El enigma Kamala Harris: historia de la hija de la inmigración que llama a las puertas de la Casa Blanca | Elecciones USA
El primer giro de guion de la historia esencialmente californiana de Kamala Harris se produjo en Montreal, muy lejos de la bahía de San Francisco en la que la vicepresidenta estadounidense nació y creció como hija de una madre india y de un padre jamaicano. La pareja se conoció en los círculos del activismo político de los sesenta y se divorció pronto. La madre, Shyamala Gopalan, era ya una reputada investigadora oncológica cuando recibió una oferta de trabajo de una universidad canadiense que no pudo rechazar. “Yo tenía 12 años, y la idea de mudarnos desde la soleada California a mitad de curso a una ciudad extranjera de habla francesa cubierta por casi cuatro metros de nieve era inquietante, por no decir otra cosa”, escribe Harris en sus memorias.
Superado el susto, la muchacha se apuntó a un grupo de danza llamado Midnight Magic, en el que perfeccionó un estilo de baile que ha convertido a la inesperada candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos en la penúltima sensación de TikTok. Cuando Wanda Kagan, su mejor amiga del instituto, le contó un día que su padrastro abusaba de ella, las Harris, trío que completaba Maya, la hermana pequeña, hoy experta en políticas públicas, la acogieron en casa. Aquella experiencia, dijo después Kamala (que significa flor de loto y se pronuncia comma-la), le hizo decidir que de mayor sería fiscal; “para proteger a la gente como Wanda”.
“Cumplió con creces su propósito”, explicó este viernes en una entrevista telefónica Dan Morain, reportero que empezó a seguir la carrera de Harris en 1994 y es el autor de una estupenda biografía sobre ella (está publicada por Roca Editorial en español, idioma en el que además hay otra, de la periodista María Ramírez). “Kamala volvió de Montreal, completó sus estudios, acabó trabajando en la fiscalía del condado de Alameda, y fue fiscal del distrito de San Francisco y fiscal general de California. Después, dio el salto a la política nacional, como senadora”. Ahora podría estar a punto de convertirse en la primera presidenta de la historia de Estados Unidos.
Harris (Oakland, 59 años) no incluyó la historia su amiga víctima de abuso en Nuestra verdad (2019), sus memorias, clásico ejemplo de ese género literario tan de Washington que mezcla el recuento autobiográfico con el compendio de reflexiones políticas, pero sí la resucitó para su fallida campaña de las primarias demócratas de 2020. Aquella operación fue un desastre, pero sirvió al menos a la entonces senadora para que Joe Biden la acabara escogiendo como candidata a la vicepresidencia. En 2021, se convirtió en la primera mujer y en la primera persona de herencia mixta, negra y sudasiática estadounidense, en desempeñar el puesto.
Curiosamente, su autora solo menciona a Biden en Nuestra verdad en una ocasión y de pasada, al recordar que juró su cargo de senadora en su presencia, cuando aquel estaba a un mes de dejar de ser vicepresidente, punto de inflexión de una larga carrera política que llegó a su fin el domingo pasado. En un mensaje en X, Biden anunció por sorpresa que renunciaba a perseguir la reelección, para, 27 minutos después, respaldar a su segunda de a bordo para la tarea de derrotar al candidato republicano, Donald Trump.
Harris recibió la sensacional noticia poco antes que el resto del mundo. La Historia la sorprendió en su residencia oficial, una casa de estilo victoriano escondida en los terrenos del Observatorio Naval, al noroeste de Washington. Sin tiempo para cambiarse de ropa ―vestía deportivas y la camiseta de la Universidad de Howard, su alma máter―, se lanzó a llamar a congresistas, senadores y destacados miembros del partido. También a asegurarse suficientes votos de los delegados citados a la Convención Nacional Demócrata de agosto en Chicago, tarea que resolvió en algo más de 24 horas. Calculan los colaboradores que fueron convocados de urgencia aquel somnoliento domingo de julio que la vicepresidenta hizo unas 100 llamadas en 10 horas. “Eso da una idea del rasgo que tal vez mejor la define: la ambición”, dice Morain.”No es necesariamente malo; todos los políticos lo son. En su caso, su objetivo siempre fue ascender lo más alto posible”.
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Harris está demostrando que no piensa dejar pasar esta oportunidad. Antes del domingo, era una vicepresidenta con uno de los peores índices de popularidad de la historia en uno de los trabajos más difíciles de la política estadounidense, al que llegó aupada por unas expectativas demasiado altas, que defraudó pronto. Esta semana se ha revelado como una candidata capaz de aglutinar a los pesos pesados del partido, de Nancy Pelosi a los Obama, matrimonio que la respaldó por fin el viernes; de provocar entusiasmo entre las bases demócratas, especialmente entre las mujeres; de poner nervioso a Trump; de demostrar que aún hay partido en Estados decisivos que Biden había dado por perdidos; de excitar el voto de los jóvenes y las minorías y de propiciar una lluvia de millones en donaciones.
También ha pulverizado todas las expectativas en el frente del fenómeno cultural. Beyoncé le ha cedido una canción para su campaña y la cantante británica Charlie XCX le ha regalado un color, un verde entre neón y lima, y un cumplido, brat: significa literalmente “mocosa”, pero a la artista y a sus fans les sirve para definir una cierta feminidad despreocupada y atrevida. Mientras tanto, una legión de internautas está trabajando desinteresadamente para llevarla a la Casa Blanca a golpe de meme, con el ya famoso y un punto surrealista vídeo del cocotero a la cabeza. En él, se la ve en un acto en la Casa Blanca acordarse de su madre, a la que define en sus memorias como su mayor influencia: “Nos decía: ‘No sé qué pasa con vosotros, los jóvenes. ¿Creéis que os acabáis de caer de un cocotero? Uno existe en el contexto de lo que vive y de todo lo que te precedió”, explica, antes de responder a su ocurrencia con una de sus contagiosas carcajadas.
“Antes (de la renuncia de Biden) estábamos remando con dos remos en una barca”, resume Juan Verde, estratega que ha trabajado en todas las campañas presidenciales demócratas desde Bill Clinton, es miembro del consejo asesor presidencial de Biden y ya se ha visto esta semana con Harris para ponerse manos a la obra. “Ahora estamos intentando ajustar velas en un ciclón. Noto una esperanza que en cierto modo me recuerda a la de Barack Obama. El reto va a ser mantener ese entusiasmo y lograr que los votantes conozcan a la verdadera Kamala, una mujer a la que su propia experiencia de inmigrante la hace ser muy empática, pero que también es de armas tomar”.
Para descifrar el enigma Harris, su biógrafo recomienda no olvidar que se trata de una persona que ejerce un “enorme control sobre su figura pública”. De momento, ella misma ha centrado el foco en su pasado de jurista, con la idea de presentar su enfrentamiento con Trump como el de una fiscal y un criminal convicto, culpable de 34 delitos graves en el caso Stormy Daniels, y con al menos dos juicios penales más pendientes.
La estrategia ha puesto nervioso a Trump y a su campaña; parece obvio que tenían mejor cogida la medida a un anciano de 81 años como Biden que a una mujer de 59 años como Harris. Los ataques republicanos a la candidata se han desplegado en estos días en dos flancos contradictorios. Se trata de un experimento mental que pasa, un poco a la manera del gato de Schrödinger, por acusarla de haber sido demasiado dura con el crimen y también demasiado blanda. (Harris tituló en 2009 su primer libro de otra manera: Inteligente con el crimen).
La primera de las dos críticas está prestada de los círculos izquierdistas de la lucha por la reforma del sistema penal californiano, donde le reconocen que en sus tiempos de fiscal se negó a mandar presos al corredor de la muerte (en un Estado cuyo el sistema no aplica desde 2006 la pena capital), que persiguió a los depredadores sexuales y que plantó cara con valentía al poder de los bancos durante la Gran Recesión, que aún coleaba. Pero también lamentan su historial de condenas erróneas, su tendencia a encarcelar a hombres negros y a mandar a reos a prisión por delitos de posesión de marihuana.
La segunda crítica trata de presentarla como laxa con la delincuencia y demasiado progresista para funcionar fuera de California. Trump, hombre de sobrado talento para el insulto personal, parece haberse quedado sin ideas estos días, así que se limita a insinuar que su ascenso es producto de la discriminación positiva, a meterse con la pronunciación de su nombre y con su risa contagiosa y a repetir que Harris es “una liberal de San Francisco” y “la vicepresidenta más izquierdista de la historia”.
San Francisco ¿sin ley?
“Me temo que esos republicanos no entienden nada que suceda al oeste de las Montañas Rocosas. Y les conviene presentar a San Francisco como una ciudad sin ley”, dice en una conversación telefónica el escritor de Oakland Ishmael Reed. Toda una leyenda de las letras afroamericanas, Reed pertenece a la generación de pensadores negros que influyó a Harris cuando solo era una niña que iba con su madre al centro cultural Rainbow Sign, donde la futura vicepresidenta vio charlas de Shirley Chisholm, la primera congresista negra, la novelista Alice Walker (El color púrpura) o la poeta Maya Angelou.
Reed conoció a Harris poco después de que esta ganara la elección a fiscal general de California. “Fue en un acto de recaudación de fondos del San Francisco Jazz Center”, recuerda el autor de Mumbo Jumbo. “Le pregunté: ‘¿Cuándo piensa postularse a gobernadora?’. A lo que me respondió: ‘Todo se andará, Ishmael”.
Lo cierto es que se suele decir que las siglas en inglés de fiscal general (attorney general, AG) en realidad corresponden a “Aspirante a gobernador”. Harris fue aún más allá cuando en 2016 se presentó a senadora y ganó con holgura. Su biógrafo achaca su salto de la práctica del derecho a la política a dos motivos: sus años en Howard, histórica universidad negra de Washington conocida como la Black Mecca, años en los que se involucró en la lucha contra el apartheid, y la relación que mantuvo en los noventa con el presidente de la Cámara de Representantes de Sacramento Willie Brown, a quien Harris no menciona en sus memorias. “Aprendió mucho al ver cómo este planteó su campaña a la alcaldía de San Francisco (puesto que ocupó entre 1996 y 2004)”, explica Morain, que sitúa a la vicepresidenta en la tradición de “una gloriosa generación de políticas de la Bahía”, que incluye a Nancy Pelosi y las senadoras Dianne Feinstein y Barbara Boxer, cuyo escaño en Washington asumió Harris.
“Ha dejado de contar las veces que la subestimaron en una campaña electoral”, recuerda su biógrafo. “Ella se crece cuando la miran por encima del hombro. Le funcionó muy bien cuando se presentó a fiscal general, y le podría funcionar ahora”. Morain explica que en aquella elección, sus rivales republicanos sentían la urgencia de ganar a esa treintañera que rompía el molde del titular tradicional del puesto ―un hombre blanco de pelo cano― para cortar de raíz una carrera que no tenía pinta de que fuera a quedarse ahí. “No lo lograron, y aún lo están lamentando”.
Angélica Salas, directora ejecutiva de CHIRLA (siglas en inglés de Coalición en Defensa de los Derechos Humanos de los Inmigrantes), recuerda que su llegada a la Fiscalía fue decisiva para convertir a California en un “Estado refugio” para los sin papeles. “Dio la orden a la policía de no retener a los inmigrantes hasta la llegada de los agentes de inmigración, apoyó a los nuestros en los desahucios frente a los bancos y a los trabajadores ante la explotación laboral”, aclara. Salas también recuerda que cuando Harris se presentó a senadora acudió a la sede de CHIRLA en busca del respaldo de su fondo de acción política. “Había otra candidata, Loretta Sanchez, más centrista, que era la latina y vino y nos dijo: ‘Apóyenme, soy la que habla español’. Kamala, en cambio, llegó muy preparada, realmente sentimos que nos necesitaba. Nos criticaron mucho, pero la apoyamos a ella”, cuenta Salas.
Vida de Los Ángeles
Harris ganó la elección al Senado el mismo día en que Trump derrotó a Hillary Clinton, y el recuerdo de esa noche agridulce le sirve para abrir sus memorias, que están dedicadas a su esposo, Doug Emhoff, “siempre paciente, cariñoso, comprensivo y tranquilo”. Se casaron en 2014. Emhoff, de 59 años, es abogado de la industria del entretenimiento y tiene dos hijos de un anterior matrimonio, a cuya crianza ha contribuido la vicepresidenta. La pareja reparte su tiempo entre Los Ángeles y Washington, ciudad en la que no es raro verla haciendo la compra, buscando discos de jazz (gusto heredado de su padre) o pidiendo pizza con anchoas para llevar. En la Costa Oeste, viven en una casa valorada en cinco millones de dólares en Brentwood, un exclusivo barrio al norte de Los Ángeles. Entre sus vecinos, que sufren los cortes de las calles cuando la pareja llega los fines de semana, se cuentan Arnold Schwarzenegger, Gwyneth Paltrow, Jim Carrey, el rapero Dr. Dre.
Su gran consagración pública como senadora llegó en 2018, durante las comparecencias para la confirmación del juez conservador Brett Kavanaugh para el Tribunal Supremo, al que una mujer acusó de haberla intentado violar cuando ambos eran estudiantes de instituto. Harris dio ante las cámaras una lección de interrogatorio sosegado e inteligente. Quería saber si Kavannaugh llegaba al Supremo con la misión de tumbar el precedente de Roe contra Wade (1973), sentencia que sentó la protección federal del aborto. “¿Conoce alguna ley que dé al gobierno el poder de tomar decisiones sobre el cuerpo de un hombre?”, le preguntó la senadora. El magistrado dijo: “No se me ocurre ninguna ahora mismo”. Cuatro años después, Kavannaugh, uno de los tres jueces nombrados por Trump, votó con la mayoría conservadora del alto tribunal para tumbar Roe y retrasar medio siglo el reloj de las mujeres estadounidenses.
La defensa de la libertad reproductiva fue después uno de los temas más importantes de su vicepresidencia. Se trata de un asunto en el que se siente cómoda, y que promete ser crucial en la cita de noviembre. “Es un tema de máxima importancia para los votantes”, opina en un correo electrónico Alexis McGill Johnson, presidenta y consejera delegada de Planned Parenthood Action Fund, brazo político de la organización que agrupa en torno a la mitad de las clínicas abortivas del país. “He tenido el privilegio de trabajar y hacer campaña con ella, y puedo asegurar que es una de las voces más firmes en defensa de nuestros derechos. Ha empeñado mucho tiempo y energía en hablar con médicos, pacientes, activistas y defensores, por lo que creo que llevará la conversación sobre el derecho al aborto a cotas inéditas en una campaña presidencial”.
Angela Romero, líder de la minoría demócrata en la cámara baja estatal y delegada de Utah, uno de los Estados que se apresuraron a apoyar en bloque la candidatura de Harris, recuerda una reunión de hace un par de años con ella y otras legisladoras, poco después de la sentencia del Supremo. “Ahí vimos que conocía el tema en profundidad”, explica Romero, que fue una de las invitadas de Harris al debate que la enfrentó con el entonces vicepresidente republicano Mike Pence.
Aquella noche fue la oportunidad perdida de la candidata para abandonar el perfil bajo que mantuvo durante toda la campaña de 2020. No cumplió con unas expectativas que, de nuevo, eran demasiado altas. Lo mismo puede decirse de sus dos primeros años en la vicepresidencia.
Solo cabe definir como decepcionante el modo en el que gestionó el primer encargo de Biden: le pidió que coordinara las relaciones diplomáticas con el llamado Triángulo Norte de Centroamérica —El Salvador, Guatemala y Honduras— para abordar las “causas profundas” de la migración desde estos tres países. En su primer viaje internacional, dirigió en Guatemala a los migrantes dos palabras, “no vengan”, por las que le llovieron las críticas. Y mientras la crisis migratoria empeoraba, dijo en una entrevista televisiva que no veía la urgencia de visitar la linde con México. Los republicanos, que tratan ahora de colgarle un título que nunca tuvo, “zarina de la frontera”, han cargado estos días contra Harris por aquello. Romero, presidenta del Caucus Nacional Hispano de Legisladores Estatales, la disculpa diciendo que “no era una tarea fácil”. “Sin la actuación del Congreso, que está paralizado, poco se puede hacer. Es un sistema roto”.
A la vicepresidenta la acusaron a su llegada al puesto de no tener sintonía con el presidente, de desarrollar un trabajo demasiado irrelevante incluso para un cargo cuyo secreto es no destacar mucho y también de ser la peor jefa posible (se cuentan por decenas los colaboradores que la han abandonado en este tiempo). “Le costó encontrar su lugar en Washington”, admite Verde.
En los dos últimos años, su imagen mejoró gracias a su papel en la defensa del aborto y a medida que las dudas sobre las capacidades físicas y cognitivas de Biden se intensificaron hasta estallar a la vista de todo el mundo el pasado 27 de junio, en su debate en Atlanta contra Donald Trump, un penoso espectáculo de lapsus y frases sin terminar que abrió la veda demócrata para pedir su renuncia.
Dos días después del debate, Harris desplegó en una velada con donantes en la casa del cineasta Rob Reiner en Los Ángeles el discurso que perfeccionó tras la debacle de Biden; un difícil equilibrio entre aparentar fidelidad al jefe en su empeño de perseguir la reelección y mostrarse lista para reemplazarlo llegado el caso. “En esos momentos de incertidumbre, algunos, entre los que me incluyo, seguimos organizando eventos de recaudación para Biden”, contó esta semana a EL PAÍS James Costos, ejecutivo de Hollywood y exembajador de Estados Unidos en España. “Después, cuando el presidente la respaldó, los donantes actuaron con rapidez y decisión”.
Costos estuvo aquella noche junto a su esposo, el interiorista Michael Smith, entre los anfitriones de una fiesta que conmemoraba el décimo aniversario del matrimonio igualitario en Estados Unidos. Entre las invitadas estaban Kris Perry y Sandy Stier, una pareja de lesbianas que lanzó una cruzada contra la Proposición 8 de California, que prohibió en 2008 las uniónes del mismo sexo, una lucha en la que contaron con el crucial apoyo de la entonces fiscal general del Estado. El caso llegó al Supremo, que declaró la norma inconstitucional.
Quizá la frase más repetida en la biografía de Morain sea: “Nadie podía imaginar entonces”. Aquella noche de junio tampoco nadie podía imaginar que un mes después Harris habría sido capaz de darle la vuelta de esa manera a su vida y a la campaña presidencial. Tal vez porque nunca fue fácil imaginar que la hija de una joven de Nueva Delhi que llegó a la Universidad de Berkeley con 19 años y conoció a Donald Harris, brillante estudiante jamaicano y futuro profesor en Stanford, acabaría en solo una generación llamando a las puertas de la Casa Blanca. Esa hija escribe en sus memorias que uno de los dichos favoritos de su madre, fallecida en 2009, era: “No dejes que nadie te diga quién eres. Díselo tú”. “Y eso hice”, añade.
Una vez más, le toca volver a hacerlo. Tiene solo 100 días para decirles a sus compatriotas a ambos lados de la brecha que parte en dos a un país enfrentado quién es y por qué debería ser la primera presidenta de la historia de Estados Unidos.
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