“Yo proyectaba una película sobre Luis Aragonés antes de que falleciera, lo tenía hablado con él” | Relevo
La cita es a las 7 de la tarde. Pero José Luis Garci aparece 10 minutos antes. Y yo hago lo mismo. Por lo tanto, dos tipos más bien mayores esperamos ante la puerta a que abran el bar. No componemos, supongo, una estampa muy edificante. Da igual. Garci, que tiene un Oscar y tres nominaciones, acaba de cumplir 80 y se le ve en plena forma. Avisa, sin embargo, de que el médico sólo le permite un Dry Martini a la semana y se lo tomó anteayer. Hoy, dice, se portará bien. Nada de alcohol. Luego las cosas van como van.
Ya dentro del bar Cock nos ponemos de acuerdo en terminar antes de las 9, porque esa noche la Real Sociedad acude al Parque de los Príncipes para jugar con el PSG y ambos queremos ver el partido. Marta, la fotógrafa, empieza a hacer su trabajo. Yo tengo un Dry delante. Garci, un vaso de agua.
Hombre, queda raro salir en la foto con un vaso de agua.
Que me pongan a mí también un Dry. Pero sólo para la foto, ojo.
Y a Garci le sirven su Dry.
Como Garci es un especialista en cine negro y en novela negra, además de en muchas cosas, y es del Atleti, empezamos hablando de un hombre que, en mi opinión, no habría desentonado en una novela de Raymond Chandler. Por su aspecto. Por su carácter. Porque parecía perder incluso cuando ganaba.
Tú fuiste amigo de Luis Aragonés
Qué tío. Yo proyectaba una película sobre Luis antes de que falleciera. Lo tenía hablado con él y con su mujer. No quería centrarme tanto en su carrera como futbolista y entrenador como en lo que era Luis, en su tremenda personalidad. Pero murió.
Para mí fue uno de los más grandes en la historia del fútbol español.
Creo que hay dos tipos que habrían llegado muy lejos en cualquier cosa que hicieran, aunque no hubieran jugado al fútbol. Hablo de Alfredo di Stéfano y de Luis Aragonés. Dos genios.
¿Cómo os conocisteis?
Voy a contarte una historia. El 24 de noviembre de 1974, el Atleti pierde con el Sporting de Gijón, va mal en la clasificación y el presidente, Vicente Calderón, decide cesar al entrenador, Juan Carlos Lorenzo. El día siguiente, Calderón habla con Adelardo Rodríguez, que además de ser uno de los jefes del vestuario es su yerno, y le pregunta si cree que Luis Aragonés, que en ese momento tiene 35 años y se mantiene como titular fijo en el equipo, sería un entrenador apropiado para el Atleti. Adelardo dice que sí. Y Calderón convence a Luis.
(En ese momento, Garci da un primer sorbo al Dry que, en principio, sólo estaba ahí como una pieza de “atrezzo”)
“El boxeo es puro género negro, ahí tienes gente de origen pobre, tienes riesgo, tienes mafia, tienes apuestas, tienes al tipo que se juega la vida por ser campeón…”
Vaya salto.
Bueno, pues el martes 26 de noviembre Luis Aragonés se presenta en el estadio con chaqueta a cuadros, camisa amarilla y corbata. Lleva bajo el brazo una carpetilla azul de aquellas de cartón, que se cerraban con dos gomas. Lo sé porque ese día, 26 de diciembre, inicio mi primer rodaje como director. Se trata de un documental que se llamará “¡Al fútbol!”. Y las primeras escenas se ruedan en el estadio del Manzanares. Le digo a Luis que tengo autorización, él me pregunta qué necesito, le digo que un delantero, un portero y una portería. “¿Te van bien Pacheco e Irureta?”. “Perfectos”.
Acto seguido, Luis llama al equipo. Cuando los tiene alrededor empieza a hablarles de usted. A ellos, que dos días antes eran sus compañeros. Adelardo no daba crédito. “Nos trataba como si no nos conociera de nada”, me dijo Adelardo años después. Desde aquel momento, nadie discutió a Luis. Ese año salvó al Atleti (quedó sexto). En 1977 ganó la Liga.
Sin embargo, Luis fue discutidísimo como seleccionador nacional. La prensa le atacaba sin descanso. Por el «sacrilegio» de no convocar a Raúl González, por los malos resultados, por formar un equipo de futbolistas pequeños… Fue un auténtico ensañamiento. No sé cómo llegó con ánimos a la Eurocopa de 2008.
Porque a Luis le daba igual. Menudo carácter tenía. Eso sí, él había avisado de que, pasara lo que pasara, dejaba el cargo. Se sentía libre. E impuso ese equipo triunfador con tipos bajitos como Xavi, Iniesta o Silva. Prefirió el talento a la envergadura. Y ganó.
Después, Vicente del Bosque ganó el Mundial y otra Eurocopa.
Hay que reconocer que Del Bosque supo mantener el bloque creado por Luis e hizo un buen trabajo. Pero creo que Luis no llegó a ser reconocido como uno de los grandes técnicos de su época. No sólo a nivel español. Te pongo un ejemplo. Cuando Marcel Domingo es nombrado entrenador del Atleti, en 1969, aplica, creo que por primera vez en Europa, el 4-4-2: Ufarte y Gárate en punta y cuatro centrocampistas con mucha llegada, entre ellos Luis. Pues bien, en la aplicación de ese sistema Luis tuvo mucho que ver. Como jugador ya tenía muy claras esas cosas. Y con ese sistema, en la final de 1974, el Atleti le pega un repaso a un Bayern que tenía a Franz Beckenbauer y a seis o siete jugadores de la selección que ese mismo año fue campeona del mundo.
“Cuando un entrenador puede fichar para cada puesto a los mejores del mundo, como ocurre en el Manchester City o el Real Madrid, la cosa es bastante más fácil”
Hemos llegado al momento fatídico. Aquella final maldita del 15 de mayo de 1974.
La vi en un pequeño televisor en color, con Pepe Sacristán. Como era San Isidro, Pepe iba reclamando la intercesión del patrono de Madrid: “¡Joder, santo, echa una mano…!”. Luis marcó su gol fantástico en el minuto 114 y te aseguro que ni entonces lo tuve claro.
El central del Bayern, Georg Schwarzenbeck, marcó desde el centro del campo un gol imposible justo en el minuto 120, el último de la prórroga. Y hubo que jugar una segunda final que el Atleti perdió. ¿Cómo pudo dejarse empatar el Atleti en esos seis minutos?
Tenían que haber sido listos. Caerse, hacer faltas, coger el balón con la mano. Eso lo hacen muy bien los argentinos y el entrenador, joder, era argentino. Pero un gol puede tener un efecto raro sobre un equipo, bueno o malo. De repente dejan de escucharse las órdenes del técnico, todo el mundo se desmelena… Las emociones colectivas son muy extrañas.
(Garci da un segundo trago a su Dry un giro a la conversación)
¿Qué es un gran entrenador? Para mí, un tipo que toma un equipo medianito y lo hace campeón. Cuando un entrenador puede fichar para cada puesto a los mejores del mundo, como ocurre en el Manchester City o el Real Madrid, la cosa es bastante más fácil. Te garantizo que si a mí me hicieran entrenador del Madrid, lo dejaría entre los tres primeros de la Liga. Lo que tiene mérito es hacer lo que está haciendo Michel en el Girona.
O lo que hizo Brian Clough con el Nottingham Forest: dos copas de Europa.
Exacto. ¿Te acuerdas de José María Maguregui? Sacaba lo mejor de los equipos modestos. Luis Aragonés le tenía mucho respeto. Mira, que Pep Guardiola entrene al Espanyol y gane la Liga. Entonces podremos hablar de si es el mejor técnico del mundo.
¿Por qué el fútbol, tan lleno de drama y épica, da tan mal en el cine?
Porque si filmas una película sobre fútbol puedes contratar a futbolistas, que serán malos actores, o a actores que serán malos futbolistas. John Huston intentó una mezcla en Evasión o victoria. Pero nunca sale bien del todo.
‘Pelota de trapo’, aquella vieja película argentina (1948), no está mal.
También quedó apañada una italiana, Los héroes del domingo (1952), pero porque el protagonista, Raf Valone, había sido futbolista antes que actor.
El boxeo da mejor resultado en el cine.
Es que el boxeo es puro género negro. Ahí tienes gente de origen pobre, tienes riesgo, tienes mafia, tienes apuestas, tienes al tipo que se juega la vida por ser campeón… El boxeo ha dado un montón de obras maestras del cine negro. The set up (en España, Nadie puede vencerme), de Robert Wise, es una maravilla.
“Yo habría preferido ser un futbolista que gana un Mundial a ser un director de cine que gana un Oscar”
Hombre, en cuanto a mafias, apuestas, trapicheos y demás, el fútbol no va mal servido.
Yo intenté sacar adelante un proyecto llamado Fuera de juego con Alfredo Landa. Alfredo iba a interpretar a un entrenador medio fracasado que reunía un equipo de futbolistas rebotados, sancionados, con lesiones crónicas y mala fama. La idea se parecía a la de Doce del patíbulo, pero en fútbol. Podía tener épica. Al final no salió.
¿Ves tantos partidos como películas?
Qué va. Veo más partidos que películas. Tengo muy claro que me gusta más el fútbol que el cine. Y conste que nunca he gritado en un estadio. Ni siquiera contra el Real Madrid. ¿Cómo voy a abroncar al Madrid, si he tenido la suerte de ver jugar a Alfredo di Stefano y a Paco Gento?
Yo soy del Espanyol. No me gusta nada el Barcelona. Pero en 1973, cuando ficharon a Johan Cruyff, procuré ir al Camp Nou todo lo que pude. Porque aquello había que verlo y admirarlo, al margen de simpatías.
Hombre, también había que ver a aquel Espanyol de los delfines: Amas, Marcial, Re, Rodilla y José María. A Luis Aragonés le encantaba José María. Decía que fue uno de los primeros futbolistas europeos en lanzar faltas con el efecto de la folha seca.
Ya. Pero ese equipo de los ‘delfines’ bajó a Segunda en 1969. Imagínate el disgusto que me llevé, con 10 añitos.
Es que el fútbol te hace sentir cosas que… Una vez se lo dije a Jorge Valdano: yo habría preferido ser un futbolista que gana un Mundial a ser un director de cine que gana un Oscar. Es absolutamente verdad. Y creo que entiendo un poco de fútbol. Yo no miro solamente a los 11 de mi equipo. Miro a los 22 que están en el campo y procuro analizar fríamente.
¿Y qué piensas de la evolución del fútbol?
Que cada vez se parece más al baloncesto. Tantas pausas, tantos cambios, tanto cronómetro… Están transformándolo en otra cosa. Y también me fastidia lo de los números. El extremo izquierdo titular debe llevar el 11, no el 42 o el 27.
(Otro trago al Dry que no estaba ahí para bebérselo).
Yo añoro un fútbol un poco más asilvestrado, más agónico, quizá un poco más violento a veces. Valdano me dijo que eso es nostalgia de la niñez y que por eso me gusta el «fútbol de pueblo». Puede ser. Pero, para mí, pocos partidos han sido mejores que la semifinal Italia-Alemania en el Mundial del 70.
Me acuerdo. En realidad, el partido fue normalito. Lo sensacional fue la prórroga. No había cambios, así que Beckenbauer tuvo que seguir jugando con una clavícula dislocada y el brazo en un cabestrillo. Estaban todos heridos y reventados. Qué agonía. Pero en torno al fútbol de aquella época flota un error, el de pensar que ganaba quien más leña repartía. Solía ocurrir lo contrario. Recuerda aquella selección de Hungría con Puskas, Hidegkuti, Kocsis o Czibor que en 1953 se presentó en Wembley y le metió un 3-6 a Inglaterra: apenas hacían una falta. (Nota: los ingleses, ofendidos, creyeron que aquello había sido una casualidad y pidieron una revancha en Budapest, donde cayeron 7-1). O recuerda la selección de Brasil en 1958, para mí la mejor de todos los tiempos: no pegaban una patada a nadie.
“En torno al fútbol de aquella época (años 50, 60 y 70) flota un error, el de pensar que ganaba quien más leña repartía. Solía ocurrir lo contrario”
Es curioso. Quizá por algo generacional, para mí el mejor Brasil es el de 1970.
Hay que tener en cuenta una cosa: el Mundial de 1966 fue el primero que se retransmitió en directo por televisión. Los partidos de 1958 o 1962 los veíamos al día siguiente, sabiendo el resultado, y no era lo mismo. Yo vi el Mundial de 1966, cuando el mundo descubrió a Beckenbauer, con mis compañeros de litera en el campamento de Colmenar Viejo. Eran Manuel Martín Ferrand, que ya trabajaba en la SER, y Antonio Fraguas, un mezclador de imagen en Televisión Española que luego se convirtió en el gran Forges. Mantuvimos para siempre la amistad que comenzó en la mili.
Tú cubriste como periodista un Mundial, el de 1994 en Estados Unidos.
Sí. Una crónica diaria de tres o cuatro folios para ABC. Llegabas al hotel, le dabas a la máquina de escribir, enviabas por fax, luego al aeropuerto para volar a otro partido… Boston, Chicago, Detroit, San Francisco… No quiero repetir esa experiencia, fue una tortura. No sé cómo soportáis ese ritmo los periodistas profesionales. Después del último partido me tomé un Dry Martini glorioso en el Blue Bar de Nueva York. Qué alivio.
Hay poca gente hoy en el bar.
Está casi vacío. Vivimos un cambio de época y nosotros somos de otros tiempos.
Será que la gente prefiere ver a la Real con el PSG.
Pues hagamos nosotros lo mismo.
(En la copa de Garci queda un poco de líquido. En cierta forma, no se ha tomado el Dry Martini. Digamos que no del todo).