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el programa que justifica el miedo a su retorno

En esta vida rápida, se acaban normalizando cosas que no son normales. Por ejemplo, que un presidente de Estados Unidos que incitó el asalto al Capitolio, -la mayor agresión a la democracia nacional desde su creación-, no haya pagado por ello sino que, por contra, esté libre para buscar su vuelta a la Casa Blanca cuatro años despues. 

Donald Trump vuelve a ser el candidato republicano en las elecciones del próximo 5 de noviembre, igualando en las encuestas a su oponente demócrata, Kamala Harris, en una carrera que se espera de foto finish. Y su programa, retomado y redoblado, asusta a la población más progresista o templada del país y, también, en países respetuosos del Estado de derecho, en los aliados occidentales de EEUU, sobre todo. 

El actual presidente, Joe Biden, ha aprobado uno de los mayores paquetes legislativos de la historia, pero la inflación y la pérdida de poder adquisitivo -el dinero, vaya-, le han pasado factura y permiten que Trump suba puntos, posiblemente con la única materia con la que logró buenos números en su legislatura. Así que en esas estamos, con Trump a punto de poner de nuevo cortinas doradas en el Despacho Oval. Y mucho más. 

Un panorama aterrador

The Atlantic, un medio parido en 1857 y que se precia de trabajar “sin partido ni camarilla”, ha apostado por publicar un especial titulado Si Trum gana que se plantea como un ejercicio de servicio público, un aldabonazo ante lo que puede venir. El dibujo es aterrador. Dice su responsable, el respetadísimo Jeffrey Goldberg, que si el primer mandato del magnate fue malo, el segundo será “peor”. Lo explica en que su “pensamiento podrido y depravado” y su “crueldad” y “perversidad” -que se toma como un cumplido- se van a intensificar, como ya lo hace su retórica. 

Señala sin sombra de duda que la “hipérbole y frecuencia” de los jaleos de Trump han “adormecido” a la prensa y a la ciudadanía, pero su plan sigue intacto: populista, ultranacionalista, ultracapitalista. Sólo estuvo en duda su continuidad unos días, tras el ataque al Capitolio, pero luego ha sabido “hipotecar” al Partido Republicano, que come en su mano. Un “demagodgo antidemocrático”, “desprovisto de decencia”, que es “una amenaza existencial para EEUU”. 

Pone un ejemplo, citando a uno de sus especialistas, Tom Nichols. “Trump se hizo eco del lenguaje vil y obsesivamente germofóbico de Adolf Hitler al describir a los inmigrantes como terroristas plagados de enfermedades y pacientes psiquiátricos que están envenenando la sangre de nuestro país (…) y “fusionó la retórica religiosa y política para apuntar no a naciones extranjeras o inmigrantes, sino a sus conciudadanos”. “Fue entonces cuando cruzó una de las últimas líneas que separaban su habitual fanfarronería autoritaria del fascismo reconocible”, denuncia. Es es el riesgo de fondo, lo que va a inspirar todas las medidas concretas que asuma si llega de nuevo al cargo. 

Donald Trump, azuzando a la multitud sobre el supuesto fraude electoral, el 6 de enero de 2021, ante el Capitolio, poco antes del asalto de sus partidarios.Robert Nickelsberg / Getty Images

Bajando a la arena, el comentarista político David Frum -que no es sospechoso, porque hasta le redactaba discursos a George W. Bush-, augura que Trump será más peligroso porque sabe más. Avisa de antemano que Trump “opera fuera de los límites normales del comportamiento humano”, que es impredecible y anárquico y cualquier cosa puede pasar con él, pero ahora añade a eso que está resabiado. 

“En su primer mandato, la corrupción y la brutalidad de Trump fueron mitigadas por su ignorancia y pereza. En un segundo mandato, Trump llegaría con una comprensión mucho mejor de las vulnerabilidades del sistema, más cómplices dispuestos a seguirlo y un plan mucho más centrado en represalias contra sus adversarios e impunidad para sí mismo. Cuando la gente se pregunta qué podría deparar otro mandato de Trump, sus mentes subestiman el caos que se avecina”, expone.

Recuerda, además, que si gana las elecciones, Trump “cometerá el primer delito de su segundo mandato al mediodía del día de la toma de posesión: su juramento de defender la Constitución de Estados Unidos será un perjurio”. “El Gobierno no puede funcionar con un criminal acusado o condenado a la cabeza”, aclara. “El presidente sería un condenado o estaría en camino de convertirse en un condenado. Para su propia supervivencia, tendría que destruir el estado de derecho”, augura.

¿Cómo lo hará? Con cinco líneas maestras que estarán tras cada medida concreta: deteniendo todos los casos federales y estatales contra sí mismo, penales y civiles; perdonando y protegiendo a quienes intentaron anular las elecciones de 2020 en nombre de Trump; ordenando al Departamento de Justicia a actuar contra los adversarios y críticos del republicano; poniendo fin a la independencia de la función pública y despidiendo a los funcionarios federales que se nieguen a cumplir sus órdenes y, finalmente, ordenando a los militares que aplasten las protestas, si surgen en las calles ante sus acciones “ilegales”. 

El caos en la mayor potencia del mundo, que puede llevar, movilización social aparte, a dimisiones masivas de funcionarios que no pasen por el aro o a disidencias en el seno del propio Partido Republicano, de los rescoldos pasados que aún queden. 

Todas estas medidas se leen de corrido en el llamado Proyecto 2025, redactado por el tanque de pensamiento ultraderechista Heritage Foundation, 900 páginas en las que se plantea cómo reformar el Gobierno federal. Con el paso de las semanas, vista la polémica, Trump ha tratado de distanciarse del dossier y sus propuestas, pese a que pesos pesados de su campaña las han aplaudido y avalado. Su propio aspirante a vicepresidente, J. D. Vance, ha hecho referencia al proyecto. Fue antes de la entrada de Harris en la contienda.

Esta fundación contempla el despido de miles de funcionarios, la ampliación del poder del presidente, el desmantelamiento del Departamento de Educación y otras agencias federales, así como recortes fiscales radicales. Los demócratas, con ese material, han intentado movilizar a los votantes contra el plan y el propio Biden dijo que “destruiría EEUU”. 

Fue entonces, muy poco antes de que el demócrata renunciara a la reelección, cuando Trump salió al paso y se desmarcó de Heritage. “No tengo ni idea de quién está detrás (del Proyecto 2025)”, escribió en su red social Truth Social. “No estoy de acuerdo con algunas de las cosas que dicen y algunas de las cosas que dicen son absolutamente ridículas y abismales”. No obstante, líderes republicanos y exasesores con influencia en la derecha más radical siguen aplaudiendo el plan en entrevistas y mítines. Y el candidato de todos ellos es Trump.  

Las propuestas conocidas

Todo eso es el magma de lo incierto, aunque esperable. Lo concreto que ya se sabe son las propuestas que el republicano ha ido haciendo en sus apariciones públicas. 

La economía, por lo dura que ha sido en la etapa Biden, con los restos de la pandemia y las consecuencias de la guerra de Ucrania, es el centro de sus mensajes. Trump ha prometido “acabar con la inflación y hacer que EEUU vuelva a ser asequible” y cuando se le preguntó directamente dijo que “más perforaciones en busca de petróleo reducirán los costos de la energía”. Su visión de los recursos es cortoplacista, claramente. 

Ha prometido también reducir los tipos de interés -algo que el presidente no controla, pero que se guarda de decirle a sus simpatizantes y posibles votantes-, y afirma que deportar a los inmigrantes indocumentados aliviará la presión sobre la vivienda. Los economistas advierten de que su promesa de imponer un impuesto más alto a las importaciones podría hacer subir los precios.

Trump propone, igualmente, una serie de recortes de impuestos por valor de billones de dólares, incluida una extensión de sus recortes de 2017 que ayudaron principalmente a los ricos. ¿Eso cómo se compensa? Dice que con un mayor crecimiento y aranceles a las importaciones los números cuadrarán. Los analistas, en cambio, avisan de que sus planes impositivos aumentarán el déficit nacional. 

Más allá del dinero, es muy sensible el derecho al aborto, porque justo es una de las banderas que enarbola con más seguridad su oponente, Harris. El conservador ha tenido dificultades para encontrar un mensaje coherente sobre este tema, atrapado entre su necesidad de buscar más apoyo entre las mujeres, contentar a los religiosos y mantener su visión de familia tradicional.

Los tres jueces que nombró para la Corte Suprema mientras fue presidente fueron fundamentales a la hora de revocar el derecho constitucional al aborto, un fallo de 1973 conocido como Roe v Wade, que es justo la oleada reaccionaria que la demócrata promete revertir. Trump se vanagloria de ese nombramiento, luego hace suyas las decisiones que toman, pero, por otro lado, afirma que su intención es dejar que cada estado decida sobre la cuestión. “Mi opinión es que ahora tenemos el aborto donde todo el mundo lo quería legalmente, los estados lo determinarán mediante referéndum o votación legislativa, o tal vez ambos, y lo que decidan tiene que ser la ley del país”, ha afirmado. Su ambigüedad contrasta con el aval pleno al derecho de Harris. 

La inmigración fue su tema estrella en 2016, con el muro que nunca acabó de construir en la frontera con México, así que ahora sigue donde lo dejó. Ha prometido sellar la frontera completando esa infraestructura y aumentando la vigilancia y, a la par, acometer la mayor deportación masiva de inmigrantes indocumentados en la historia de EEUU. Los desafíos legales que enfrentaría no los aborda, pero sí pide la pena de muerte para los migrantes que asesinen a ciudadanos estadounidenses. Muy populista todo. 

También ha prometido la mayor deportación masiva de inmigrantes indocumentados en la historia de Estados Unidos. “Voy a usar la Ley de Enemigos Extranjeros para expulsar a los miembros de pandillas, traficantes de drogas o miembros de cárteles conocidos o sospechosos de Estados Unidos”, dijo.  Los expertos dijeron a la BBC que esto enfrentaría desafíos legales.

Trump pide, además, pena de muerte para los migrantes que asesinen a ciudadanos estadounidenses. El crimen es otra de sus bases de campaña y quiere centrarse en la lucha contra los cárteles de la droga, que asocia igualmente con los extranjeros. En su anuncio de campaña de noviembre de 2022, manifestó que, de ser reelegido, lo llevaría más allá, hasta el punto de solicitar al Congreso que se asegure que los traficantes de drogas y de personas puedan enfrentar la pena de muerte por sus crímenes.

La política exterior de Trump fue especialmente nefasta. El multilateralismo saltó por los aires, dio la espalda a sus aliados, azuzó fuegos como el del conflicto palestino-israelí, se salió de organismos y tratados internacionales porque no le daban la razón… 

Su plan era y es aislacionista y quiere que EEUU se desenrede de los conflictos en otras partes del mundo. “Me importa un comino la OTAN (…). Sus conflictos no valen lo que valen las vidas de los estadounidenses”, llegó a decir, amenazando con irse y, desde luego, garantizando que no iba a aportar en conflictos que no le interesan. Eso es verdad: Trump no es un belicista, digamos, prefiere dejar todas las misiones tiradas para centrarse en casa, aún a costa de no cumplir con sus compromisos internacionales. 

Ahora, ha dicho que pondrá fin a la guerra en Ucrania en 24 horas a través de un acuerdo negociado con Rusia del que no da detalles, una medida que, según los demócratas, envalentonaría a Vladimir Putin. Insiste en que con él en el mando, no habría habido guerra, como tampoco Hamás habría atacado a Israel ni Israel habría iniciado la ofensiva sobre Gaza y Líbano. Trump se ha posicionado como un firme partidario de Israel, eso no cambia, y un odiador intenso de Irán. 

Siempre criticó que la OTAN se llevaba mucho dinero de EEUU y sus aliados no estaban a la altura. Fue entonces cuando exigió que cada país miembro gastara al menos un 2% del PIB en Defensa, compromiso que Biden también ha alentado y ya se está cumpliendo. Pero, más allá del dinero, está la necesidad de fondo de la Alianza, que el republicano no acaba de ver. En su primer mandato amagó con sacar a EEUU del grupo y ahora podría hacerlo. Los que lo refrenaron entonces (John Kelly, Mike Pompeo o Mike Pence) ya no están con él. El daño de su marcha sería irreparable para la alianza, en tiempos de amenaza total de Rusia. 

Angela Merkel y otros líderes mundiales, ante Donald Trump, en el G7 de 2018, una imagen mítica de todos tratando de convencer al estadounidense. Jesco Denzel via AP

En cuestiones comerciales, Trump ha hecho de los aranceles una promesa central de esta campaña. Ha propuesto nuevos aranceles del 10 al 20% sobre la mayoría de los productos extranjeros y aranceles mucho más altos sobre los provenientes de China. También ha prometido incentivar a las empresas a quedarse en el país para fabricar bienes, dándoles una tasa de impuesto corporativo más baja.

Esto le puede causar problemas no sólo con Pekín, sino con la Unión Europea, que ya sufrió notablemente por su proteccionismo en el pasado. POLITICO ha publicado que Bruselas ya tiene un plan de contingencia sobre todo por si gana Trump.

En cuestiones verdes, hay que empezar recordando que el expresidente es un negacionista del cambio climático, lo que ya muestra el camino que va a tomar si vuelve al cargo. Mientras estaba en la Casa Blanca, eliminó cientos de protecciones ambientales, incluidos límites a las emisiones de dióxido de carbono de las centrales eléctricas y los vehículos. Se salió, sobre todo, del Acuerdo de París de 2015, la clave de bóveda de las políticas ambientales mundiales. 

En esta campaña ha prometido ampliar las perforaciones en el Ártico y ha atacado los coches eléctricos con enorme desprecio. Entre otras cosas, porque dependen en buena parte de China. 

En materia de educación, siguen las medidas drásticas, como cerrar el Departamento del Gobierno específico en la materia y devolver “toda la educación y el trabajo y las necesidades educativas de regreso a los estados”, porque cree que ellos gestionarán con más eficiencia la educación. También promete “volver a poner a los padres a cargo y darles la última palabra” en asuntos educativos. Quiere ofrecer un “trato favorable” a las escuelas que permitan a los padres elegir directores, incentivar la enseñanza de calidad y reducir los administradores escolares.

En lo sanitario, tras sus cuatro años de perseguir el Obamacare, ahora ha prometido en repetidas ocasiones desmantelar la Ley de Atención Médica Asequible y ha dicho que, si es elegido, sólo la mejorará, sin ofrecer detalles de cómo lo haría. Esta ley ha sido fundamental para que millones de personas más tengan acceso al seguro médico. De la rebaja de medicamentos como la insulina, que ha aliviado el bolsillo de los ciudadanos, no dice nada. 

También ha pedido un tratamiento de fertilidad financiado por los contribuyentes, pero los republicanos en el Congreso podrían oponerse a ello, porque es un debate sensible en el que su partido no tiene consenso.

Trump también juega a ser el sheriff duro en materia de seguridad: ha garantizado que, aparte de “demoler” los cárteles de la droga, va a aplastar la violencia de las pandillas y a reconstruir las ciudades gobernadas por los demócratas que, según él, están invadidas por el crimen. Ha dicho que utilizará al ejército o a la Guardia Nacional, una fuerza de reserva, para enfrentarse a los oponentes a sus políticas, a los que llama “el enemigo interno” y “lunáticos de izquierda radical” si perturban las elecciones.

Grupos de militares que trabajaron con él en el primer mandato han denunciado en la CNN esa posibilidad de que los uniformados de todo tipo sean usados para hacer frente “al enemigo desde dentro”, como dice el republicano. El exjefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, dijo al mítico periodista Bob Woodward en su nuevo libro, Guerra, que el expresidente “es la persona más peligrosa para este país (…) Un fascista hasta la médula”. La amenaza, viene a decir, no se puede minimizar, teniendo en cuenta el historial proviolencia que tiene Trump. 

Donald Trump y J.D. Vance, los dos candidatos republicanos, juntos en la convención republicana de julio pasado.Win McNamee / Getty Images

Sobre las armas, otro de los temas espinosos, Trump se ha posicionado como un firme defensor de la Segunda Enmienda, el derecho constitucional a portar armas. En un discurso ante la Asociación Nacional del Rifle en mayo, dijo que era su mejor amigo. Pero en eso no marca muchas diferencias con Harris, que en esta campaña ha confirmado que ella misma tiene un arma y que lo que hay que hacer es usarlas con responsabilidad. 

Una última visión a su programa: la marihuana. Trump ha suavizado su enfoque y ha dicho que es hora de poner fin a los “arrestos y encarcelamientos innecesarios” de adultos por pequeñas cantidades de marihuana para uso personal. Pero esta vez, al contrario de otros años, este no está siendo un asunto destacado en campaña. 

Así es Trump, esto es lo que quiere. Ahora está por ver si los ciudadanos le dan su confianza para los próximos cuatro años. 

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