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“El error de Luxemburgo me dio madurez; estaba en las nubes y caí sin paracaídas, toqué fondo” | Relevo

Pedro Delgado (Segovia, 1960), llamado Perico, fue un ciclista carismático, tan exagerado en el error como en la heroicidad. Sigue vinculado al deporte como comentarista. Y mantiene el carisma. Esta charla en una coctelería duró poco más de una hora, pero podría haber durado tres: se trata de un gran conversador. Perico Delgado tomó una mezcla rara sin alcohol. Su interlocutor, un Dry Martini.

Hay algo que distingue al ciclismo: la poquísima relevancia de los clubes a nivel profesional.

Los clubes existen. El más longevo es el ahora llamado Movistar, que fue Reynolds, Banesto… El problema no es de los clubes, es del propio ciclismo: como no se cobran entradas, no puedes asegurarte unos ingresos fijos. Eso hace que convivas siempre con la inestabilidad. Clubes hay, y muy antiguos. En Madrid, en Chamartín, hay uno que cumple ahora 100 años.

Hace un siglo, los deportes más populares eran ciclismo y boxeo.

En ciclismo, las carreras clásicas existían y no se cobraba entrada. Sólo había ocasión de cobrar en las competiciones en velódromos de madera, portátiles. El velódromo llegaba a Segovia, mañana a Valladolid, pasado a Burgos… cada día montando y desmontando el velódromo. Salía muy caro. Pues eso, que el club ciclista tiene difícil asegurar la supervivencia como equipo competitivo, a diferencia del fútbol y otros deportes. La propia vinculación a la ciudad es muy pequeña en el ciclismo.

Pero ahora las televisiones pagan.

Hablamos de mucho dinero. En el siglo XXI, los ingresos más importantes proceden de los derechos televisivos. Pero esos no son de los equipos, sino de los organizadores de cada carrera: la Vuelta a España, el Tour de Francia, el Giro de Italia… En Bélgica hay una empresa que controla todas las clásicas importantes. El dinero de las televisiones no se comparte con los equipos. Esa es una reivindicación desde hace muchos años, muy difícil de conseguir.

“Hoy las cosas son peores que en mi época. Entonces, si fallabas habías sido tú y no había más historias. Tú gestionabas tus crisis. Quien era psicológicamente más débil tenía un rendimiento más fluctuante. Ahora es más difícil”

PERICO DELGADO

La gente, en general, no es de un equipo, sino de un ciclista.

Efectivamente. Es algo histórico. En muchas competiciones corría la selección española. Federico Martín Bahamontes, por ejemplo, ganó el Tour de 1959 al frente de una selección nacional, no de un equipo. Con Luis Ocaña empezaron a cambiar las cosas. Al aficionado le arrastra un nombre, un ciclista. Y allá donde va ese ciclista se lleva a sus seguidores.

Tú viviste la era de transición entre el ciclismo clásico y el, digamos, tecnológico.

Absolutamente. Yo viví esa transición. Mi primer año como ciclista profesional fue 1982. Teníamos dos bicicletas, las dos servían para entrenar y para competir, y a mitad de temporada cambiábamos y utilizábamos la de repuesto, por el desgaste. Si hacíamos 30.000 kilómetros al año, pues 15.000 una y 15.000 la otra. No había más material. No había bicicletas de contrarreloj ni nada de eso. Viajábamos con la bici y si te la rompían en el avión, pues crisis. Hoy, un corredor tiene una bicicleta en su casa, con la que entrena a diario, y en el camión del equipo (hablo de un equipo modesto) tres bicicletas iguales, y luego al menos dos para crono. Ni hablemos de la calidad del material. Mi bicicleta pesaba más de 10 kilos. Ahora no se permite bajar de 6,7 kilos, pero hay bicis más ligeras. Otra diferencia: hacías una etapa de 200 kilómetros y no había cuentakilómetros, llevabas un reloj y nada más. Tenías que fiarte de los carteles que ponían cuánto faltaba para la meta, sin más referencias. Ahora se corre con un ordenador que te dice lo que falta, tus pulsaciones, tu fuerza, te avisa de cuándo debes comer o beber, te dice la pendiente de cada tramo de cada puerto…

Y además llevas el pinganillo.

Y el pinganillo, claro. Nosotros corríamos a pelo, fijándote en tu rival y en tus propias fuerzas. Cada uno interpretaba a su modo la carrera. Por eso había más épica. Ahora el director del equipo te va diciendo lo que tienes que hacer. Antes, tenías un minuto bueno y atacabas. Y quizá te pasabas de valiente y fallabas, era todo improvisado. Y luego otro aspecto que no se mide muchas veces: el psicológico o emocional. Los colombianos, por ejemplo, venían a competir a Europa y no volvían a casa en dos o tres meses. Igual llamaban a la familia una vez cada dos semanas, porque las llamadas internacionales eran carísimas. Hoy, con Whatsapp… Sin comunicación con los tuyos, en los momentos de bajón te hundías mucho más. Recuerdo que ibas a la cabina telefónica a llamar un par de minutos y basta. Cuando vas mal es cuando necesitas más cariño. Era duro.

En otros deportes se habla cada vez más de problemas psicológicos y terapias.

Creo que hoy las cosas son peores que en mi época. Entonces, si fallabas habías sido tú y no había más historias. Tú gestionabas tus crisis. Quien era psicológicamente más débil tenía un rendimiento más fluctuante. Ahora es más difícil. Tú eres un buen corredor, tienes un preparador físico que te dice que estás como una moto, el médico te hace analíticas diarias que salen estupendas, el nutricionista te mantiene en el peso ideal. Has estado mes y medio entrenando en altura, privándote de comer y trabajando como un bestia. Te vienes arriba. Pero en la carrera te estrellas. El entorno, que te apoya, te ha creado un mundo ilusorio y te lo has creído. Como los resultados no aparecen, el daño psicológico es enorme. Ya no sabes qué hacer para mejorar tu rendimiento. Caes en una crisis existencial. Hablo de ganadores, un corredor que aspira a menos sufre menos. Te pongo un ejemplo. Tom Dumoulin, corredor holandés, campeón del mundo contrarreloj. Tenía cualidades para ganar grandes carreras. Pero no ganó. En 2018 fue segundo en el Tour y en el Giro. Y acabó retirándose cuando aún podía competir. Decía que esa ya no era su vida, que tenía problemas para dormir, ansiedad… Esto también les puede ocurrir a quienes lo ganan todo, como la gimnasta Simone Biles, con el mejor palmarés de la historia. Lo dejó. No podía más.

Para mí, la época del gran ciclismo clásico, la era romántica, se acaba el 1 de julio de 1989, el día en que, como campeón vigente y gran favorito para la victoria, llegas 2,40 minutos tarde a la contrarreloj con que comienza el Tour. Al final de esa primera etapa eres el último.

(Risas) Ahora que veo las carreras desde el otro lado entiendo a los ciclistas y a los equipos. Antes, en el deporte, y concretamente en el ciclismo, convivías con los errores. Errores propios. Eso aumentaba la expectación de los seguidores. Ahora se intenta incrementar los imprevistos añadiendo tramos de tierra, por ejemplo. Como el ciclismo actual está tan calculado, como el ordenador te lo controla todo y funcionas como un robot, meter algo que aumente el margen de error ayuda a que el aficionado se enganche. Los errores no sientan bien ni al ciclista ni al equipo, pero de cara al espectáculo son lo mejor que puede pasar.

¿En aquel Tour no había nadie contigo para recordarte la hora?

No. Ni móviles ni pinganillos. Salí un poco tarde del hotel, calenté, me crucé con un ciclista francés, Thierry Marie, que me preguntó un par de cosas, y de ahí el retraso. La vida está llena de imprevistos. Aquel error de Luxemburgo me dio un punto de madurez que quizá no habría llegado a adquirir. ¿Por qué? Porque estaba subido en la euforia, había ganado la Vuelta a España, iba a ganar mi segundo Tour, todo pintaba tan bien… Estaba en las nubes y caí sin paracaídas. El rehacerme mentalmente de aquello me hizo más bien que mal. El mal fue que no gané el Tour. El bien fue aprender a gestionar momentos delicados.

Y durante la carrera demostraste que, sin ese retraso inicial, habrías vuelto a ganar.

Aparte de insultarme a mí mismo, estar enfadado con el mundo y no dormir los primeros días, quienes me preguntaban que si iba a abandonar la carrera me hicieron pensar. Y ganar un poso de tranquilidad. José Miguel Echavarri, director del equipo, me había dicho cuando llegué tarde: “Perico, es como si te hubieras caído, con la suerte de no tener ninguna herida”. Pero yo estaba cabreado, mis heridas eran mentales. En dos días acumulé ocho minutos de retraso. El mundo me cayó encima. Toqué fondo. Me sentía ridículo. Estuve a punto de abandonar, pero entonces pensé en qué iba a hacer viendo el Tour desde Segovia, con todas mis penas. Y decidí que estaría mejor participando en el Tour. A partir de ahí asimilé el desastre. Físicamente estaba muy bien. Y empecé a remontar.

En esas situaciones, ¿se siente la responsabilidad como líder del equipo?

Claro. En 1988, cuando gané el Tour, el equipo estaba tocado, había bronca con José María García, que no hablaba del Reynolds sino del “equipo navarro” y el patrocinador se planteó dejarlo. La Vuelta a España salió mal, el Giro salió mal y sólo podía salvarnos el Tour. Si no ganaba, teníamos que buscarnos nuevo equipo. Al final las cosas salieron bien.

“No se puede hablar de cosas de hoy y de cosas de hace veinte años si no se ponen en perspectiva. Hace 20 años se podía tomar EPO (la hormona eritropoyetina) porque las máquinas de análisis no la detectaban”

PERICO DELGADO

Cada ciclista entrena en solitario. ¿Cómo se crea el sentimiento de equipo?

Eso es otra cosa que ha cambiado. Yo estuve dos años en un equipo neerlandés, el PDM, y entrenaba solo en Segovia. Llegaba a la carrera, en la mesa se hablaba holandés, participaba y ya está. Ahora se hacen más concentraciones. Ya desde enero, el equipo pasa varias semanas junto, trabajando y conviviendo. Hay más bloque.

Tú has vivido una experiencia poco corriente: pasaste de liderar el equipo a convertirte en gregario de Miguel Indurain.

(Risas) “Gregorio”. Nosotros decimos “gregorio”, no gregario.

Vale.

Yo lo viví muy bien. Gano el Tour de 1988, en 1989 ocurre lo del retraso de Luxemburgo, en 1990 me fastidia una gastroenteritis. En 1991 estoy para ganar, pero en el Giro, en primavera, no me siento bien, algo me pasa. Llegó el Tour, la segunda etapa de los Pirineos, en el Tourmalet, y mal. Miguel aguantó, pero nos generaba dudas. Porque él las tenía. Decía que no estaba hecho para aguantar las tres semanas del Tour. El caso es que en mi peor día, cuando perdí 10 minutos, Miguel se puso líder. Eso compensó mi fracaso personal y me ayudó a recuperar las fuerzas. Me concentré en ayudar a Miguel.

Tu trabajo en el equipo cambió de un día para otro.

Pero no tenía presión. Daba igual si fallaba, quien no podía fallar era Miguel. La diferencia entre el líder y el resto del equipo consiste en que el líder no puede fallar. La mentalidad es distinta.

Abro un paréntesis. ¿Cómo se sentiría Laurent Fignon, que el último día del Tour ’89 empezó con la victoria prácticamente asegurada y se vio superado de forma increíble por Greg Lemond?

Él mismo lo explicó. El Fignon orgulloso, seguro de sí mismo, se enfadó con el mundo. El motor de Fignon era su orgullo. Era bueno físicamente, pero lo que le hacía excepcional era el orgullo, el pundonor, las ganas de ganar a toda costa. Y el fracaso le sentó peor que a mí. Su fuego se apagó. Murió ahí. Al año siguiente, en 1990, se había convertido en un corredor más. Con sólo 30 años.

Vayamos al dopaje. ¿Los ciclistas entendéis la lógica de la lista de sustancias prohibidas?

Lo que no entiende el ciclista es por qué se le criminaliza a un nivel que no tiene ninguna lógica. Esa lista la tenemos todos. Trampas las hay en todos los deportes, pero en el ciclismo los titulares de los medios son mayores. En realidad es el deporte más controlado. Además, la lista es tan increíblemente extensa que… Ha habido positivos por un crecepelo. O por un complemento alimenticio.

“La policía francesa nos tenía pinchados los teléfonos durante el Tour, registraba las habitaciones de los ciclistas, pero nada. Yo me convencí de que Armstrong no estaba haciendo nada malo. Luego pasó lo que pasó”

PERICO DELGADO

Por otro lado hay casos como el de Pantani, que murió con la sangre espesa como mermelada.

No se puede hablar de cosas de hoy y de cosas de hace veinte años si no se ponen en perspectiva. Hace 20 años se podía tomar EPO (la hormona eritropoyetina) porque las máquinas de análisis no la detectaban. La EPO tiene el efecto secundario de enriquecerte la sangre y te ahorra los entrenamientos en altura. Hablamos de mediados de los 90, cuando los equipos empezaron a tener médico. Y el propio médico, si tenías un poco de anemia, te recetaba EPO. Luego se empezó a hablar de los riesgos. Pero durante años fue habitual. Y hubo abusos, usos excesivos de la hormona, ciclistas que consumían mucho más de lo que prescribía el médico. Se creó muy mala imagen del ciclismo. Fue injusto. Como el caso tan peculiar de Alberto Contador con el clembuterol: le detectaron una cantidad ínfima, irrelevante. Pero la Unión Ciclista Internacional necesita financiar sus análisis, y el dinero lo dan los estados y los equipos. A la UCI le interesaba pillar a una estrella, aunque fuera por cantidades insignificantes, porque eso iba a empujar a los gobiernos de España, Italia, Francia o Estados Unidos a dar más dinero para la lucha contra el dopaje. Contador fue la cabeza de turco. Había tomado clembuterol, nadie lo niega, pero la sanción fue exagerada porque se quería ejemplarizar. Eso tampoco ayudó al ciclismo. Son absurdas las sanciones de por vida. ¿Cómo? ¿A un delincuente le das una segunda oportunidad y a un deportista no?

Ya. Pero también existe la percepción de que el ciclismo siempre va por delante de la medicina y los controles.

Hay que ser objetivo. Si te dicen que un café te sentará bien, te tomas un café. Estás controlado, te hacen análisis diarios, el médico te dice que todo va bien… ¿Qué vas a hacer? Otra cosa es lo de Lance Armstrong, que hacía trampas y no había forma de pillarle. La policía francesa nos tenía pinchados los teléfonos durante el Tour, registraba las habitaciones de los ciclistas, pero nada. Yo me convencí de que Armstrong no estaba haciendo nada malo. Luego pasó lo que pasó. Mira, yo creo que el 95% de los ciclistas cumplen las normas. Y claro, salir a entrenar, esforzarte al máximo y tener que escuchar a un gilipollas que te grita “¡drogadicto!”, pues sienta muy mal.

Todas las entrevistas de Enric González

– Jorge Valdano: “En el Real Madrid manda Florentino Pérez. Y punto. No te creas que eso es fácil”.

– José Luis Garci: “Yo proyectaba una película sobre Luis Aragonés antes de que falleciera, lo tenía hablado con él”.

– Pepu Hernández: “El tipo que nos faltaba (Marc Gasol) era uno que llevaba dos o tres semanas encerrado en casa, comiendo pizza y bebiendo cocacola”.

– Gemma Mengual: “Anna Tarrés era bastante poderosa y muy ambiciosa. Nos tenía controladas”.

– De la Morena y el intento del Barça de comprar a Milla en Tenerife: “Su mujer le dijo “cómo no vas a reconocer la voz de tu mejor amigo”.

– Jorge Lorenzo: “El deporte en teoría te hace más saludable y no es el caso de los motoristas: uno va cojo, a mí me falta media falange…”.

-Romay e Iturriaga: “Si Petrovic llega a fichar en 1986, lo matamos al aparecer”.

– Alfredo Relaño: “Una vez le dije a Florentino Pérez que en el fondo me daba pena”.

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