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Análisis | Cómo Macron allanó el camino a la ultraderecha – El Salto

La extrema derecha de la Reagrupación Nacional (RN, antiguo Frente Nacional) es por primera vez la primera fuerza en Francia. La izquierda unida en el Nuevo Frente Popular resiste, y el macronismo se hunde y paga los platos rotos del nefasto cálculo político que tuvo disolver la Asamblea Nacional tras las elecciones europeas. Esos son los titulares que deja la primera vuelta de las elecciones legislativas en el país galo. La participación en las elecciones fue particularmente importante. Por encima del 66% es la cifra más alta desde 1997, superando con creces las de los comicios de 2022 (47,5%) o de 2017 (48,7%) dejando claro que se trata de una contienda histórica. Aunque la Agrupación Nacional de Marine Le Pen y Jordan Bardella parte con clara ventaja, no está todo escrito.

¿Es posible un gobierno de la extrema derecha en Francia?

La primera vuelta de las elecciones legislativas muestra una tendencia parecida a los comicios de las europeas. Observamos una Agrupación Nacional y aliados (sección de Ciotti de Los Republicanos) muy fuerte con un 33% de los votos (frente al 18, 68% de los mismos comicios en 2022), confirmando así su tendencia al alza. La extrema derecha ha obtenido cuarenta diputados directos en primera vuelta. Lejos queda aquella idea de que el escrutinio mayoritario a dos vueltas frenaba a la extrema derecha y le dejaba con menos de una decena de diputados (hasta 2022). Si es verdad que con la candidatura de Reconquête, de Éric Zemmour, duplican el resultado obtenido en las legislativas de 2022, cabe relativizar este salto comparándolo con el número similar de votos que las candidaturas de la extrema derecha obtuvieron en las elecciones presidenciales del mismo año (10,5 millones de votos). La izquierda no ha logrado generar la dinámica ganadora a su alrededor. A pesar de mejorar sus resultados de las elecciones legislativas de 2022 y de situarse como segunda fuerza, las fuerzas de izquierda se dejan más de un millón de votos en comparación a las elecciones presidenciales del mismo año y su base electoral se mantiene estable alrededor del 30% del voto (si se tiene en cuenta el voto a las candidaturas de izquierdas de las circunscripciones de ultramar que no entraron en el acuerdo de etiqueta Nuevo Frente Popular, pero que de facto forman parte de la coalición) desde 2017. La tercera plaza del campo presidencial muestra la caída libre de la figura de Emmanuel Macron, pero su espacio político resiste mejor de lo que se preveía con alrededor de 6,5 millones de votos. Aunque el bloque macronista y el de ultraderecha hayan invertido sus plazas, el paisaje electoral francés vuelve a ser el de una tripolarización.

Las figuras principales del Nuevo Frente Popular tomaron sus responsabilidades y llamaron a retirar sus candidaturas ahí donde llegaban terceros por detrás del candidato macronista

Con la alta participación, otra de las sorpresas que nos dejó la primera vuelta son las más de trescientas triangulares (circunscripciones donde la obtención del diputado se lo juegan tres candidatos) para la segunda vuelta. Ahí reside una de las claves para el triunfo o, en su detrimento, la contención de la extrema derecha el 7 de julio. Y es que mantener tres candidaturas en una circunscripción donde la RN es muy fuerte, es a menudo contraproducente, divide el voto de contención y facilita la elección del diputado ultraderechista. En este sentido, más de 200 listas se han retirado para la segunda vuelta con el objetivo de hacer un frente republicano y evitar una victoria de la extrema derecha. En la izquierda, desde la intervención de Jean-Luc Mélenchon durante la noche electoral, las apelaciones al frente republicano fueron desde el primer momento claras y sin dejar lugar a dudas. Las figuras principales del Nuevo Frente Popular tomaron sus responsabilidades y llamaron a retirar sus candidaturas ahí donde llegaban terceros por detrás del candidato macronista. Esta toma de posición cristalina, incluso para circunscripciones donde esto implicaba retirarse ante la exprimera ministra Élisabeth Borne que impuso la reforma de las pensiones, contrarrestó con la división y confusión reinante en el campo presidencial. El mismo ministro de Economía, Bruno Le Maire, equiparó a la Francia Insumisa y a la Agrupación Nacional tachándoles de “peligro para la nación” o de promover la “violencia”, el “antisemitismo” y el “comunitarismo”. Otras figuras como el ex primer ministro, Edouard Philippe, o la ministra de Igualdad, Aurore Bergé se expresaron en términos parecidos.

Uno de los escenarios más probables es el bloqueo. Es decir, que ningún bloque (el neoliberal de Macron, el de la extrema derecha y el de la izquierda de ruptura) tenga la mayoría absoluta

Recordemos que la Francia Insumisa es el principal partido de la coalición del Nuevo Frente Popular, lo que hace que esa equidistancia macronista beneficie de manera importante a la extrema derecha en los duelos de segunda vuelta. Poner al mismo nivel a la extrema derecha y a la izquierda, como si constituyeran el mismo riesgo para la democracia, contribuye a diabolizar a esta última e invita a que tu electorado dude ante las urnas. Sin embargo, aunque el frente republicano esté muy degradado (como ya se pudo ver en las elecciones legislativas de 2022), una versión más descafeinada del mismo puede impedir que la extrema derecha obtenga la mayoría absoluta este 7 de julio. Esta mayoría absoluta de la Agrupación Nacional parece menos plausible tras la renuncia de cientos de candidaturas y las llamadas al frente republicano del primer ministro Gabriel Attal.

Emmanuel Macron volvió a presentarse como ese presidente jupiteriano que despreciaba la democracia en una doble faceta burguesa y plebeya: la del Parlamento y la de las calles 

A pesar de los graves titubeos, llamando a juzgar caso por caso si tenían que retirar candidaturas allá donde había un candidato insumiso, el macronismo , ha terminado por apoyar in extremis el cordón republicano con algunas excepciones. En este sentido, cabe resaltar nuevamente que ha sido la izquierda quien ha cedido más candidaturas (134 de la izquierda, frente a 89 del campo presidencial) además de haber mostrado un discurso más contundente para frenar a la extrema derecha.

En todo caso, habrá que esperar al 8 de julio para saber qué resultados obtiene la Reagrupación Nacional (la mayoría absoluta está en 289) y sí con una mayoría simple podría gobernar o si podría imponerse un Gobierno técnico. Uno de los escenarios más probables es el bloqueo. Es decir, que ningún bloque (el neoliberal de Macron, el de la extrema derecha y el de la izquierda de ruptura) tenga la mayoría absoluta y que ninguno pueda articular mayorías en la Asamblea Nacional para sacar adelante leyes o el presupuesto. Y hay que recordar que el presidente de la República no puede volver a disolver la Asamblea hasta pasado un año de la última disolución.

La demonización de la izquierda y la legitimación de la ultraderecha

El mismo Emmanuel Macron es uno de los grandes responsables de que la extrema derecha esté a las puertas del poder. Parecería que el presidente galo, que prometió hacer todo “para que nadie tenga que votar por los extremos”, hubiera aplicado un manual de instrucciones para allanar el camino a la extrema derecha. Por una parte, desde su reelección en 2022 ha seguido aplicando las políticas de corte antisocial que ya habían provocado el movimiento de los chalecos amarillos en la primera legislatura. En esta ocasión la controvertida reforma de las pensiones y su consecuente retraso de edad de jubilación, especialmente alargando la cotización necesaria para recibir una pensión completa, incendió las calles de las principales ciudades francesas durante buena parte de la primera mitad del año 2023.

A pesar del rechazo tajante de la opinión pública, de todos los sindicatos o de los principales partidos, el gobierno Borne decidió sacar adelante la reforma por decreto, es decir, aplicando el controvertido artículo 49.3 de la Constitución que permite sacar adelante leyes sin el voto del parlamento. Tras superar una moción de censura por la mínima, el Gobierno no se mostró dispuesto en ningún momento a dialogar o a encontrar un acuerdo que contemplara parte de las inquietudes de los trabajadores. Sacando el rodillo, Emmanuel Macron volvió a presentarse como ese presidente jupiteriano que despreciaba la democracia en una doble faceta burguesa y plebeya: la del Parlamento y la de las calles que trató de “masa sin legitimidad”. Esta inflexibilidad y su consecuente regresión democrática pueden inducir la idea de que no existen cauces democráticos para un cambio social. Y abona el terreno fértil para la antipolítica de la extrema derecha que, ante la imposibilidad de cambiar las reglas de juego, te propone una distribución de la tarta existente excluyendo al otro. Si no puedes con los poderosos, podrás con los más débiles.

En CNEWS han lanzado mensajes a los espectadores para que rechacen los resultados de la segunda vuelta si no gana la RN con mayoría absoluta

Más allá de eso, hay que destacar el discurso del macronismo estableciendo equivalencias entre la extrema derecha y la izquierda. Lleva tiempo movilizando el argumento de que “los extremos se tocan” y que son o ellos o el caos. Sin embargo, es el partido de Macron que conscientemente ha estado alimentando a la extrema derecha con un nefasto cálculo político. Desde 2022, consciente de que su única manera de mantenerse en el poder era seguir apareciendo como sola alternativa frente a la extrema derecha, se dedicó a pervertir todas las categorías del lenguaje político en su campaña de demonización de La Francia Insumisa. El partido de Mélenchon ha sido descalificado sistemáticamente y situado fuera del “arco republicano”, presentado como una “extrema izquierda” más peligrosa aún. Y, sin embargo, este discurso permanente de hablar de “extrema izquierda” y extrema derecha, es contradicho por la más alta jurisdicción administrativa francesa, el Consejo de Estado, que confirma que tanto La Francia Insumisa como el Nuevo Frente Popular pertenecen al bloque de la “izquierda” porque privilegian una vía institucional, el respeto de la República y una voluntad reformista. Pero, los de Le Pen sí son calificados de extrema derecha al inscribirse en la filiación de partidos que cuestionan el carácter universal de los valores republicanos de libertad e igualdad: antisemitismo, racismo, xenofobia, etc.

Una de las grandes victorias de la Agrupación Nacional, en gran parte gracias al campo mediático y al macronismo, es haber traspasado la demonización a la izquierda. En este sentido uno de los grandes aliados de la extrema derecha ha sido el magnate Vincent Bolloré, propietario de varios medios de comunicación como CNEWS (conocida como la Fox francesa) o Europe 1 que dan la palabra casi exclusivamente a presentadores y políticos de la (extrema) derecha. El diario Le Monde revelaba como la alianza de la sección más dura de Los Republicanos con la Agrupación Nacional de Le Pen se había orquestado en una reunión entre Éric Ciotti y el mismo magnate que siempre ha defendido la unión des droites. Durante años, los medios de Bolloré han dopado las noticias con debates y tertulias que vinculaban inseguridad e inmigración. Se ha vuelto costumbre debatir en las principales cadenas francesas sobre la islamización, la islamo-izquierda (islamogauchisme) de la universidad, el gran reemplazo (grand remplacement) de la civilización cristiana y blanca por otra musulmana y racializada, los supuestos efectos destructores de la teoría del género en los niños y en las niñas, la inseguridad en los barrios por la presencia de inmigrantes no asimilados, etc. Además, a años luz de un verdadero pluralismo mediático, los invitados son siempre marcadamente de (extrema) derecha. Más grave aún, tras la primera vuelta de las legislativas, en CNEWS han lanzado mensajes a los espectadores para que rechacen los resultados de la segunda vuelta si no gana la RN con mayoría absoluta. En definitiva, el objetivo ha sido el de instalar un clima mediático que banalice la xenofobia y que favorezca el discurso y agenda de la extrema derecha, además de demonizar a la izquierda.

La normalización de la extrema derecha no se puede entender sin la demonización de la izquierda y en concreto de la Francia Insumisa. Jean Luc Mélenchon ha sido denostado y demonizado hasta la saciedad, siendo el tema principal de los medios para desestabilizar a los candidatos de izquierdas. En contraposición a la “dureza” y “radicalidad” de Mélenchon, los medios han presentado a Raphaël Glucksmann o François Ruffin, como figuras más aceptables y moderadas dentro de la izquierda para terminar de hacer inaceptable al líder insumiso y tratar de refundar espacio socialdemócrata “respetable”.

Hoy La Francia Insumisa es tildada de manera difamatoria de antisemita, mientras que la extrema derecha es presentada como una fuerza responsable de orden y de Gobierno. A pesar de esa imagen “moderada” de los líderes de la Agrupación Nacional, lo cierto es que solo hace falta escarbar un poco para ver cómo sus cuadros medios tienen actitudes abiertamente racistas o antisemitas. El digital Mediapart reveló que el presidente de la Agrupación Nacional, Jordan Bardella, sigue apoyando las candidaturas de 100 casos problemáticos, es decir, de 100 aspirantes a diputados conocidos por sus declaraciones de odio. Estas candidaturas van desde una nostálgica de Franco en cabeza en Pyrénées-Atlantiques hasta Joseph Martin que tuiteó “el gas hizo justicia a las víctimas de la Shoah”. Desde la lucha contra el supuesto “islamoizquierdismo”, obsesión del mismo ex ministro de Educación Jean-Michel Blanquer, pasando por la campaña electoral en la que Macron tachaba a la izquierda de “inmigracionista” (categoría empleada desde los años 80 por Jean-Marie Le Pen) o les acusaba de promover una ley “absurda” para “cambiar de sexo en el ayuntamiento”, la retórica del campo presidencial no solo pretendía demonizar a la izquierda, sino que lo hacía retomando el mismo lenguaje de la extrema derecha. Recordemos que la derechización del discurso macronista ha llegado a unas cotas tan altas que hasta Ministro del Interior, Gérald Darmanin, llegó a tildar de “blanda” a Le Pen en un debate sobre la inmigración y el Islam.

A propósito de la normalización de la extrema derecha por el campo presidencial, en diciembre de 2023, con los votos de la ultraderecha, el Gobierno aprobó la “ley inmigración”. Esta contempla la “prioridad nacional” a la hora de conceder prestaciones sociales a personas extranjeras comprando, en particular, el programa de la Agrupación Nacional y, en general, avalando las obsesiones identitarias de la extrema derecha. No es por nada que Le Pen celebrara esta ley, que vulnera todavía más los derechos de las personas extranjeras, como una “victoria ideológica”. Y en estas elecciones, los macronistas presentan un programa que insiste en expulsar a los extranjeros que representen una amenaza al orden público o celebran el pacto europeo de asilo e inmigración que permite abrir centros de retención de migrantes en las fronteras externas de Europa.

En definitiva, el éxito de la extrema derecha se encuentra, sobre todo, en los deméritos de los gobiernos neoliberales y en la forma que han tenido de dar cabida y legitimidad a sus planteamientos. El ejercicio del poder autoritario y antisocial de Macron, con el apoyo de los medios de comunicación que han banalizado las tesis racistas y xenófobas, ha sido el mejor pasaporte para que la extrema derecha esté hoy en Francia a las puertas del poder. El país galo nos deja una nueva lección sobre qué no hacer para frenar a la extrema derecha.

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