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“En el autobús había tanto humo que no nos veíamos” | Relevo

Cada tanto sucede lo mismo: alguien descubre a un futbolista que fuma. El último modelo de transgresión es Wojciech Szczęsny, el portero polaco fichado por el Barça, quien ante la primera andanada mediática se defendió de manera taxativa: “Es un asunto personal, no perjudico a nadie y entreno el doble: quiero que me juzguen como portero”, fue su defensa pública. Por supuesto, anunció con vehemencia que no piensa dejar el tabaco.

Las apelaciones al rol de ejemplaridad de los deportistas resultan tan necesarias como huecas, débiles frente a la incontestable libertad individual. En estos casos abundan los aspavientos al modo del capitán Renault cuando le cierra el garito a Rick en la película Casablanca, con la excusa de tener un casino montado en la trastienda. “¡Qué escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!”, exclama el policía. Al tiempo, un solícito camarero se aproxima y le dice: “Señor, sus ganancias”. Algo parecido ocurre con esto: lo sabe todo el mundo -y quien no, anda muy despistado-, pero todos nos hacemos los sorprendidos. Más de 1.250 millones de personas en el mundo aún consumen tabaco. ¿Hay futbolistas entre ellos? Pues claro. Entre los futbolistas hay de todo, como en cualquier lado.

El tabaco y la permisividad han desaparecido del frente de la escena, en la sociedad y en los campos de fútbol. De las gradas y los banquillos, donde entrenadores y ayudantes (Menotti, Cruyff, Luis Aragonés por nombrar sólo tres) fumaban con total normalidad junto a sus suplentes. Pero sigue presente en la vida privada, la de ciudadanos anónimos y también la de muchos deportistas. Por decirlo de manera clara: siempre ha habido futbolistas que fumaban. No importa cuando leas esto. Los sigue habiendo. En la intimidad y no de forma generalizada, desde luego. Pero el hábito ha sido y es mucho más común de lo que se cree.

En los tiempos en que fumar aún gozaba de plena aceptación social y hasta patrocinio médico, las tabacaleras imponían una percepción en favor de los supuestos beneficios del tabaco para la tos, la garganta o el asma. Y en consonancia con ello, los deportistas fumaban incluso en los vestuarios y los entrenamientos. Hay una foto icónica de Jackie Charlton, con el uniforme inmaculado del Leeds, aspirando un pitillo en plena práctica. No es la única imagen retro que puede encontrar uno de futbolistas con una cajetilla sobre el césped. Muchos años, Charlton apareció en otra instantánea, ya como seleccionador de Irlanda, consumiendo un puro en medio del campo de juego. Si volamos adelante en el tiempo, hasta hace cuatro días, encontraremos a Genaro Gattuso vapeando mientras dirigía un entrenamiento del Valencia. En sus días de futbolista, Gattuso corría en el campo como si tuviera tres o cuatro pulmones. ¿Queremos ser tan ingenuos como para pensar que agarró el vicio cuando dejó de agotar las esquinas del campo?

Aquella realidad del fútbol y el tabaco conviviendo con naturalidad, propia de los años 50 e inconcebible desde la perspectiva de hoy, está recreada en varias escenas de la película The Damn United, basada en el libro homónimo sobre los días del legendario Brian Clough como entrenador del Derby County. La cámara muestra el vestuario vacío antes de un partido. Sobre las bancadas, dispuestos con británico gusto, taza, platito y cucharilla para el té. Y al lado, un cenicero asignado a cada futbolista. En otra secuencia vemos a algunos de ellos dar caladas a sus pitillos ya vestidos de corto, durante una lacónica charla de Clough antes de medirse con el Leeds United. Así de normalizado estaba entonces.

En 1952, Stanley Matthews publicitaba tabaco: “Si tengo que elegir un cigarrillo que me deje satisfecho y cuide de mi garganta, que sea un Craven ‘A”, decía en el anuncio quien fue primer Balón de Oro en 1956, emblema del Stoke City y estrella inglesa de aquella década. Matthews jugó al fútbol hasta los 50 años, un caso excepcional de longevidad. Hay que aclarar: que se sepa, no fumaba. Pero muchos sí lo hacían. Basta pensar en Alfredo Di Stéfano, por poner un ejemplo contemporáneo de Matthews y leyenda absoluta del fútbol. La Saeta llegó a ser la imagen de marca de Lucky Strike. No cuesta encontrar una foto suya de 1964, vestido con la equipación de juego del Real Madrid, fumando sentado junto al banquillo.

Varios de los más grandes del fútbol clásico fumaron. Sobre el hábito de Johan Cruyff lo sabemos todo: acostumbraba a agotar un Camel sin filtro en el entretiempo de los partidos. Sobre este asunto se han escrito muchos reportajes -esta pieza constituye un lugar común del periodismo y reaparece cada tanto- y muchos de ellos los ilustra la imagen de un trasunto de Cruyff con la preciosa camiseta de la Holanda de los 70, enmascarado por el humo de un cigarrillo en el vestuario. Se dice que es Johan, pero no. Se trata de la recreación publicitaria de uno de los fumadores más célebres de la historia del juego. También un campeón de la victoria sobre la adicción: Cruyff debió someterse a un doble bypass en 1993, tras sufrir un ataque al corazón, en plena época de su Dream Team. Después protagonizaría aquel espectacular spot con una cajetilla por balón, una de las primeras campañas institucionales contra el consumo de tabaco. El holandés conjuró su vicio a base de Chupa Chups y construyó otra imagen perdurable.

A Maradona lo vimos en cien ocasiones disfrutar sus habanos con deleite revolucionario, como si posara para un afiche castrista. También en los palcos de la Copa del Mundo 2018, mientras en los videomarcadores del estadio pasaban avisos sobre la prohibición de fumar en los estadios. El puro comporta una mística vinculada al triunfo, como sabemos por el caso de Carlo Ancelotti y su escenificación celebratoria en los triunfos del Real Madrid. Está asentado como símbolo del premio merecido: lo mismo se lo fuma tu cuñado en las bodas que Ibrahimovic para festejar un scudetto del Milan. Michael Jordan debe de haber sido el iniciador del ritual o su mayor divulgador. Cada final ganada por los Bulls entregaba la misma estampa en el vestuario: champán, puros y el trofeo.

Sigamos yendo atrás en el tiempo. Además de los dioses del estadio, se ha constatado la debilidad carnal y adicta de varios profetas. Así, sabemos que fumaba Mané Garrincha, el genio patizambo de Brasil en los 50. Muchos años después también lo hacía el doctor Sócrates, clave de bóveda del equipo inolvidable de principios de los 80. Ambos se comían el par de cajetillas por día. Gerson, una de las estrellas de la canarinha de los 70, consumía hasta tres: “Los seleccionadores nos pidieron dejarlo, pero ni Félix, el portero, ni yo pudimos”, relató en un libro dedicado a la memorable victoria de aquel equipo en el Mundial de México.

Aquellos genios pertenecían a una época en que el tabaco gozaba de consideración social, actitud hoy corregida por el empeño en defensa de la salud pública. Francia, donde fumar tuvo siempre un componente contracultural, residuo de la bohemia parisina del 68, impulsó el año pasado una restrictiva ley para rebajar el 25% de consumidores de cigarrillos en su población. Mucho antes, en 2006 causó gran revuelo la fotografía de Zinedine Zidane fumando en la terraza de su hotel, antes de la final contra Italia en la Copa del Mundo. También Fabien Barthez, compañero de concentración, apareció en el diario alemán Bild con un pitillo entre los dedos. “Prefiero eso a que se den al alcohol”, dijo el muy estricto Alex Ferguson cuando el Manchester United contrató al meta francés.

Respecto a los dos monstruos del fútbol postmoderno, Leo Messi y Cristiano Ronaldo, nunca los vimos fumando y cuesta imaginarlos. Particularmente a alguien tan meticuloso con el cuidado de su aspecto y estado físico como el portugués. Y, sin embargo, a ambos les pasó rozando la cuchilla de la sospecha general. Hubo en 2011 mucha tinta gastada alrededor de aquella imagen de Messi, con algo parecido a un cigarrillo, a bordo de un yate en aguas de Ibiza. La escasa nitidez lograda por el teleobjetivo no permitía total certeza: tras mucho darle vueltas se concluyó que era una golosina. Cristiano, por su parte, no hizo sino aparecer en el cumpleaños de Fabio Coentrao, a quien una cámara pilló fumando a las puertas del local donde tenía lugar la fiesta. El Real Madrid lo sancionó con una multa y Mourinho lo castigó sin convocar. Cristiano no pasó de fumador pasivo, si acaso.

A pesar de que ya no caben dudas sobre las consecuencias del tabaquismo en la salud, el club de fumadores nunca ha dejado de crecer. Szczęsny reveló en su reciente comparecencia la reacción de Arsène Wenger cuando lo dirigía en el Arsenal: “Sabía que fumaba y simplemente no quería que lo hiciera en el vestuario“. El técnico francés ya tuvo que lidiar hace años con un caso similar, muy mediático: Jack Wilshere fue retratado una noche fumando a la salida de un club londinense. Entonces, la apelación de Wenger fue más dirigida a la imagen social que a las afecciones al rendimiento deportivo: “Cuando era jugador viajé en autobuses en los que no nos veíamos los unos a los otros, del humo que había -reconoció Wenger-; pero las cosas han cambiado: la exigencia de que los jugadores den ejemplo, sean un modelo, también. Puedes fumar y beber en casa y nadie te ve; pero si lo haces en un entorno social, dañas tu reputación“.

Los futbolistas suelen manejarse incómodos en ese marco porque colisiona con su intimidad. Y es en el territorio privado donde suele encontrarlos el objetivo de los fotógrafos. Los casos así abundan y las galerías de instantáneas de futbolistas pillados son incontables: Ozil fumando en un yate; Vialli y Buffon en la playa, entre otros lugares; Wesley Sneijder, también de vacaciones, como hace años el inglés Ashley Cole; Oblak fue visto aspirando de una pipa de agua y Savic, un cigarrillo al uso, durante una fiesta en los días del COVID; Wayne Rooney en la piscina; a Mario Balotelli lo raro era no pillarlo aquí y allá: “O dejas el tabaco o dejas el City”, lo amenazó su entrenador, Roberto Mancini. Balottelli dejó el City. A Gerard Piqué lo vimos con un puro en una playa paradisiaca.

Los ha habido, sin embargo, que se han escondido poco o nada, con consecuencias no siempre edificantes. El belga Nainggolan fue sancionado por su club, el Amberes, por fumar en el banquillo antes de un partido. El mexicano Javier Aguirre admitió haber tenido un buen número de futbolistas presa del vicio: “Vamos perdiendo, apaga el pitillo y vente a jugar“, le decía a Nery Castillo, según contó en una entrevista. Otros se lo toman mucho peor. Cuando al argentino Daniel Osvaldo lo echó Guillermo Barros Schelotto de Boca Juniors, después de cazarlo en el vestuario, la defensa del futbolista fue un ataque revelador: “Después del partido contra Nacional me fumé un cigarro en el vestuario, como fuma un millón de jugadores y como hice en toda mi carrera. De hecho, Guillermo Barros Schelotto fumaba en el vestuario cuando jugaba, se ve que se olvidó”.

El italiano Marco Lanna solía encenderse un puro la noche antes de los partidos, en la terraza del hotel de concentración del Real Zaragoza. Lo han contado en varias ocasiones ex compañeros suyos. Savo Milosevic compraba cajetillas en la máquina del lobby de los hoteles. Robert Prosinecki fumaba dos paquetes diarios y, aunque fue rebajando la dosis conforme su carrera declinaba, nunca lo dejó. A su paso por el Portsmouth, el vicio había derivado en ocurrente chanza: lo llamaban Winston, el paquete rubio más caro. El búlgaro Berbatov ofreció una vez esta extravagante justificación: “Lo hago porque me da una imagen cool, no porque fume“. No menos chocante fue ver a Kevin Prince Boateng con un cigarrillo y una cerveza… ¡durante un control antidopaje tras un partido!

Del turco Tugay, un compañero en el Blackburn bromeaba diciendo que lo había visto “con cinco cigarrillos en la boca” de camino a un entrenamiento. David James llegó a confesar su vicio en una columna en el diario The Guardian: “Fumaba 20 al día durante 15 años: antes de entrenar, después de los partidos, incluso en el autobús del equipo”, escribió en 2008 el que fuera portero del Liverpool e Inglaterra. Rui Costa llegó a admitir haber firmado autógrafos a un niño con el cigarrillo en la mano. Joao Pinto contó en un talk-show que fumaba en los descansos. Roberto Carlos y Ronaldo aparecieron en una fotografía, ya retirados, fumando en el intermedio de un encuentro de leyendas en Noruega. Al Fenómeno se le ha visto en más de una ocasión. Como a su ex compañero en el Madrid y en Brasil: al portentoso lateral izquierdo, un prodigio físico, lo encontraron las cámaras con el pitillo durante un programa por vídeo llamada e incluso en el palco durante el descanso de un partido en el último Mundial en Catar.

Los entrenadores, como Flick ahora, suelen enfrentar con resignación el irresoluble dilema: un comportamiento tenido por poco profesional, pero muy comúnmente desmentido por el rendimiento en el campo. Pese a la creciente importancia de la condición física, el fútbol es tan singular que ha permitido a muchos jugadores absorber sus veleidades tabaqueras sin menoscabo de su fútbol, como defendía el nuevo portero del Barcelona en su alegato. En caso de tener que ensayar una defensa del vicio, todos podrían recurrir al inefable Mágico González: hostigado por David Vidal a causa de su vicio, el salvadoreño le ganó una apuesta al entrenador: “Si le da 20 toques al paquete, le dejo en paz; si no, usted deja el tabaco“, le propuso Vidal. Por supuesto, ganó Mágico, quien siguió fumando y jugando al fútbol con la gracia antojadiza de los ángeles. Lo justificó con una poética genialidad, digna de epitafio: “Yo no soy un atleta, soy un artista”.

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