¿Cómo sería tu vida si, además de tu trabajo, tuvieras que hacer todas las tareas domésticas? ¿Y qué pasaría si tuvieras un niño pequeño contigo? ¿Y si además tuvieras que cuidar de tu padre anciano? ¿Podrías con todo? La arquitecta e historiadora Dolores Hayden (Nueva York, 79 años) lleva décadas haciéndose esas mismas preguntas. Sus respuestas la han convertido en una pionera en la investigación de la arquitectura y el espacio público desde una perspectiva feminista. Su segundo libro, La gran revolución doméstica (1981), rescató el legado de un pequeño grupo de pensadoras estadounidenses que entre 1830 y 1930 postularon que la arquitectura y el urbanismo podían contribuir a la abolición de los roles laborales estereotipados por género y del reparto desigual de las tareas domésticas y del cuidado de los niños. “Cuando se publicó, la mayoría se sorprendió de que hubiera habido un intento de repensar el hogar y las ciudades en beneficio de las mujeres”, cuenta su autora.
Desde su casa en Guilford (Connecticut), Hayden habla despacio, elige sus palabras con cuidado y se esfuerza por hacerse entender. Se notan sus años de docencia en algunos de los centros más prestigiosos de Estados Unidos, como el Massachusetts Institute of Technology, la Universidad de California en Berkeley o la Universidad de Yale, donde sigue ejerciendo como profesora emérita. La entrevistamos con motivo del cuarenta aniversario del lanzamiento de otro de sus textos clásicos, La renovación del sueño americano, que la editorial Reverté publica ahora por primera vez en español.
El libro ofrece una lectura muy crítica con los barrios periféricos de casitas unifamiliares típicos de Estados Unidos y, desde hace unos años, también muy presentes en las periferias de las ciudades españolas. Esa imagen idílica que las industrias del cine, la televisión y la publicidad han grabado en el imaginario colectivo como el escenario de vidas y familias perfectas representa para Dolores Hayden un patrón de desarrollo urbano “políticamente injusto, ambientalmente insostenible y fiscalmente miope” que “intensifica las desventajas de clase, raza, género y edad”. En su momento, este tipo de afirmaciones no cayeron bien en el seno del American way of life. “Fue un libro muy polémico”, recuerda. “Mucha gente lo interpretó como un ataque contra el ideal de prosperidad y progreso que se había instalado en la sociedad estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. Yo misma crecí en la década de 1950, así que conozco muy bien este tipo de arquitectura y cómo siempre ha representado la esperanza de una vida mejor”.
La renovación del sueño americano cuenta la historia de cómo una vez terminada la guerra, políticos, constructores y fabricantes de todo tipo de bienes de consumo se aliaron para consolidar una idea de sueño americano según la cual el espacio doméstico estaba llamado a ocupar el centro de una gran revolución tecnológica, económica y cultural. En unos pocos años, la vivienda unifamiliar aislada en propiedad se debía convertir en el estandarte del triunfo del modelo estadounidense sobre el del enemigo comunista, por lo que el gobierno federal creó deducciones fiscales para incentivar la construcción masiva en las periferias de las ciudades. “Eran barrios muy mal proyectados, que no contaban con los servicios públicos más básicos. En algunos casos ni siquiera había red de alcantarillado. Estaban construyendo a escala urbana, pero de una manera muy descuidada y apresurada”, matiza Hayden.
Por si fuera poco, aquella expansión descontrolada no se coordinó con un plan de conexión de transporte público adecuado. “Se trazaron carreteras para que los hombres pudieran ir de casa al trabajo cómodamente en su coche privado, pero nadie pensó en cómo las mujeres iban a realizar itinerarios mucho más complicados, especialmente en un momento en el que no todas conducían”, explica Hayden. Aquellos barrios se convirtieron en un verdadero problema para la mitad femenina de sus residentes. “Lidiar con las necesidades complejas de las diferentes generaciones se hizo mucho más difícil en esos lugares en los que se supone que estábamos creando una vida familiar ideal”.
Y de aquellos polvos vienen estos lodos. La renovación del sueño americano sostiene que la vieja idea de que el lugar de la mujer está en el hogar ha ejercido una poderosa influencia en la manera de pensar y proyectar nuestras ciudades. “Todavía hoy, el hogar sigue siendo un lugar de descanso para el hombre y una fuente de muchísimo trabajo doméstico y de cuidados no remunerados para las mujeres, incluso cuando ellas también tienen un empleo fuera de casa”, denuncia. “Descubrí que esto mismo sucedía en muchas sociedades diferentes, con independencia de sus posiciones políticas. Mientras estaba documentándome para escribir el libro, visité varios países de Europa y de la órbita comunista, como China y Cuba. Fue fascinante darme cuenta de que por más que buscara, no podía encontrar buenos ejemplos de lugares donde la vivienda y las ciudades estuvieran proyectadas con bases más igualitarias. Nadie en ningún lado parecía tener en cuenta el trabajo que las mujeres realizaban para sacar a sus familias adelante”.
De hecho, la base feminista de los escritos de Hayden pasa por la necesaria redefinición de la palabra trabajo. “Durante mucho tiempo hemos asumido que solamente se refiere al trabajo remunerado. Muchas sociólogas y economistas feministas estamos luchando para que todo el mundo entienda que las labores de crianza y cuidados son el trabajo que hace posible todos los demás trabajos, tal como dice Aijen Poo, activista y directora de la Alianza Nacional de Trabajadoras del Hogar en Estados Unidos”, explica Hayden. “Yo solamente he trasladado estos argumentos a la arquitectura y al urbanismo. Las infraestructuras y el entorno construido no pueden crear igualdad, pero pueden obstaculizar y ser un problema, o pueden hacernos la vida más fácil y contribuir a la igualdad efectiva entre hombres y mujeres”.
En opinión de la arquitecta, en Europa llevamos años considerando estas ideas. Cita la Carta europea de las mujeres en la ciudad, de 1994, donde se dice que “la vida cotidiana vista a través de los ojos de una mujer debe convertirse en una cuestión política”, y reivindica la figura de Eva Kail en Viena. “Ha incorporado la perspectiva de género en la construcción de viviendas, la seguridad de las mujeres en el espacio público, o el diseño de parques y áreas infantiles”. Los resultados saltan a la vista: en junio, la capital austriaca se alzó por tercera vez consecutiva como la ciudad con la mejor calidad de vida del mundo. También rebautizaron algunas calles con nombres de mujeres. “Es un paso fundamental para que las mujeres ganen visibilidad en la vida pública. Pensar en los trabajadores, hombres y mujeres, que hacen que nuestras ciudades funcionen, añade nuevas maneras de entender el urbanismo, muy diferentes a la que hemos estado viendo hasta ahora”, defiende.
En Estados Unidos, sin embargo, Hayden considera que siguen atrapados en debates propios del pasado. “Cuando era joven, era mucho más optimista. Sin embargo, muchos de los derechos que las mujeres estábamos adquiriendo en los años setenta quedaron en suspenso cuando Ronald Reagan fue elegido presidente en 1980. Y ahora hay muchas personas que consideran que para ‘hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande’ tenemos que seguir discutiendo sobre el lugar de la mujer en la sociedad, en la familia, en el hogar, e incluso sobre el control que puede tener sobre su propio cuerpo, como sucede con el aborto”, dice en clara alusión a Donald Trump.
Con el resultado de las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, Hayden prefiere ser prudente sobre las posibles consecuencias que tendría la aplicación de las políticas de dos candidatos con visiones del mundo antagónicas. “Los historiadores no predecimos el futuro. Podemos analizar el presente a partir de lo que sucedió en el pasado, pero no es una disciplina en la que se anime a la gente a pronosticar lo que vendrá después”. Sin embargo, muestra sus preferencias por el Partido Demócrata: “Kamala Harris ha hecho hincapié en la importancia de los cuidados y en la necesidad de crear mejores puestos de trabajo, más estables, y mejor pagados. Esto es un paso hacia la reevaluación de la ciudad y del país a través de los ojos de las mujeres”. También dedica buenas palabras a su candidato a vicepresidente, Tim Walz. “Durante sus años como gobernador de Minnesota puso en marcha muchas medidas de apoyo para el trabajo de los cuidados y las familias, aunque los periodistas y analistas políticos nunca lo mencionen. Supongo que a los medios de comunicación no les parece demasiado interesante”, protesta.
La lectura de La renovación del sueño americano conduce a una conclusión que no siempre tenemos tan presente como deberíamos: el urbanismo desempeña un papel determinante en la felicidad de las personas. Hayden nos recuerda que en demasiadas ocasiones olvidamos que los problemas personales, aunque puedan parecer estrictamente individuales (mi trabajo, mi salud, mi familia, mi economía), hunden sus raíces en una disfuncionalidad colectiva que es resultado directo del espacio físico en el que vivimos. “Es mucho más habitual quejarse del tiempo o del dinero que protestar contra el diseño urbano”, sintetiza su autora.
No obstante, cada vez hay más dirigentes que sí entienden esta conexión. En la actualidad, el plan de la ciudad de los 15 minutos, ideado por el urbanista francocolombiano Carlos Moreno, está sirviendo de guía para la ambiciosa transformación que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, se propone llevar a cabo en la capital francesa. En nuestro país, en junio de 2022 el Gobierno vasco aprobó un decreto de vivienda que incorporaba la perspectiva de género al supeditar la cédula de habitabilidad a normas como la de evitar recovecos y ángulos ciegos que crearan inseguridad en portales y zonas comunes, o mediante el establecimiento de una superficie mínima para la cocina de siete metros cuadrados con el fin de que las tareas del hogar sean visibles y puedan ser compartidas por el conjunto de la unidad familiar.
Hayden no duda que incorporar el punto de vista de las mujeres, así como el de los niños, el de las personas mayores, el de las personas con discapacidad y el del crisol de minorías que se integran en nuestras ciudades en la manera en la que proyectamos y construimos las viviendas, los edificios públicos, las plazas y las calles, puede contribuir a avanzar hacia la plena igualdad entre las personas y a eliminar cualquier modalidad de discriminación o violencia. Sin embargo, también cree que hace falta mucho más. “Si de verdad queremos plantear soluciones para mejorar nuestras casas, vecindarios y ciudades, creo que debemos seguir desafiando a la gente a explorar el mundo a través de una perspectiva diferente. Acabar con la discriminación de género es un asunto político, social y económico que va más allá de la arquitectura y de la planificación urbana”, concluye. “Es un gran cambio cultural que realmente vale la pena entender y aprender no solo para ser un buen profesional de la arquitectura: es fundamental para ser una buena persona”.
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