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la escalada que nadie quiere y a la que todos echan gasolina

Oriente Medio vive un nuevo momento crucial, otro más en su historia reciente, siempre llena de tensiones. Los ataques de Hamás a Israel y la respuesta de Tel Aviv contra Gaza han revivido otros conflictos viejos, de esos que se dicen de baja intensidad. No vienen de la nada, estaban enquistados y con violencia más o menos soterrada, pero se han encendido de nuevo. 

El Gobierno de Benjamin Netanyahu denuncia que hoy hay siete frentes abiertos en su contra pero, en vez de acceder a un alto el fuego en la franja palestina o a levantar el pie en su ofensiva -como hasta le ha reclamado la Corte Internacional de Justicia-, alimenta con sus hechos y su retórica ultraderechista las llamas en otros actores regionales enredados en este ovillo, aliados de Hamás que enarbolan la causa palestina y dicen verse obligados a responder, a no quedarse de brazos cruzados.

Estados Unidos, con apoyos de Reino Unido, se alinea con Tel Aviv y, aunque de palabra haya algunos pescozones a Bibi, le muestra su total apoyo y amenaza a estos otros grupos, milicias y gobiernos proHamás. Joe Biden, su presidente, tampoco puede no hacerlo: está en año electoral, Israel y los votantes judíos son un peso pesado en los comicios y debe mostrarse fuerte ante amenazas antiguas a las que su Administración ha dado sensiblemente de lado en los últimos años. 

Irán, el patrocinador o colaborador de los principales partidos, grupos y milicias que están calentando la zona, de los hutíes de Yemen a Hezbolá en Líbano, pasando por las milicias prochiíes de Irak, no puede no linearse con el Movimiento de Resistencia Islámico, a quien ha armado, ni quedarse quieto ante el rearme norteamericano en Oriente Medio. 

Lo que queda es una situación en la que todos los protagonistas están enredados en sus propios motivos, domésticos, regionales e internacionales, sacando las espadas cuando a ninguno le conviene una escalada y una internacionalización del conflicto de consecuencias inimaginables. 

Cómo están las cosas

Esta semana, la situación se ha agravado con la muerte, el domingo pasado, de tres soldados de Estados Unidos en una base de Jordania, cuando fueron alcanzados por un dron que supuestamente lanzó un grupo denominado Kataib Hezbolá. Los militares estadounidenses confundieron el UAV con uno de los suyos y no lo neutralizaron. Ya había muerto otro de sus nacionales en una acción ofensiva contra los hutíes de Yemen el 11 de enero, abordando un barco en busca de armas iraníes, pero esta es la primera vez que mueren uniformados en un ataque. 

Por eso, durante todos estos días se ha especulado con qué tipo de respuesta dará la Administración Biden, muy presionada por los republicanos para que dé un golpe ejemplarizante, en suelo iraní si es posible. El grupo ha dicho que cesa ya su ofensiva contra EEUU, pero Washington desconfía. 

Finalmente, EEUU ha optado por una serie de ataques contra objetivos iraníes en Siria e Irak, que comenzaron el viernes y se desconoce cuándo acabarán. En su primera andanada, Washington alcanzó más de 85 objetivos e instalaciones vinculadas a la Guardia Revolucionaria iraní en el este de Siria y el oeste Irak, causando 45 muertos. El Gobierno de Bagdad ha informado de que entre las víctimas hay civiles, pero no está claro cuántos de ellos lo son. Importante su reacción: dice que es una violación a su soberanía, en un momento en el que está inmerso en negociaciones con EEUU para establecer un cronograma para la salida de las tropas extranjeras del país árabe que ponga fin a la misión de la coalición internacional contra el grupo terrorista Estado Islámico (EI), recuerda EFE. 

Ya en la noche del sábado al domingo se produjo otro ataque, esta vez a Yemen, a posiciones hutíes, con hasta 48 ataques contra supuestas posiciones de este movimiento chií pro iraní que “no quedarán sin castigo”, según este grupo. El Comando Central de EEUU (CENTCOM) confirmó la ofensiva, conjunta con Reino Unido, que ha tenido como como objetivos instalaciones de almacenamiento subterráneo, comando y control, sistemas de misiles, sitios de operaciones y almacenamiento de drones, radares y helicópteros.

“Estados Unidos y Reino Unido con sus acciones militares en la región están alimentando el caos, el desorden, la inseguridad y la inestabilidad con el objetivo de crear un respiro para este régimen criminal (Israel) acusado de genocidio de los palestinos”, dijo en un comunicado el portavoz del Ministerio de Exteriores iraní, Naser Kananí.

El mundo aguarda en qué quedará esa reacción, que no debe ser ni blanda ni dura, para no convertir la tensión en guerra abierta y para no parecer que enterrar a tres soldados es poca cosa. Y la respuesta, claro, de los objetivos de esos ataques. 

Lo que tenemos hasta ahora es un escenario en el que ha habido 160 ataques a objetivos de EEUU en la zona desde octubre, tras los atentados de Hamás y sus consecuencias. Un centenar de ellos han sido en Siria. Son datos del Departamento de Defensa, que confirma que ha habido disparos “en todos los frentes”, esto es: Líbano, Siria, Jordania, Irak y Yemen. Con esta frecuencia de disparos, era cuestión de tiempo que uno de ellos hiciera verdadero daño, más allá de meter el dedo en el ojo. Irán insiste en que no son obra de ellos, aunque sea de agentes proxy, de miembros de lo que se llama Eje de Resistencia, el grupo de afines que operan en Oriente Medio contra intereses de Israel y de EEUU. 

Se han producido ataques contra con misiles balísticos contra barcos estadounidenses -sobre todo petroleros- en el mar Rojo, bloqueos en el normal discurrir del tráfico marítimo por la zona -por la que discurre un tercio del comercio naval mundial- y atentados contra bases y oficinas de EEUU con granadas de mortero, sobre todo. Washington ha respondido con ataques controlados sobre intereses de los grupos armados, que han causado un número de víctimas desconocido. 

En realidad, estos ataques son recurrentes sobre todo desde que el anterior presidente de EEUU, Donald Trump, decidió en 2018 que abandonaba el pacto con Irán sobre sus investigaciones nucleares, avalado por la ONU y la Unión Europea. Aquella fue la gran esperanza occidental para impedir que el régimen de los ayatolás llegase a tener una bomba atómica pero el republicano insistió en que Teherán estaba financiando el terrorismo. Como réplica, Irán activó a sus socios proxy y comenzó una campaña de acoso sostenido que llega hasta hoy. 

Lo que pasa es que hasta ahora el patrón de escaramuzas estaba cuidadosamente gestionado, ojo por ojo, unos atacaban y otros respondían, pero sin cruzar líneas rojas, por más que se fueran sumando víctimas en el goteo, sobre todo iraquíes. Casi todo lo que lanzaban los enemigos de EEUU era interceptado o destruido y no iba a más, pero el hostigamiento seguía. 

Las cosas se complicaron desde 2019, cuando se produjo un ataque múltiple a bases militares iraquíes con presencia norteamericana por parte del mismo Kataib Hezbolá y causó un muerto, un traductor. Trump mató al líder de la milicia y al general Qassem Soleimani en un bombardeo, ya entrado 2020. Los ataques sobre Gaza se han sumado a esta historia previa de violencia y han resucitado la alianza antiUSA y antiIsrael en la zona y el pulso por el poder regional.

Desde el minuto uno, EEUU ha actuado ahora con una apuesta por la disuasión. Ha enviado a la zona dos portaaviones, ha incrementado sus sistemas de defensa aérea y sus escuadrones de aviones de combate, ha mandado un submarino de propulsión nuclear y a 3.000 efectivos más, donde ya tenía unos 57.000, según el británico Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS). Hay de todo: operadores de UAV, especialistas en explosivos, operadores de defensa aérea y personal de Marina de respuestas anticrisis. La base más grande de EEUU en Oriente Medio está en Qatar.

Por otro lado, que comenzó la ofensiva terrestre sobre Gaza, el partido-milicia chií proiraí Hizbolá ha lanzado desde Líbano 19 ataques contra instalaciones defensivas de Israel, además de centenares de cohetes contra el norte del país, abriendo el segundo frente más preocupante para Tel Aviv. Es la mayor preocupación de la Casa Blanca, porque su arsenal y medios dejan en pañales a Hamás, con drones de ataque, armas pequeñas y artillería, tanques y misiles guiados, de precisión, además de hasta 50.000 combatientes y milicias amigas. En 2006, mantuvo el pulso a Israel en una guerra de 34 días. 

Según datos oficiales, en el intercambio de fuego de estos meses han muerto más de 280 personas -de Hizbolá y algunos grupos afines, más 50 civiles- y 12 soldados de Israel. Un soldado y 39 civiles libaneses han muerto, además de tres sirios y seis ciudadanos israelíes, más nueve soldados. Ahora mismo, hay 60.000 israelíes inocentes desplazados de sus casas del norte para evitar daños -han llegado a ser 80.000-, y en Líbano hay otros 140.000 inocentes fuera de sus casas por el mismo motivo. 

Israel también habría sido golpeado por Irán, que el pasado 16 de enero informó de un ataque con misiles balísticos en el Kurdistán iraquí que alcanzó, entre otros objetivos, “la sede del espionaje del régimen sionista”, el Mossad. “Esta sede ha sido el centro para desarrollar operaciones de espionaje y planificación de acciones terroristas en la región y especialmente en nuestro querido país”, informó la Guardia Revolucionaria iraní. Tel Aviv no ha confirmado ni desmentido este supuesto golpe a sus intereses ni el daño causado.  

La Resistencia Islámica en Irak también ha dicho, sin que se haya verificado, que ha atacado la ciudad turística de Eilat, en el sur de Israel, en el mar Rojo, al igual que los hutíes de Yemen sostienen que han hecho llegar tres de sus drones a suelo israelí, sin informar de consecuencias. 

Todos, por diferentes motivos, tienen que demostrar ahora que no se dejan intimidar por los ataques del adversario y que saben responder, lo que genera una enorme incertidumbre mundial. Los muertos en Gaza no paran de sumarse, convertidos en el mejor combustible para rencillas previas, lo que hace que se empieza a hablar de ambiente de preguerra o de la manida tercera guerra mundial. 

Atrapados y sin voluntad

Pese a los muerto, los heridos, los fuegos cruzados, las amenazas y las desconfianzas, hay una verdad que constatan los principales servicios de Inteligencia del mundo y los analistas más prestigiosos: ninguno de los actores en liza quiere, en realidad, que todo vaya a más. Las milicias que atacaron la base jordana de EEUU posiblemente no podían ni creer el éxito de su dron, ya que habitualmente sus misiones acababan en fracaso. Irán se ha desmarcado de ellos, no los ha aplaudido, porque sabe que las muertes le ponen en un aprieto, el de haberse pasado de la raya, y sufrir sus consecuencias en carne propia.

Es la volatilidad de la zona, donde el cántaro va a la fuente todos los días y nadie sabe cuándo se va a romper. Y el día que se rompa, el agua derramada será sangre, mucha. Pero anhelos belicosos, como que no. Más no conviene a nadie. 

Israel, por ejemplo, no quiere una escalada regional porque ya tiene que gestionar una compleja operación militar en la franja de Gaza, que está lejos de dar los resultados que prometió el primer ministro Netanyahu y por lo que está siendo tremendamente criticado. No ha derrotado a Hamás, que es su meta, ni ha liberado más que a uno de los 250 rehenes que los islamistas tomaron el Sábado Negro -el centenar largo que sí salió fue gracias a un alto el fuego pactado con la milicia-. Tampoco tiene claro cómo se gobernará Gaza cuando termine el conflicto y por quién. Sólo dice que rechaza a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que es a quien apoyan EEUU o la UE. 

Además, la guerra sólo ha dejado en un segundo plano, pero no resuelto, la profunda crisis política del Gobierno de extrema derecha encabezado por Netanyahu y decisiones como la reforma judicial que tuvo meses a los ciudadanos en la calle, sólo devueltos a casa por la guerra en Gaza. Y el premier, en particular, arrastra también sus propios procesos judiciales por supuesta corrupción. 

“Es, por tanto, evidente que una escalada regional, con el riesgo de implicación directa de Irán y Hezbollah en el Líbano, representa una variable de riesgo insostenible para Israel, que podría conducir a la apertura de nuevos y mucho más complejos frentes en los que luchar”, concluyen los analistas Karim Mezran y Nicola Pedde en un informe publicado por el tanque de pensamiento norteamericano Atlantic Council.

Teniendo en cuenta que lo de Hamás es una huida hacia adelante, pensada y prevista, en la que no se planta más que seguir adelante con lo empezado el 7 de octubre, quedan sus dos principales aliados: Hezbolá e Irán. Para ellos, esta coyuntura es también un peligro, más que una oportunidad. 

Decenas de cuerpos de palestinos muertos en los ataques de Israel son enterrados en una fosa común en Rafah, el 30 de enero pasado.Fatima Shbair / AP

Para la milicia chií libanesa, la posibilidad de un conflicto directo con Israel “resultaría casi con certeza en una crisis política a nivel nacional, que correría el riesgo de arrastrar a Beirut nuevamente a una guerra civil después de más de cuatro años de colapso económico, estancamiento parlamentario y tensiones crecientes entre los diferentes grupos confesionales del país”, auguran el investigador del Rafik Hariri Center y el director del Instituto de Estudios Globales de Roma. 

Para Teherán, por su parte, una escalada regional podría dar lugar a que Estados Unidos e Israel “entren en una dinámica de conflicto capaz de afectar directamente al país”, que es lo que está pidiendo directamente la rama más radical del Partido Republicano, que se ataque a Irán en el propio Irán, una respuesta endiablada pero que calienta el debate antes de unos comicios, los de noviembre, en los que la política exterior concentrará no poca atención. A eso se suma que el contexto doméstico no es bueno para la República Islámica, porque se ha levantado una oposición popular importante, al calor del asesinato de Mahsa Amini, que podría dispararse en caso de guerra o agresión. 

El cansancio es mucho y a ello contribuye, también, el desgaste económico por las sanciones internacionales impuestas al país. Tampoco hay que olvidar, además, que hay tensiones internas entre las distintas generaciones de ayatolás y sensibilidades más de halcón y más de paloma, que pueden chocar aún más ante un conflicto armado abierto. 

¿Y Siria, que concentra la mayor parte de los ataques de EEUU? Los expertos sostienen que “podría convertirse en uno de los frentes más candentes para contrarrestar el papel de Irán en la región” y con ello se frustrarían los planes del dictador, Bashar al-Assad, por dejar atrás la guerra de 12 años que arrastra. Jordania, el país árabe más estable de la zona y donde fueron muertos los tres militares de EEUU, teme por su estabilidad, igualmente, porque en el país residen más de tres millones de refugiados, la mayoría palestinos, y “probablemente se convertiría en el epicentro de las demandas palestinas, lo que pondría a prueba la resiliencia del Reino Hachemita”, sostiene el think tank

Egipto preocupa, porque se ve “acosado por una grave crisis económica” y no quiere sumarle a eso el flujo masivo de refugiados que podría recibir si las cosas van aún a peor, si cabe, en Gaza. La ANP denuncia un intento de Segunda Nakba o catástrofe, de un desplazamiento forzoso de población desde la franja. Los egipcios ya tienen en su territorio a nueve millones de inmigrantes y refugiados, muchos de Sudán, Siria, Yemen y Libia, y no puede permitirse más. En paralelo, dice el análisis, tampoco gusta que la guerra se prolongue y tenga más víctimas porque El Cairo pueda aparecer como colaboracionista con Tel Aviv por no ayudar más a los gazatíes -aunque hay iniciativas civiles maravillosas en este sentido- y es posible que, con más tensión, deba enfrentar “el resurgimiento de los derrocados Hermanos Musulmanes, lo que podría preparar el escenario para una crisis que El Cairo no está de ninguna manera dispuesto a abordar”. De ese partido derrocado del poder viene, en parte, el Hamás de hoy. 

En el caso de las monarquías del Golfo, concluyen los analistas en su repaso de escenarios, “tal vez tengan que lidiar con las posibles consecuencias de la amenaza de Irán de convertir el Estrecho de Ormuz –por donde pasa el 20% del petróleo mundial– en una zona de guerra bloqueando la vía fluvial”. Y como consecuencia general, alertan de un posible “resurgimiento del terrorismo respaldado por los islamistas, que perturbaría el orden social y económico en toda la región”.

Todos están atrapados en un dinámica tóxica que puede acabar muy mal. Desde luego, las palabras “diplomacia” o “diálogo” no se ven aparecer por ningún lado. Y mientras, en Gaza, en el origen, no llega el alto el fuego.

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