbre incluyen la covid-19, elecciones con resultados ajustados como el Brexit, o eventos geopolíticos”, enumera la economista. Otra cosa es calcular los impactos sobre el crecimiento. “Lo mejor que hace el análisis económico es entender cómo se organiza un mercado, pero no tiene una bola de cristal: no puede predecir el futuro y resolver la incertidumbre; hay demasiados imponderables”, reflexiona José Luis Ferreira, de la Universidad Carlos III de Madrid.

“Veo un riesgo de que aumente la incertidumbre en materia de política económica cuando el nuevo Gobierno de Trump comience en enero de 2025. Su campaña incluyó una serie de políticas radicales y, a medida que se implementen, podríamos ver un aumento de la incertidumbre en EE UU y en todo el mundo. Por ejemplo, en relación con el comercio mundial, la situación en Ucrania y Oriente Próximo y las relaciones internacionales en general”, vaticina Nicholas Bloom, profesor en la Universidad de Stanford y creador del Índice de Incertidumbre de Política Económica (Economic Policy Uncertainty Index o EPU), uno de los indicadores más conocidos para medir la inseguridad en ese ámbito.

La más que probable espiral de políticas disruptivas en las que entrará EE UU cuando Trump tome las riendas del país es uno de los elementos que en el corto plazo más alerta a los analistas, pues cualquier movimiento de la economía más poderosa del mundo puede desencadenar un efecto dominó a escala global. Entre los temores palpables están la vuelta a políticas proteccionistas y los bandazos en las relaciones internacionales, con un acercamiento a Rusia y una intensificación de las hostilidades comerciales con China y militares con Irán. A ello se añaden otros elementos de riesgo extremo: las guerras y las catástrofes causadas por el calentamiento global, que además tienen el potencial de crear una masa aún mayor de refugiados y agrandar una desigualdad global ya sangrante.

Desarrollado por los académicos Baker, Bloom y Davis, el EPU relaciona palabras clave que aparecen en los periódicos con el comportamiento de la economía. En septiembre de 2008, cuando se encendió la mecha de la crisis financiera con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, este indicador marcó su primer récord desde 1997 ―año en el que arranca la serie relativa a la incertidumbre global— con 204,92 puntos. Ese máximo ha sido pulverizado varias veces desde entonces, alcanzando su punto más alto en abril de 2020 (437,15 puntos), un momento en el que se produjo un parón global en la actividad para limitar los contagios por la covid. Fue descendiendo a medida que la situación sanitaria mejoraba, pero volvió a remontar con la guerra en Ucrania, acercándose otra vez a los 400 puntos. El EPU ahora sigue por encima de las 220 unidades, un nivel superior al marcado durante la crisis de 2008.

“La incertidumbre es seguramente más elevada ahora que antes de la Gran Recesión”, sentencia Manuel Menkhoff, del prestigioso centro de estudios alemán IFO. El experto recuerda que también Alemania, el gran motor económico europeo, ahora gripado, se convertirá en un elemento más de riesgo con el adelanto electoral previsto para febrero —toda elección genera incertidumbre— y las dudas que permanecen sobre su crecimiento. “Creo que vivimos en una nueva normalidad. La percepción de futuro de la gente se plasma sobre la experiencia de acontecimientos extremos recientes (Gran Recesión, covid, guerra en Ucrania), y no veo que la situación geopolítica vaya a cambiar en el futuro inmediato”, añade.

La guerra en Ucrania es el primer conflicto que estalla en décadas en el corazón de Europa, ahora multipolar y con la UE arrinconada. La tensión en Oriente Próximo es extrema: el enfrentamiento entre Hamás e Israel ha pasado fronteras. Ambos enfrentamientos han puesto otra vez sobre la mesa la amenaza nuclear. Todas estas tensiones se reflejan en otro indicador que no es económico, pero que ante el escenario actual ha cobrado protagonismo. Tanto que el FMI lo ha incluido en sus últimas previsiones sobre estabilidad financiera: el Índice de Riesgo Geopolítico (GPR, por sus siglas en inglés), elaborado por Dario Caldara y Matteo Iacoviello, de la Fed, el banco central de EE UU. La media marcada en lo que va de año supera los 132 puntos, casi 40 por encima de la época prepandemia.

Impacto económico

La incertidumbre es un intangible que no se puede observar como si fuera una magnitud más, al igual que el PIB o la inflación. El problema no es solo si algo pasa, sino estar preparados para ello. Tampoco es un fenómeno monolítico: puede estar vinculado tanto a decisiones de política económica y monetaria como a shocks repentinos. El resultado, sin embargo, es siempre el mismo: genera miedo. Y este, como efecto reflejo, paraliza. Ocurre a nivel individual, en los hogares, que reducen su consumo y aplazan decisiones por el temor, por ejemplo, a perder su trabajo o que los precios se disparen. Lo mismo pasa con las empresas, cuyos planes de inversión y contratación son muy sensibles a las expectativas económicas y regulatorias; y con las entidades y mercados financieros, que pueden limitar el crédito o exigir mayores primas de riesgo. Y también afecta a los Gobiernos, que en función de los acontecimientos redirigen los recursos disponibles hacia políticas que inicialmente no estaban planeadas, como ha ocurrido en la reciente crisis inflacionaria.

En sus previsiones, el FMI simula dos escenarios en función de hacia dónde viren las políticas económicas. En el primero, marcado por un giro proteccionista en el comercio internacional, una caída de las inversiones, un endurecimiento de las condiciones financieras y la falta de mano de obra por la imposición de políticas antiinmigración, la economía global se contraería un 0,8% en 2025 y un 1,3% en 2026. En el segundo, que pronostica una mejora en la situación financiera de China y una mayor inversión pública en Europa, se espera un crecimiento del 0,5% para el próximo año.

La Unión Europea ha hecho un ejercicio parecido en sus previsiones de otoño, recién publicadas. En ellas dedica un capítulo entero al “coste de la incertidumbre”, que hace referencia a los dos índices antes mencionados y a otra serie de indicadores que miden la volatilidad de los mercados financieros y los errores en las previsiones económicas, entre otros. “El impacto de la incertidumbre parece haberse fortalecido con el tiempo, lo que sugiere que podrían estar en juego posibles efectos de histéresis relacionados con la exposición repetida a episodios de mayor incertidumbre”, concluye. Es más: calcula que, si la incertidumbre político-económica volviera a los niveles previos a la crisis financiera de 2008, el PIB europeo crecería un 1,7% más hasta 2026. La mejora sería de un 1,2% si el nivel de inseguridad fuera parecido a los años comprendidos entre 2009 y la llegada de la covid-19, y de un 0,4% si se volviera al periodo que va de 2020 al segundo trimestre de este año. En el peor escenario, que contempla un aumento de la incertidumbre del 50% con respecto a la actualidad, el avance de la economía sería un 0,6% menor.

El arañazo al PIB en este último horizonte adverso sería distinto en función del país: del 0,8% en Italia, el 0,3% en Alemania y Francia, y del 0,2% en España. En todos los casos, las inversiones se verían más afectadas que el consumo. “La sensibilidad del consumo y la inversión a la incertidumbre ha aumentado en comparación con el período anterior a la pandemia”, subraya la Comisión.

La encuesta trimestral a las empresas del Banco de España destaca que la incertidumbre es el principal condicionante para su actividad: un 47% de las compañías consideran que les afecta negativamente. La incidencia de esta variable, sin embargo, va a la baja por tercer trimestre consecutivo. Y España es, de momento, la gran economía europea con las mejores previsiones de crecimiento y menor índice de incertidumbre político-económica. “No hay aumentos significativos en la incertidumbre, con datos hasta octubre”, afirma Ghirelli, quien junto a Javier J. Pérez y Alberto Urtasun ha elaborado un índice EPU para España.

Este es, sin embargo, de media más elevado que las décadas inmediatamente anteriores —covid y crisis financiera aparte—, la misma tendencia que se registra a nivel global. “El periodo desde la caída del muro de Berlín hasta 2017-2018 (previo al comienzo de la guerra comercial entre EEUU y China) y la pandemia fue de menor incertidumbre económica y geopolítica, a grandes rasgos, dado que, entre otros factores, coincidió con un período de consolidación y pujanza de la globalización, con la difusión de estándares globales de gobernanza y una integración comercial y financiera sin precedentes, en la que destaca, en particular, la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio y en el marco multilateral global”, describe la investigadora del Banco de España.

Alicia García-Herrero, directora jefa de economía para Asia-Pacífico en el banco Natixis, confía en que la incertidumbre no se dispare con la nueva presidencia estadounidense, pues el mundo, pese a la impredecibilidad de las políticas de Donald Trump, no se enfrenta a un nuevo shock: ya ha vivido su primer mandato y prevé que vendrá un cambio en los equilibrios internacionales y un endurecimiento del proteccionismo. Pero lanza un aviso a navegantes dirigido a la UE. “Trump la va a exprimir tanto con las contribuciones a la OTAN como en términos de aranceles. La situación de Europa es extremadamente frágil y difícil”, apunta. “Así que quizás no me centraría en la incertidumbre, pero tal vez Europa está atrapada en un mal equilibrio, porque a diferencia de China no ha desarrollado su autonomía estratégica a tiempo”.

Ghosh, de Icrict, añade otra reflexión: los imponderables que preocupan a las economías más ricas, desde las tensiones geopolíticas, la inflación y los futuros movimientos de EE UU, no son los mismos que alarman al Sur del mundo, que ni siquiera tiene garantizados los servicios básicos y que es el más perjudicado por los cataclismos climáticos y la precariedad laboral. “Debe existir un nivel mínimo de protección social que garantice estándares básicos de vida. Los Estados deben cumplir con el contrato social, y no lo están haciendo”, zanja.

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