Aunque a la mayoría no les suene el nombre, son las tres mayores emisoras de gases de efecto invernadero sobre el planeta. Saudi Aramco, la empresa más rentable en 2022, suministra en torno al 10% del petróleo global. Gazprom, la niña bonita de Putin que da oxígeno en forma de rublos a la economía rusa, controla el 15% de las reservas de gas fósil del planeta. Y China Energy, la gran campeona del carbón global, está haciendo lo que a mucha gente le sorprenderá en 2024: construye centrales térmicas de baja eficiencia movidas por el mineral negro como si no hubiese mañana a lo largo de Asia y África.
Mickaël Correia, periodista francés especializado en crisis climática, ha recopilado sobre el papel la estrategia de estas tres contaminadoras globales para perpetuar su negocio climaticida otorgándolas un calificativo que aparece en el propio título del libro, Criminales climáticos (Altamarea, 2024), con un subtítulo no menos directo: Las multinacionales que arrasan el planeta.
Cien empresas son responsables del 71% de las emisiones desde 1988. Todas de la industria fósil. En 2023, las tres principales petroleras del planeta, precisamente las tres en las que centras tu libro, siguen aumentando beneficios y emisiones. ¿Existen herramientas reales para frenar a los grandes contaminadores globales?
Los grupos empresariales dedicados a los combustibles fósiles dicen que simplemente responden a la demanda. Pero la demanda en sí no legitima lo que se comercia. Nuestras sociedades demandan armas, drogas y medicamentos. Y nos parece normal legislar sobre ello para imponer cuotas o incluso prohibir su uso. Cuando una petrolera afirma que sólo responde a la demanda, oculta todas las herramientas políticas que ya existen y que podrían debatirse para sacarnos del desastre actual.
Así que, sí, disponemos de herramientas de limitación y regulación (dos palabras tabú en la lógica neoliberal que sustenta nuestro mundo actual) que podemos movilizar. En primer lugar, a escala internacional. Desde la primera COP en 1995, las emisiones mundiales no han dejado de aumentar irremediablemente. Hay que cuestionar la utilidad misma de estas reuniones. Hemos visto en la COP28 de Dubai que no es el lugar para acabar con las energías fósiles. Las COP no cuestionan las reglas de la globalización económica y financiera desenfrenada que está en el origen de la catástrofe climática. Al contrario, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y otros acuerdos bilaterales imponen normas vinculantes y sanciones que protegen la economía globalizada. En resumen, durante los últimos 30 años, la legislación internacional sobre comercio e inversiones ha primado sobre la emergencia climática.
La solución urgente sería empezar por desmantelar y renovar democráticamente estas instituciones neoliberales y las normas que rigen la globalización para obligar a los países y a los gigantes del petróleo, el gas y el carbón a respetar sus compromisos climáticos, so pena de sanciones.
China es una contradicción: es un país que sigue construyendo centrales eléctricas de carbón, pero al mismo tiempo es el campeón mundial en capacidad instalada de energía eólica y solar
Después, a escala nacional, se podrían aplicar otras herramientas reguladoras para organizar la sobriedad de manera justa sin afectar a los más vulnerables: imponer cuotas de emisión y producción a las empresas so pena de sanciones económicas, imponer planes climáticos validados por las autoridades medioambientales y la sociedad civil, nacionalizar las partes de exploración de petróleo y gas de las multinacionales para hacer la transición energética que estas empresas no quieren hacer.
Herramientas no faltan, lo que falta es voluntad política…
China es el gran mercado de gas futuro, en el que se está apoyando Rusia y Gazprom, y es la gran constructora de centrales de carbón en la actualidad, principalmente en Asia meridional y África. Su presidente, Xi Jinping, sin embargo, no deja de hablar de la nueva “civilización ecológica” que quiere construir. ¿Se puede confiar en China para frenar la crisis climática?
En primer lugar, no hay que olvidar que muchos países del Norte, sobre todo europeos, emiten menos gases de efecto invernadero desde los años 90, puesto que ya no disponen de instalaciones de producción, ya que muchos bienes de consumo se fabrican ahora en Asia, sobre todo en China. En resumen, Europa ha exportado parte de sus emisiones a China.
China es también una contradicción: es un país que sigue construyendo centrales eléctricas de carbón, pero al mismo tiempo es el campeón mundial en capacidad instalada de energía eólica y solar.
Las fuentes de energía no se han sustituido una tras otra, se han sumado
En resumen: tendremos que trabajar con China para frenar la crisis climática porque es el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, con casi una quinta parte de la población mundial. Pero también nos enfrentamos a un país que se precipita por la autopista del capitalismo industrial, un sistema que está en la raíz del actual caos climático.
En Europa parece que se ha entendido —con notables excepciones— que el carbón ha de desaparecer. En África y Asia, por el contrario, no sucede lo mismo: en el sudeste asiático el consumo de carbón se ha multiplicado por cinco en la última década. ¿El carbón ha vuelto? O más bien, ¿se fue alguna vez?
Existe la fantasía de que la madera fue sustituida por el carbón, luego que el carbón fue sustituido por el petróleo y que ahora tenemos que sustituir el oro negro por la energía verde.
Pero, como cuenta el historiador francés Jean-Baptiste Fressoz, sólo para extraer carbón, los ingleses utilizaban en el año 1900 más madera de la que quemaban en 1750. Lo mismo ocurre con el petróleo: en los años 30, para fabricar un coche hacían falta unas siete toneladas de carbón, es decir, tanto peso como el petróleo que quemaba durante su vida útil. El planeta nunca ha consumido tanto carbón, y nunca ha desaparecido. Las fuentes de energía no se han sustituido una tras otra, se han sumado. La transición energética es un mito, lo que realmente necesitamos es una ruptura civilizatoria.
En los últimos siete años, los 60 mayores grupos bancarios han invertido 5,5 billones de dólares en la industria de los combustibles fósiles
Saudi Aramco fue la empresa más rentable en 2022 y la riqueza petrolera saudí es la clave de la alianza entre una de las naciones más integristas y que menos respeta los derechos humanos del planeta con la gran superpotencia de las últimas décadas, EE UU. ¿Puede haber lucha climática efectiva en este capitalismo globalizado actual?
Lo que yo llamo capitalismo fósil es una estructura de poder en manos de grandes empresas estatales. Aramco fue nacionalizada en 1980 por Arabia Saudí, Gazprom es una empresa que fue comprada por el Estado ruso a partir de los años 2000 gracias al clan Putin, y China Energy fue creada por la fusión de dos empresas estatales bajo la égida del aparato estatal chino.
Estos Estados no dudan en utilizar la violencia para defender los intereses de estos gigantes. Cuando, en 2013, Gazprom perforaba en busca de petróleo más allá del Círculo Polar Ártico, Greenpeace quiso sensibilizar a la opinión pública internacional y desembarcó en el lugar en barco. Su equipo fue detenido por los servicios secretos rusos, que les propinaron una paliza. Algunos estuvieron a punto de ser condenados a años de cárcel. Greenpeace declaró entonces que era el acto más violento cometido contra ellos desde el del Rainbow Warrior en 1986, cuando los servicios secretos franceses colocaron una bomba en su barco enviado para impedir las pruebas nucleares en el Pacífico. Esto demuestra claramente cómo un Estado se pone al servicio de una empresa y de sus intereses.
Además, esta estructura de poder está respaldada por los mayores bancos del mundo. En los últimos siete años, los 60 mayores grupos bancarios han invertido 5,5 billones de dólares en la industria de los combustibles fósiles.
Este capitalismo globalizado de los combustibles fósiles es, por tanto, un triángulo de las Bermudas —gobiernos, empresas, bancos— que está engullendo cualquier intento de combatir el caos climático.
Grupos como Aramco, China Energy o Gazprom directamente trabajan para prolongar nuestra dependencia de los combustibles fósiles. De hecho, las carbon majors no tienen ninguna intención de dejar bajo tierra el 80% de las reservas de carbón, el 50% de las de gas y el 33% de las de petróleo que, según la comunidad científica, habría que dejar sin explotar para frenar la emergencia climática. Lo que provocará esa dependencia hará sufrir y matará, literalmente, a mucha gente. ¿Ves en los llamados litigios climáticos estratégicos, organizados por organizaciones de la sociedad civil, una vía realista de ataque?
En Estados Unidos se está llevando a cabo una importante ronda de litigios contra las grandes compañías petroleras estadounidenses, similar a los litigios contra la industria tabaquera. Una de las acusaciones es que estas empresas saben desde hace más de 50 años que su negocio está destruyendo la habitabilidad del planeta. También en Francia se han emprendido acciones legales en los últimos meses contra TotalEnergies por lavado verde y para exigir indemnizaciones por megaproyectos petrolíferos en Uganda y Yemen. Lo mismo ocurre con Eni en Italia. Así que la soga legal se está tensando cada vez más contra estos industriales de los combustibles fósiles, y está en marcha una batalla legal sobre la cuestión de los daños y la responsabilidad por el desastre.
Esta ecología de pequeños pasos y pequeños gestos, aunque puede servir de puerta de entrada a la politización para algunos, nos está distrayendo hoy de los verdaderos motores de la conflagración climática
Pero esto no debe divorciarse del activismo climático para poner a estos grupos fuera del negocio y de la necesaria regulación internacional y nacional de los combustibles fósiles por parte de las autoridades públicas. No se trata de saber qué estrategia es la más adecuada, sino de darse cuenta de que, frente a estos gigantes, hay que desplegar todo un abanico de medidas prácticas para ponerlos de rodillas de una vez por todas.
En general, el gran público ni siquiera conoce los nombres de las principales responsables actuales, como es el caso de Aramco o China Energy, primer y segundo contaminador global. ¿Las millonarias cantidades que la industria invierte en publicidad y greenwashing funcionan a pesar de la abrumadora realidad de la crisis climática?
Lo que me llamó la atención, y este es el punto de partida de mi libro, es que el gran público no está familiarizado con estas tres empresas. Pero eso no se debe en absoluto a su lavado verde. Se debe a una narrativa dominante desde hace más de 30 años, que insiste en la idea de que resolver la crisis climática es una cuestión de disciplina individual. Que hay que cambiar uno mismo para cambiar el mundo. Lo que intento demostrar en mi libro es que el cambio climático no es la consecuencia fatal de nuestra individualidad. Creo que esta ecología de pequeños pasos y pequeños gestos, aunque puede servir de puerta de entrada a la politización para algunos, nos está distrayendo hoy de los verdaderos motores de la conflagración climática. La violencia climática es una cuestión social, al igual que la violencia sexual y la violencia policial. No es un asunto de unos pocos individuos malos.
La crisis climática es el resultado del capitalismo de los combustibles fósiles que han creado y mantenido deliberadamente los gobiernos y las grandes empresas. Lo que tenemos que hacer hoy es adoptar el enfoque opuesto a esta ecología sin enemigo, y poner de relieve las relaciones de dominación y toda la estructura social que ha creado y sigue alimentando la catástrofe climática.
Al ritmo actual de producción, el petróleo acabará utilizándose más para fabricar plástico que como combustible para los coches
En tu investigación planteas que el plástico y la industria petroquímica son la salida de emergencia si se obliga a las petroleras a reducir su negocio de extracción, distribución y venta de hidrocarburos. Parece que no hay quien les pare. ¿Hay que poner coto y freno a la industria petroquímica si queremos parar la crisis climática?
Los plásticos proceden en un 99% de compuestos fósiles (petróleo o gas), y su demanda sigue disparándose: representan la nueva forma que tienen las industrias basadas en los fósiles de extraer valor del petróleo. Al ritmo actual de producción, el petróleo acabará utilizándose más para fabricar plástico que como combustible para los coches. Los gigantes de los combustibles fósiles no han tardado en reconocerlo: Saudi Aramco y TotalEnergies, por ejemplo, proyectan un gigantesco complejo petroquímico en Arabia Saudí en 2027 para fabricar plásticos a partir del petróleo.
Pero los plásticos son una enorme bomba climática invisible. La industria del plástico se ha convertido en la fuente de gases de efecto invernadero industrial de más rápido crecimiento del mundo. En 2019, la producción e incineración de plásticos había emitido tantos gases de efecto invernadero como un país como Alemania…
En Dubai había más de 2.450 emisarios de Shell, BP y Exxon. Esa cifra es cuatro veces superior a la registrada en la COP27 de 2022
Para poner freno a la industria petroquímica, las Naciones Unidas iniciaron en marzo de 2022 una ronda de negociaciones internacionales encaminadas a lograr un tratado internacional jurídicamente vinculante sobre la contaminación por plásticos para 2025. Pero como demostré en una investigación en París el pasado junio, durante una importante ronda de estas discusiones diplomáticas conté al menos 190 grupos de presión del plástico, entre ellos representantes de petroleras como Exxon Mobil, Shell y TotalEnergies, Coca-Cola —considerada la mayor contaminadora de plástico del mundo— y también Lego, el famoso fabricante danés de juguetes.
Las puertas giratorias son una constante internacional. Del excanciller alemán Schröder como embajador del gas ruso durante años, como cuentas en el libro, a los expresidentes españoles Felipe González o José María Aznar, a sueldo de energéticas y petroleras durante años como consejeros. Quizá prohibir de alguna forma ese tipo de prácticas de lobby podría ayudar.
Sí, las puertas giratorias y los grupos de presión empiezan a ser un problema real. En Francia, hay actualmente una comisión parlamentaria que interroga a diplomáticos franceses, como el actual embajador francés en Kenia, que han ido y venido entre ministerios y TotalEnergies.
Después de que en la COP27 de Egipto se identificara un número récord de grupos de presión a favor de los combustibles fósiles, las ONG consiguieron que la ONU pidiera a los grupos de presión que declararan de qué empresa procedían (a menudo utilizaban asociaciones pantalla o estaban en delegaciones oficiales). En la COP28, celebrada en Dubai el pasado diciembre, se puso de manifiesto que los grupos de presión acuden en masa a estas negociaciones internacionales sobre el clima. En Dubai había más de 2.450 emisarios de Shell, BP y Exxon. Esa cifra es cuatro veces superior a la registrada en la COP27 de 2022.
La lucha contra esta violencia climática puede crear un internacionalismo
Prohibir estas prácticas debería ser lo lógico: ¿invitamos a narcotraficantes a congresos mundiales sobre drogadicción?
Como señala el economista Lucas Chacel, la huella de carbono del 1% más rico es ocho veces superior a las del 50% más pobre en el mundo. Y la crisis climática afecta mucho más a tanto a la población con menos recursos como a las naciones más pobres. ¿Una alianza climática de los más desfavorecidos para cambiar las cosas tendría sentido?
Desde el movimiento obrero existe la idea de que estamos sometidos a la violencia directa de los empresarios y en nuestros lugares de trabajo. Así que tenemos que luchar contra esta violencia en la fábrica, el almacén o la oficina, aunque hoy en día sea muy difícil organizarse porque el mundo laboral se ha fragmentado mucho.
La catástrofe climática es estructuralmente racista
Pero también tenemos que pensar en las emisiones de carbono, que son una forma de violencia industrial, pero que se producen indirectamente a través de la atmósfera. Y esta violencia crea una condición común: las olas de calor, las sequías y las inundaciones alimentadas por la crisis climática que vivimos en Europa también las sufren en su territorio los paquistaníes, los brasileños, los somalíes… La lucha contra esta violencia climática puede crear un internacionalismo.
Teniendo en cuenta que los más pobres también tienen más probabilidades de no ser blancos, la catástrofe climática es estructuralmente racista. El legado del extractivismo colonial y del saqueo por parte de los países ricos ha dejado al Sur global sin recursos suficientes para hacer frente al cambio climático. Desde hace más de treinta años, el 97% del total de las personas afectadas por las consecuencias de las catástrofes climáticas se encuentran en los países del Sur. También en el Norte industrial, las infraestructuras de petróleo y gas son las que más están afectando a la población no blanca. En Estados Unidos, los afroamericanos están 1,54 veces más expuestos a la contaminación procedente de los combustibles fósiles que el conjunto de la población.
Ante el aumento de las temperaturas y del fascismo, lo que necesitamos no es una “ecología transparente”, sino una ecología de las relaciones de poder. Una ecología que desmantele las estructuras de poder y las relaciones de dominación social, patriarcal y racista que están en la raíz del caos climático.
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