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El control republicano del Senado y la ventaja en la Cámara de Representantes allana camino a Trump

Donald Trump ganó mucho más que las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos de América el pasado martes. Además de regresar a una Casa Blanca de la que fue expulsado por los ciudadanos en 2020 -un hecho no visto desde 1892-, se llevó en las urnas el control del Senado y está a un tris de hacer lo propio con la Cámara de Representantes, dependiendo de lo que digan las últimas sumas. Una alineación histórica de las estrellas del poder, el ejecutivo sumado al legislativo en todos sus frentes. Y eso sin contar con que, en el mandato, puede determinar el control conservador del Tribunal Supremo por décadas. Ya tendría el tercer poder conquistado. Premio.

¿Qué quiere decir esto? Que al magnate le esperan tiempos felices, a priori. Él, que promete llevar al país a una nueva “edad dorada”, tiene garantizado que lo será, sí, al menos para sus intereses, porque sin freno parlamentario, su nueva legislatura como presidente 47º de EEUU puede ser de puro rodillo, paseo militar, busquen el sinónimo que quieran. En resumen: hará lo que quiera y con avales. Trump, en la madrugada del miércoles, en su fiesta electoral en Florida, dijo claramente que los resultados le entregaban un “mandato poderoso y sin precedentes”. 

Vayamos con el Senado. En este caso, no sólo es importante que los republicanos hayan tomado el control, que estaba en manos de los demócratas, sino que lo han hecho con candidatos elegidos por él, aún siendo arriesgados, gente que más que méritos ostentan una lealtad a prueba de bombas al presidente y que, en respuesta, lograron estar arriba en las listas. Ya hizo lo mismo el magnate en las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2022, pero entonces esos perfiles estridentes salieron mal parados. No ahora. El aval a su criterio es claro y hunde más aún a quienes en el Partido Republicano aún trataban de levantar la mano contra sus arbitrarias decisiones. 

En esta ocasión, se renovaba un tercio de todo el Senado. Los republicanos tendrán ahora 53 escaños en esta Cámara, frente a los 45 de los demócratas, además del voto que se otorga al vicepresidente del país, en este caso J. D. Vance, el extremista compañero de boleta de Trump. El número dos no tiene voto directo en el hemiciclo, pero sí uno autorizado para resolver empates, si no hay salida.

Los nombres que se iban conociendo en la larga noche electoral del pasado 5 de noviembre mostraban ya ese poderío trumpista. El primer cambio provino del gobernador republicano Jim Justice, de Virginia Occidental, que ganó la vacante abierta por la jubilación del senador Joe Manchin -que sirvió al Senado como demócrata antes de convertirse en independiente a principios de este año-.

El segundo fue el vendedor de coches de lujo Bernie Moreno, quien derrotó al senador Sherrod Brown, el demócrata de Ohio que los líderes del partido esperaban que pudiera superar la fuerza republicana en su estado que,  sólidamente rojo. La carrera de Ohio entre Brown y Moreno, adorado por Trump pese a su inexperiencia, es la más cara de este ciclo electoral, con unos 400 millones de dólares.

Sus victorias ya permitían a Trump conquistar el Senado, pero la noche aún traía más, el punto de inflexión: cayó Nebraska, donde la senadora Deb Fischer se quedó con el escaño del recién llegado independiente Dan Osborn. Conquistado y consolidado. Wisconsin, Pensilvania y Michigan… estados péndulo que se inclinaron, al final, por los conservadores también supusieron los clavos finales en el ataúd del Senado.

Mantener una mayoría demócrata en estados con numerosos escaños indecisos y rojos -republicanos; el azul es el color demócrata- era el reto para los de Kamala Harris, que tenían la esperanza de que podrían imponerse, al defender sus titulares en otros estados o derrocar a un titular republicano. Sin embargo, no aguantaron y cosecharon resultados decepcionantes, como la pérdida del senador Chuck Schumer, demócrata de Nueva York, muy carismático. 

El senador John Barrasso, el número tres en la dirección del Partido Republicano, reelegido en su propia carrera en Wyoming, dijo al New York Times en plena fiesta electoral que, “con la nueva mayoría republicana en el Senado, el enfoque será asumir una agenda que refleje las prioridades de EEUU: precios más bajos, menos gasto, fronteras seguras y dominio energético estadounidense”. 

“El enfoque será asumir una agenda que refleje las prioridades de EEUU: precios más bajos, menos gasto, fronteras seguras y dominio energético estadounidense”

Creada por el Artículo I de la Constitución, la Rama Legislativa de Estados Unidos se compone de la Cámara de Representantes y el Senado, que juntos forman el Congreso. Son denominaciones diferentes a las de España, en las que los Representantes forman la que sería Cámara Baja y el Senado, la alta. Si el articulado otorga al Congreso la autoridad única para promulgar leyes y declarar guerra, el derecho a confirmar o rechazar muchos de los nombramientos presidenciales y, poderes indagatorios substanciales, al senado le deja promulgar la legislación y tiene también la potestad de encausar a funcionarios del Gobierno y aprobar los nombramientos y los tratados del presidente.

Para aprobar una ley y enviarla al presidente para que la firme, tanto la Cámara como el Senado deben aprobar el mismo proyecto de ley por mayoría. Si el presidente veta un proyecto de ley, el Congreso puede anular su veto aprobando de nuevo el proyecto de ley con un voto a favor de por lo menos dos tercios de cada cuerpo legislativo.

En el caso del Senado, la chicha está en que sus señorías tienen el poder exclusivo de confirmar aquellos nombramientos presidenciales que precisan de consentimiento y de proporcionar consejo y consentimiento para ratificar tratados. Entre ellos, los de los jueces federales, incluidos los del Tribunal Supremo. Sin embargo, hay dos excepciones a la regla: la Cámara también debe aprobar los nombramientos a la vicepresidencia y cualquier tratado que involucre el comercio exterior. De igual manera, el Senado lleva a cabo los juicios de destitución de funcionarios federales en procesos iniciados por la Cámara.

Sin taquicardias

En el caso de la Cámara de Representantes, la renovación que se votaba el martes era total. El resultado final aún no está claro, pero los números que se manejan al cierre de esta edición son 207 escaños para los republicanos y 194 para los demócratas. Para conseguir la mayoría hay que llegar 218. De por sí, los republicanos ya contaban con su control desde los comicios legislativos de 2022 (midterm), por lo que, para que el bando contrario le arrebate el control, necesitaría ganar cuatro escaños y conservar todos los propios.

La espera, pese a todo, no está siendo amarga ni angustiosa porque conforme pasan las horas, más se consolida el poder de la derecha. Casi tocan la tripleta, aunque públicamente piden prudencia. “Sigue todo en el aire, debemos contar cada voto”, afirman sus portavoces.  El recuento de las papeletas aún no ha terminado. Las proyecciones actuales dan a los rojos 207 escaños y a los azules 194, por lo que la oposición estaría más cerca de llegar a los 218 necesarios para conseguir la mayoría. 

El escenario definitivo depende en gran parte de la costa oeste de EEUU, especialmente California -especialmente poderoso, con decenas de escaños en juego-, al igual que los estados de Arizona, Oregon y Iowa. El recuento, no obstante, podría extenderse incluso hasta la semana entrante, por lo que el control de la Cámara no se conocerá de forma definitiva, por lo menos, por los próximos días. En 2022, transcurrieron nueve días hasta que se hizo el anuncio final, aunque aquella situación fue un poco excepcional por la negativa de Donald Trump a reconocer la victoria de Joe Biden. 

El control demócrata de la Cámara de Representantes sería la última línea de resistencia superada por el megaempresario. Si siguen los demócratas, eso obligaría al oficialismo -al ganador, al presidente, a los republicanos, en suma- a negociar todas sus iniciativas, como las exenciones fiscales decretadas en 2017 que expiran a finales de 2025, y permitiría un mayor control en materia de política exterior, especialmente en lo que respecta a Ucrania, conflicto en el que Trump no quiere seguir implicado económica y militarmente. 

Por contra, el liderazgo de la Cámara le garantiza vía libre en la aprobación de sus proyectos, entre ellos la “ambiciosa” agenda de 100 días que sus portavoces no dejan de repetir en estos días.

La Cámara de Representantes equivale a la Cámara Baja (la Alta es el Senado) y es parte del poder legislativo del Gobierno federal norteamericano. Los proyectos de ley de un Gobierno se originan en la Cámara de Representantes pero necesitan ser aprobados con la mayoría de votos de dos tercios del Senado para llegar a ser verdaderamente ley. Son, ambas, necesariamente complementarias no sólo para las nuevas normas, sino para derogar o reformar las antiguas.

Este hemiciclo tiene varios poderes de uso exclusivo, como la autoridad para presentar proyectos de ley de ingresos, iniciar procesos de destitución en contra de funcionarios federales y elegir al presidente del país en caso de que haya un número igual de votos en el Colegio Electoral.

Las demócratas Kamala Harris y Nancy Pelosi, juntas en una sesión en la Cámara de Representantes, en 2022.Chip Somodevilla vía Getty Images

Lo que viene

Los líderes republicanos de la Cámara Baja de Estados Unidos están siendo los encargados de ir calentando motores, recordando a la ciudadanía lo que está por venir, el plan de Trump para sus primeros 100 días de regreso al Despacho Oval. Como informa EFE, el presidente de la Cámara Baja, Mike Johnson, y el líder de la mayoría, Steve Scalise, enviaron sendas cartas a sus colegas republicanos en las que piden apoyo para continuar en sus puestos y desarrollar así una agenda conservadora que cumpla con el “mandato” de los votantes.

“En los primeros 100 días, los republicanos de la Cámara Baja promoverán una agenda audaz y conservadora que devolverá a la economía a su sitio, fijará unos tipos impositivos bajos y asegurará nuestra frontera sur”, explica Scalise en su documento, filtrado a los medios. Scalise desgrana esas tres prioridades: una, “fijar” los recortes fiscales que impulsó Trump en su primer mandato; otra, enviar más recursos a la frontera con México para construir un muro, comprar tecnologías de detección y potenciar la patrulla fronteriza.

El tercer punto es “liberar la energía” ordenando la venta de arrendamientos, permitiendo más exploración y producción energética en territorios federales como el ANWR (Refugio nacional de vida silvestre del Ártico, en Alaska) y revocando las políticas de la Ley de Reducción de la Inflación demócrata.

Johnson coincide en esas prioridades y agrega, entre otras, “priorizar las necesidades de los estadounidenses sobre los extranjeros”, “reducir radicalmente las regulaciones”, ampliar la elección de escuelas y “acabar con la agenda woke“.

Scalise, al igual que el número uno republicano en Washington, destaca que el control republicano de las dos cámaras supone “una oportunidad histórica para usar el proceso de reconciliación presupuestario” para sacar adelante medidas “con mayorías simples en las dos cámaras”.

La justicia, en la mano

La Justicia no se vota, pero la deciden los que salen de las urnas en EEUU. El equilibrio de poder que ahora tendrá el país de nuevo determinará la composición del Tribunal Supremo, el más poderoso, lo que inclinará sin duda a la derecha sus decisiones. Ya lo están. Queremos decir que lo hará más aún y por un tiempo más prolongado. 

Donald Trump ya había designado a tres jueces de la Corte Suprema en su primer mandato. En su segundo, bien podría tener la oportunidad de nombrar a dos más, creando una corte superior con una mayoría de afines a los republicanos que podría funcionar durante décadas, ya que los puestos de estos jueces son vitalicios, salvo retirada voluntaria. 

Explica la agencia AP que los dos jueces de mayor edad -Clarence Thomas , de 76 años, y Samuel Alito , de 74- “podrían considerar renunciar sabiendo que Trump, un republicano, nominaría reemplazos que podrían ser tres décadas más jóvenes y aseguraría el dominio conservador de la corte hasta mediados del siglo, o más allá”. Trump tiene donde elegir, porque han sido más de 50 hombres y mujeres los que fue nombrando en sus cuatro años en el poder para los tribunales federales de apelaciones. Hay cantera. 

Si esos dos jueces se jubilaran, “probablemente no lo harían de inmediato para minimizar las perturbaciones en la corte”. Pero el relevo sería claro: conservador y muchos años más joven. Aunque no está claro que estos profesionales quieran irse aún, puede haber presiones por parte de los republicanos para que lo hagan, porque todos recuerdan en Washington el caso de la mítica Ruth Bader Ginsburg, jueza progresista, referencia feminista, que quiso quedarse hasta su muerte y, a la postre, dejó un nuevo sillón vacío para un elegido de Trump, que era quien mandaba cuando ella murió. Fue en 2022, a tres meses de que el demócrata Biden fuera quien decidiera su relevo. 

Entre los casos más espinosos que el Supremo se trae entre manos están los referidos al derecho al aborto o los derechos de los migrantes. Cuando Trump llegó al poder, le acabaron avalando su veto a la entrada a EEUU de visitantes de algunos países de mayoría musulmana. El presidente electo ha dicho en campaña que los quiere restablecer. 

Así es el mundo de Trump, que vuelve con todas las armas a su alcance. 

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