EZLN: Y los muertos de siempre gritaron basta: 30 años del alzamiento indígena que reescribió México
Las costuras saltaron por los aires. Fue un murmullo escondido durante años, siglos de rabia, en lo profundo de la selva Lacandona, en las montañas, las aldeas, las milpas. Un secreto a voces cocinado a fuego lento de comal. Los desposeídos, sin un techo digno, sin tierra, sin trabajo, sin salud, sin alimentación, sin educación, sin libertad, sin derechos, sin paz, sin justicia. Nadie lo esperaba porque nadie los quiso escuchar. A ellos. Los muertos de hambre. Los muertos de siempre.
—Hoy decimos ¡basta!
Hace 30 años, un ejército sin rostro bajó de las montañas del sureste mexicano armado con viejos fusiles y machetes. Era sábado, el primer día de enero de 1994. Columnas de indígenas tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales, mames y zoques con la cara oculta tras paliacates rojos, una guerrilla de ojos que miraban desafiantes a las cámaras, tomaron las principales cabeceras municipales de Chiapas, el Estado más pobre de México: San Cristóbal de Las Casas, Altamirano, Las Margaritas, Ocosingo, Oxchuc, Huixtán y Chana. Gritaron todo lo que durante años habían dicho sin que nadie los escuchase. Exigían la retirada del Gobierno mexicano. Esa vez, todo el mundo se volvió a verlos.
—Intégrate a las fuerzas insurgentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Cuentan que la noche de año nuevo de 1994, el presidente Carlos Salinas de Gortari celebraba con sus allegados el gran triunfo de su Administración. Aquel día entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la culminación del giro neoliberal después de un sexenio marcado por las privatizaciones. Alguien avisó al dirigente de que un grupo de indígenas se estaba alzando en el sur. Nadie sabía quién eran, qué querían. Tanto la inteligencia estadounidense como la mexicana habían detectado años atrás la presencia de un grupo de campesinos armados en Chiapas, pero no quisieron prestar atención a las pistas sembradas desde 1983, a las escaramuzas entre desconocidos guerrilleros y el Ejército en la Lacandona. Una insurrección habría sido mala prensa para el acuerdo económico de la década y así, en silencio, una conspiración tomó forma.
El 4 de enero, L’Unitá, histórico periódico comunista italiano, entrevistó a uno de esos anónimos guerrilleros, “el único que no es indio”, un tipo con pasamontañas, gorra calada, pipa humeante siempre colgada del filo de la boca y aires de intelectual “acostumbrado a comunicarse con la gente simple”. El periodista preguntó:
—¿Por qué escogieron el primero de enero y la ciudad de San Cristóbal de las Casas?
—Fue el Comité Directivo el que decidió. Es claro que la fecha está relacionada con el TLCAN, que para los indios es una condena a muerte. La entrada en vigor del Tratado representa el inicio de una masacre internacional.
Cuando las cámaras de televisión preguntaron por el nombre y el cargo de aquel portavoz —carismático, misterioso, envuelto en el humo de las leyendas— él respondió: subcomandante Marcos. Salinas de Gortari prefirió llamarlo “profesional de la violencia”. No lo sabía, pero el apelativo haría historia en una de sus declaraciones al país más recordadas. El Ejército mexicano contraatacó y, durante menos de dos semanas, Chiapas se tornó una zona de guerra, con duras batallas como la de Ocosingo. El Gobierno aseguró que la contienda se saldó con más de 100 muertos. Años después, el EZLN rebajó la cifra de víctimas: 46 zapatistas y 27 soldados.
Guerra sucia, altermundismo y un rostro sin capucha
Chiapas empezó a llenarse de periodistas. Todos los reporteros de conflictos querían estar allí, cubriendo un alzamiento indígena inédito. El apoyo fue masivo. En México y en el extranjero, miles de personas salieron a la calle en respaldo a los guerrilleros y para exigir el alto a la guerra. “El EZLN tiene un cálculo dicotómico. O la gente de México se alza junto con nosotros o nos acaban, nos aniquilan. Si para el resto del país el primero de enero fue una sorpresa, para el EZLN el dos de enero fue una sorpresa, no solo de México sino del mundo entero”, diría muchos años después el subcomantante Marcos, en el documental 1994, una de sus últimas entrevistas hasta la fecha.
El EZLN fue una guerrilla sin antecedentes, que declaró la guerra al Estado, sí, pero prometió hacerlo bajo las leyes de la Convención de Ginebra. Hablaban de un México mísero, en blanco y negro, de Chiapas como una enorme hacienda de caciques, de latifundistas y esclavos, de una tierra desangrada y una población desnutrida, agonizando por enfermedades curables. Impulsaron leyes sobre los derechos de las mujeres más vanguardistas que las de muchas democracias occidentales hoy en día. En su primera plana, destacaban los nombres de la comandanta Ramona, Esther, Ana María. Aunque el sesgo de la historia perfiló por encima de todo la figura de Marcos, su prosa caústica, sus escritos afilados, el carisma encapuchado que enamoró a intelectuales de renombre, políticos y jóvenes revolucionarios de todo el globo.
El Ejército, mejor equipado y entrenado, cercó a los guerrilleros, que se refugiaron en la muralla de las sierras chiapanecas. Fuera de la región, el EZLN arrasaba en la batalla por la opinión pública. El 12 de enero la situación escaló al punto de tensión más alto para el Gobierno. La prensa le acusaba de bombardear indiscriminadamente a la población civil y otros crímenes de guerra en su intento por liquidar a los rebeldes. La Comisión Nacional de Derechos Humanos investigaba la ejecución sumaria de cinco miembros del EZLN.
Acorralado por la presión internacional y la que llamaba a las puertas de casa, Salinas de Gortari declaró un alto el fuego unilateral que el EZLN celebró. Empezaron a sentarse las bases para un diálogo entre el Gobierno, que nombró como representante a Manuel Camacho Solís, y los guerrilleros, en el que también participaría Samuel Ruíz, entonces obispo de San Cristóbal.
Fueron dos años de desencuentros y guerra sucia. Mientras ambos bandos conversaban, el Gobierno desarrollaba una estrategia paralela. Un nuevo presidente, Ernesto Zedillo, tomó el mando a finales de año y estrechó el cerco sobre los guerrilleros con una campaña de contrainsurgencia, más soldados destinados a la región, grupos paramilitares. Zedillo calificó a los rebeldes de “terroristas” y ordenó su arresto. En un intento desesperado por reconducir los afectos de la opinión pública, desnudó la enigmática figura de Marcos y anunció su identidad: Rafael Sebastián Guillén Vicente, un profesor de filosofía originario de Tamaulipas que se echó al monte. Nada funcionó. La influencia del EZLN siguió creciendo. En diciembre de 1994, anunciaron la autonomía de una treintena de municipios sin disparar un solo tiro.
El movimiento altermundista mundial, la juventud que se organizó en un grito desesperado contra la globalización, miraba fijamente hacia los zapatistas. Fueron el faro que alumbró a la izquierda en una década oscura. Los rostros encapuchados de Marcos y la comandanta Ramona se convirtieron en el símbolo de la posibilidad de otro mundo que no cabía en las cumbres del G-20 ni los acuerdos del Fondo Monetario Internacional. Los Che Guevara de un planeta cada vez más mercantilizado. La bandera de una generación que creyó en las palabras de Marcos cuando proclamó aquello de que la libertad es contagiosa y adictiva.
Acuerdos y desacuerdos
A principios de 1996, el Gobierno y los rebeldes firmaron los Acuerdos de San Andrés, un pacto que prometía, en palabras del EZLN, “el reconocimiento a nuestra libre determinación, a nuestra autonomía, a nuestro derecho a asociarnos libremente, a aplicar, en nuestros espacios, el derecho indígena de los conceptos de pueblo y territorio; de nuestro derecho a una representación política nacional y en los estados, a una cierta base para un pluralismo jurídico”. Quedaron en papel mojado. Zedillo no cumplió su palabra.
El cerco militar y los ataques paramilitares se recrudecieron. El 22 de diciembre de 1997 sucedió la agresión más recordada, una herida abierta a cuchillo en la región. Aquel día, un escuadrón paramilitar entró en una iglesia de Acteal, en los Altos de Chiapas, y masacró a 45 personas. 18 eran niños. La matanza tenía como diana a la organización indígena de derechos humanos Las Abejas. Zedillo siempre negó su participación, pero más de dos décadas después, el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, reconoció la implicación del Estado y afirmó que los asesinos pertenecían a “grupos paramilitares con la complacencia de las autoridades”.
El PRI, el anquilosado dinosaurio que había gobernado México durante más de 70 años, se resquebrajaba. En las elecciones del 2000, el derechista PAN llegó al poder, derrocando por primera vez al viejo partido. Vicente Fox fue elegido presidente y, en un alarde de humildad, prometió resolver el conflicto en Chiapas “en 15 minutos”. Pese a todo, los zapatistas decidieron hablar con él. El subcomandante Marcos salió de Chiapas en una caravana con otros 23 altos cargos, entre las que se encontraba la comandanta Esther, recorrió más de 3.000 kilómetros y, el 10 de marzo de 2001, irrumpió en un Zócalo abarrotado.
La bestia negra del Estado mexicano entró desarmada en el centro simbólico del poder nacional a bordo del remolque de un camión. Fue recibido entre cánticos, flores y aplausos. El EZLN llamó a la travesía “La marcha del color de la tierra”, y la usó para exigir la autonomía de los pueblos indígenas. Antes que de que acabara el mes, fueron recibidos en el Congreso con la ausencia de Marcos y los 207 diputados del PAN.
La comandanta Esther subió al estrado. “Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora”, comenzó. “Soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento. Soy indígena y soy mujer, y eso es lo único que importa ahora. Esta tribuna es un símbolo. Por eso convocó tanta polémica. Por eso queríamos hablar en ella y por eso algunos no querían que aquí estuviéramos. Y es un símbolo también que sea yo, una mujer pobre, indígena y zapatista, quien tome primero la palabra”, continuó. “Queremos que sea reconocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de rezar, de curar, nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida”, dijo también.
Silencio, autonomía y la muerte de Marcos
El discurso escribió una página en la historia indígena de México —la historia de México a secas—. Esther, Marcos y el resto de la comitiva regresaron a las montañas de Chiapas. El Congreso aprobó una ley que reconocía los derechos y culturas de los pueblos originarios, pero dio la espalda a su autonomía. El EZLN lo vivió como una traición y rompió con la política parlamentaria. Durante dos años, reinó el silencio de puertas para afuera. En las entrañas del movimiento se preparaban cambios. En 2003, anunciaron la creación de los caracoles o Juntas de Buen Gobierno, cinco regiones que agrupaban sus 39 municipios autónomos y que conformaban una suerte de estructura civil del movimiento.
Durante los siguientes años, Marcos se enfrentó con los mismos intelectuales que apoyaron al zapatismo desde el inicio. Le reprochaban soberbia, haberse cerrado al exterior, no escuchar a nadie. El subcomandante perdió parte de su influencia pública, entró en un silencio hosco. O eso parecía. En 2005, el EZLN publicó la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, la revisión definitiva hasta el momento del texto fundacional del movimiento: su ADN, sus raíces, su ideología, su futuro. En 2006, decidió volver a salir de sus fronteras y recorrió el país como parte de “La otra campaña”, una apuesta por una alternativa de izquierdas al margen de los partidos oficialistas que se enfrentaban en las elecciones presidenciales, que ganaría Felipe Calderón y su fatídica guerra contra el narco. Una nueva forma de extender la palabra, pedir la autonomía y denunciar las desoladoras condiciones de vida de los pueblos indígenas.
Después, volvieron a refugiarse en las montañas. La organización se centró en trabajar de puertas para adentro, en reforzar su autogobierno, construir hospitales y escuelas, educar a una nueva generación nacida y criada en sus territorios independientes. Durante años, Marcos se esfumó del mapa. Corrieron rumores poco contrastados de un deterioro de su salud. En 2014, dos décadas después del alzamiento, el subcomandante anunció su propia muerte, un harakiri metafísico que simbolizó su primer paso atrás. “Por mi voz ya no hablará la voz del EZLN”, dijo, y asumió el nuevo nombre de Galeano en honor a un maestro zapatista asesinado.
Vuelta al silencio. En 2016 la noticia vino de fuera, aunque nadie la esperaba ya. La justicia mexicana absolvió al subcomandante anteriormente conocido como Marcos —y a otros 12 miembros de la organización—de los cargos de los que le acusó durante el Gobierno de Zedillo. Un año después, el EZLN apoyó la candidatura independiente de María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, portavoz del Congreso Nacional Indígena, a las elecciones presidenciales de 2018 que ganó Andrés Manuel López Obrador. Y en 2021, cuando se cumplían 500 años de que Hernán Cortés desembarcara en México, una de sus delegaciones zarpó rumbo a Europa en un velero para realizar “una conquista a la inversa” que buscaba sembrar el viejo mundo de ideas y aprendizajes en vez de muerte y saqueos.
“Chiapas, al filo de la guerra civil”
Chiapas no ha mejorado demasiado desde 1994. Sigue siendo el Estado más mísero del país, con más del 75% de la población, en su mayoría indígenas y campesinos, en condiciones de pobreza. El conflicto armado de las últimas décadas se ha agudizado. El Estado nunca desarmó a los grupos militares y, al contrario, reforzó la militarización y el cerco al EZLN. El auge del crimen organizado en la región, atraído por las nuevas rutas del narcotráfico desde Sudamérica y la posibilidad de hacer dinero que traen megaproyectos como el Tren Maya, ha desencadenado una vorágine de violencia que cada semana se cobra nuevas víctimas. La guerrilla habla de una guerra civil anunciada que puede volver a estallar en cualquier momento ante la inactividad de las autoridades federales y estatales.
En 2023, el año que conmemora el 40º aniversario de la fundación del movimiento, el EZLN ha vuelto a las primeras planas. Primero, con la segunda muerte metafórica de Marcos, que se despojaba así del nombre de Galeano y volvía a asumir el suyo, aunque con un rango menor: capitán insurgente. La guerrilla se reorganiza desde las montañas del sureste mexicano, con una nueva estrategia macerada durante los largos años de silencio. Como prólogo del aniversario del alzamiento, que se celebra estos días en el “Caracol Resistencia y Rebeldía: Un Nuevo Horizonte”, anunciaron la desaparición de los “Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas y las Juntas de Buen Gobierno” por una democracia más directa, donde las comunidades serán la base de la toma de decisiones. En los 21 comunicados que han publicado desde octubre, escritos por Marcos y el subcomandante Moisés, actual mando, hay quien ha visto las pistas de un relevo generacional con mayor presencia de las mujeres. En uno de los textos, Moisés desaconsejaba acudir a la conmemoración del aniversario ante la inseguridad y la desprotección de Chiapas, “a menos, claro, que se organicen muy bien para hacerlo”.
Es pronto para saber hacia qué nuevos rumbos partirá la guerrilla más icónica de la globalización. Por el momento, celebra tres décadas de supervivencia frente al Estado; de su propia manera de entender la política y la vida, la dignidad y la libertad. El futuro del EZLN es incierto. Pase lo que pase, su presente y su pasado son una fábula nunca vista de resistencia que ha reescrito para siempre la historia de México.
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