Antonio Diéguez, La ciencia en cuestión: Disenso, negación y objetividad.
Herder, Barcelona 2024.
1.- La ciencia frente al escepticismo y la desinformación
En estos últimos años, sobre todo tras la pandemia de COVID-19, la percepción de la ciencia por parte del público ha experimentado un cambio con respecto a la fiabilidad. La inicial incertidumbre a la hora de gestionar un acontecimiento tan inesperado como una pandemia ha llevado a una rápida difusión de fake news y movimientos conspirativos. Estos han contribuido a alimentar la difusión de varias formas de negacionismo que han puesto en duda la cuestión de la verdad científica y de la objetividad.
Por esta razón, resulta interesante observar cómo la filosofía de la ciencia, que se ocupa de reflexionar sobre los fundamentos, los desarrollos y los métodos de la ciencia, se posiciona de cara a este escenario que ya forma parte de nuestra concepción del mundo y que se ha alargado a otras cuestiones como, entre otras, el cambio climático. Conviene pararse a pensar sobre este asunto. El libro de Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, es una magnífica apoyatura para esa tarea.
Antonio Diéguez tiene una trayectoria investigadora de más de tres décadas, con publicaciones que van desde Realismo científico (1998) a Transhumanismo (2017). En esta obra percibe la necesidad de abordar los desafíos contemporáneos del conocimiento científico. Para hacerlo, propone una defensa de la ciencia frente a los ataques que están minando su solidez y autoridad por parte de la fuerza desarrollada por los movimientos anticientíficos. El autor realiza un análisis del estado actual de la ciencia moviéndose entre la idea de consenso y disenso. Su objetivo es encontrar una respuesta efectiva a las críticas para poder responder con argumentos rigurosos, teniendo también en cuenta los debates internos dentro del propio ámbito científico, tanto respecto a cuestiones metodológicas como respecto a los propios objetos de investigación en términos éticos.
Desde que la ciencia se fusionó con la tecnología, transformándose en tecnociencia a partir de la Segunda Guerra Mundial, se ha ido generando un cambio radical en su seno, debido a un avance siempre más rápido y a la interconexión siempre más evidente entre los productos de la ciencia, la técnica y los intereses públicos y privados, en la medida en que la ciencia se ha ocupado de intervenir en las vidas de los ciudadanos para enfrentarse a cuestiones que necesitaban algún tipo de solución.
Como efecto colateral, ha ido aumentando una cierta sospecha hacia la ciencia debido, entre otras razones, a que esta misma interdependencia entre la ciencia y la industria ha contribuido a cuestionar los intereses detrás de las investigaciones. Si tomamos como referencia, por ejemplo, algunos sectores como el farmacéutico o el energético, notamos de inmediato que, precisamente en virtud de la cercanía entre investigación científica e industria, estos ámbitos son objeto privilegiado de la puesta en cuestión por parte del negacionismo en cuanto a la veracidad del proceso científico. Aunque, en líneas generales, se puede afirmar que en los últimos años la confianza en la ciencia por parte del público tras la pandemia ha aumentado (en virtud, por ejemplo, de la rapidez en el desarrollo de las vacunas para frenar la propagación del coronavirus), es necesario lidiar con la presencia de un ruido significativo generado por los detractores y la difusión de sus ideas en los medios de comunicación.
#advanceampads0#En un panorama marcado por la crisis de confianza, donde el disenso y la negación parecen prevalecer, el profesor Diéguez se esfuerza por defender la ciencia, desprendiéndola de ciertas concepciones filosóficas rígidas sobre la investigación científica, que, a su juicio, necesitan ser revisadas. En su análisis, se concentra en los objetos y objetivos de la ciencia, con el fin de plantear la cuestión de si es posible sostener la objetividad científica en un contexto de negación y desacuerdo generalizado. El autor se centra en explicar «qué es realmente la ciencia desde la perspectiva de esta disciplina, qué es lo que cabe esperar de ella y por qué algunas de las críticas que se han hecho contra ella y las supuestas alternativas que se vienen sugiriendo están desencaminadas, cuando no francamente equivocadas» (p. 7).
La meta de Diéguez es fortalecer las bases racionales de la ciencia para legitimarla en un contexto donde las narrativas alternativas cuestionan su legitimidad. A lo largo del texto trata de defender y criticar algunas posiciones teóricas llegando a un posicionamiento claro que explica paso a paso al lector: «Defiendo el naturalismo, el falibilismo débil, el realismo y el objetivismo. Critico el negacionismo, la anticiencia y las pseudociencias. Defiendo, en última instancia, a la ciencia, pero evitando o desmintiendo algunos tópicos habituales» (p. 7).
El texto se divide en cuatro capítulos que van abordando desde el significado de la ciencia y su papel en el ámbito público, pasando por el análisis de la capacidad de la ciencia de conseguir la verdad, para luego tratar los movimientos que se oponen a esta capacidad científica de lograr esa misma verdad, con el negacionismo y la anticiencia.
2.- La fiabilidad del conocimiento científico: falibilidad y aproximación a la verdad
En el primer capítulo, “¿Qué es la ciencia en realidad (y no en la imagen idealizada), si no hay tal cosa como el método científico?”, el autor aborda el tema de la definición de ciencia y trata de aclarar la cuestión del método científico. De hecho, llega a rechazar la idea de un método científico único e invariable. Dado que la ciencia no sigue un solo enfoque y que cada disciplina se sirve de metodologías diferentes, Diéguez prefiere hablar de una pluralidad metodológica que puede aplicarse de manera adaptativa a los problemas científicos que se presentan. De este modo, el autor busca ofrecer una visión más completa, alejándose de la idea de una ciencia monolítica, puramente racional y ordenada, para adoptar en su lugar la idea del naturalismo metodológico.
Este naturalismo metodológico, según lo entiende Diéguez, sostiene que «en el avance de nuestros conocimientos hemos de proceder como si solo hubiese entidades y causas naturales. Solo las causas naturales y las regularidades que las gobiernan tienen auténtica capacidad explicativa. Apelar a causas o entidades sobrenaturales, como el espíritu (en el caso de la actividad mental) o la fuerza vital (en el caso de los organismos), no explica nada. Esta variante del naturalismo es irrenunciable en la ciencia» (p. 36).
Con el objetivo de aclarar al lector cómo se puede definir la ciencia, proporcionando una lectura más amplia de lo que es una búsqueda constante compuesta por múltiples áreas y métodos, Diéguez afirma que la investigación científica debe seguir este naturalismo metodológico, ya que permite identificar regularidades en los fenómenos naturales y resulta ser el enfoque más exitoso para ofrecer explicaciones coherentes y verificables, excluyendo también aquellas explicaciones sobrenaturales que han de ser reconducidas a explicaciones naturales.
El filósofo de la ciencia pone el foco en el papel fundamental que tanto el consenso como el disenso juegan en el ámbito de la generación del conocimiento científico. De acuerdo con Thomas Kuhn (1922-1996), reconoce que el enfrentamiento entre teorías rivales es necesario en cuanto someten a pruebas el progreso científico y contribuyen a hacer el conocimiento más fiable y sólido. En este sentido, el disenso es útil y necesario para el avance de la ciencia. El desacuerdo y la diversidad de enfoques caracterizan a la ciencia como un proceso colectivo y dinámico que, mediante la rigurosa evaluación de teorías opuestas, tiene como objetivo alcanzar el progreso.
Sin embargo, este disenso debe ser crítico y riguroso, ya que, en sus versiones más extremas, puede cuestionar la credibilidad de la ciencia misma, fomentando el desarrollo del negacionismo y de las pseudociencias. Diéguez advierte que cuando este disenso no alcanza niveles mínimos de rigor y obstaculiza el progreso científico, los resultados pueden ser desastrosos, afectando la confianza del público en la ciencia. La habilidad del autor radica en introducir un concepto de ciencia que está lejos de ser monolítico, ya que es fluido y, además, se basa en el enriquecimiento continuo y en la divergencia. Con esta introducción, permite comprender una idea de ciencia que tiene la flexibilidad necesaria para afrontar, mediante el rigor que la caracteriza, las afirmaciones que buscan restarle validez.
La habilidad del autor radica en introducir un concepto de ciencia que está lejos de ser monolítico, ya que es fluido y, además, se basa en el enriquecimiento continuo y en la divergencia.
En el segundo capítulo, “El conocimiento científico es fiable y aproximadamente verdadero, aunque sea un producto social”, el autor se ocupa de observar la relación que mantiene la verdad con el conocimiento científico: «La cuestión entonces es: ¿busca la ciencia la verdad y consigue obtenerla? Pues depende. No es una pregunta fácil. Unas veces sí la busca y otras veces no, pero lo interesante es averiguar cuándo lo hace y por qué y cuándo no» (p. 67). En primer lugar, tiene en cuenta el condicionamiento del conocimiento científico por parte del contexto en el que se genera, es decir, por diversos factores humanos y sociales. Reconoce, por tanto, el papel que juegan los factores históricos, económicos, políticos e incluso las dinámicas humanas que actúan dentro de las comunidades científicas.
Todos estos componentes tienen un papel importante en la generación del conocimiento científico, pero Diéguez se cuida de adherirse a un constructivismo radical, que considera que la ciencia es una mera construcción cultural. En este sentido, busca salvaguardar la noción de una verdad vinculada a la objetividad. ¿Qué es objetivamente verdadero? O, dicho de otro modo, ¿logramos alcanzar la verdad a través de la ciencia? Según Diéguez, nuestra comprensión del mundo es falible, y esto lleva a considerar que la ciencia no es un conocimiento cierto en sentido absoluto: «La ciencia no debe ser vista como la panacea frente a nuestra inveterada intolerancia a la incertidumbre, aunque pueda proporcionarnos conocimientos fiables en muchas y diversas situaciones» (p. 84).
Por lo tanto, por un lado, Diéguez se opone al constructivismo en su forma más radical y, por otro, atribuye a nuestra capacidad de conocer una cierta falibilidad. Aun así, el autor apoya la tesis del realismo científico, afirmando entonces que, a pesar de la falibilidad, la ciencia se acerca a la verdad en términos de aproximación. En este sentido, el autor introduce la idea de aproximación a la verdad por parte de la ciencia, dado que las teorías científicas no solo se ocupan de resolver problemas, sino que también contribuyen a ofrecer una visión de la realidad tal como es. Esto implica que la aproximación a la verdad se va haciendo cada vez más efectiva conforme avanza el progreso científico.
En este sentido, la verdad se enriquece a medida que el progreso científico avanza. Aunque «la ciencia no puede ser entendida como conocimiento absolutamente cierto, demostrado desde principios seguros, empíricamente probado, establecido inductivamente con una alta probabilidad, ni en los términos de ninguno de esos viejos ideales de cientificidad que todavía gozan de cierta popularidad» (p. 85), es posible alcanzar un cierto grado de fiabilidad en el conocimiento a través del progreso.
La idea de que toda teoría científica pueda ser refutada por el progreso sucesivo, tesis denominada falibilismo débil, permite que el conocimiento científico siga siendo fiable, a pesar de la ausencia de certezas absolutas, justamente en virtud del disenso potencial que el progreso científico admite en sus fundamentos. Sin embargo, este falibilismo en la ciencia es definido como débil porque «no todo es inseguro en la ciencia ni es un destino inexorable que tenga que ser tarde o temprano derribado. Que no podamos afirmar que la probabilidad de estar en lo correcto sea 1 no quiere decir que no se puedan atribuir probabilidades altas a ciertas ideas» (p. 89). Por ejemplo, podemos estar seguros de ciertos hechos científicos, como que la materia está compuesta por átomos o la evolución, mientras que existe mayor incertidumbre sobre temas que apenas están siendo investigados. Esto refleja el carácter dinámico y formativo del conocimiento científico.
Diéguez también señala que la ciencia está polarizada en el debate político en torno a cuestiones globales, como el cambio climático, las epidemias o la inteligencia artificial. Estos campos, marcados por una profunda incertidumbre, es en donde se insertan con mayor fuerza el negacionismo y las corrientes anticientíficas. En estos contextos, la política se ve forzada a intervenir, a menudo en ausencia de una ciencia sólida debido al estado actual de la investigación.
En última instancia, la objetividad es un asunto colectivo, ya que varios factores culturales y sociales influyen en qué se considera prioritario investigar. A pesar de esto, aunque la ciencia es falible y aproximada a la verdad, para Diéguez el realismo científico es el enfoque más adecuado para explicar su fiabilidad. Las teorías científicas son lo suficientemente precisas para ser consideradas fiables, incluso si se corrigen en el futuro, y son capaces de proporcionar un conocimiento veraz de la realidad.
3.- Los movimientos anticientíficos y los límites éticos de la ciencia
En el tercer capítulo, “Pese a todo, el irracionalismo tiene adeptos”, una vez aclarada de una forma bien argumentada la idea de ciencia y su relación con la verdad, Diéguez puede ahora analizar el auge de los movimientos antivacunas, en especial durante la pandemia del COVID-19, y otros fenómenos asociados a la anticiencia. El autor distingue entre tres términos importantes: negacionismo, anticiencia y pseudociencia.
El negacionismo, que en principio surgió como negación de la existencia del Holocausto, hoy en día es un fenómeno que se refiere a temas de gran interés como el cambio climático, la existencia del virus del VIH o del SARS-CoV-2, así como la efectividad de las vacunas. Los negacionistas, sin embargo, no se autodenominan como tales, sino que prefieren considerarse «defensores de la libertad de opinión, del derecho a discrepar, de las libertades civiles, del sano escepticismo y hasta de los derechos humanos» (p. 114). La estrategia de los negacionistas es oponerse a aquellas verdades que son consideradas oficiales y que, en su visión, no lo son de verdad, ya que están impuestas por el poder (políticos y científicos) que trata de manipular la información con el fin de aprovecharse para sus propios intereses. Por esta razón, se consideran los verdaderos defensores de la ciencia auténtica y lo hacen alejándose del supuesto dogmatismo impuesto a las masas y convirtiéndose en una resistencia en favor de una verdad oculta.
El negacionismo, que en principio surgió como negación de la existencia del Holocausto, hoy en día es un fenómeno que se refiere a temas de gran interés como el cambio climático, la existencia del virus del VIH o del SARS-CoV-2, así como la efectividad de las vacunas.
Sin embargo, Diéguez argumenta que, en realidad, estos negacionistas son dogmáticos en su rechazo, ya que sus argumentos suelen estar basados en la emotividad y la ideología más que en pruebas rigurosas. Además, recurren a teorías conspirativas, desprecian a los expertos reales y promueven a falsos especialistas, haciendo un uso inadecuado de los datos y cayendo en falacias lógicas. Hay que subrayar que el negacionismo no se refiere a aquello científicos que, aunque representen una minoría, cuestionan el consenso a través de pruebas científicas (como en algunos debates sobre el cambio climático), ya que el disenso dentro de la ciencia es saludable para su progreso.
Frecuentemente, una teoría negacionista está relacionada con otras posturas anticientíficas. Por ejemplo, el negacionismo del cambio climático suele ir de la mano con el rechazo a la teoría de la evolución. Diéguez señala que en estos casos se mezcla política con ciencia, y que estos individuos sienten que tienen la obligación de revelar una verdad oculta.
Por otro lado, la anticiencia adopta una postura aún más extrema, rechazando no solo aspectos concretos de una teoría, sino toda la teoría o los avances científicos en su conjunto, como el terraplanismo o el rechazo de la evolución. En cuanto a las pseudociencias, estas pretenden ser científicas sin cumplir con los estándares de rigor de la ciencia. A menudo, buscan ser aceptadas por la sociedad a pesar de no contar con el apoyo de la comunidad científica. Ejemplos de pseudociencias son la astrología, la ufología o la parapsicología, y desvían a las personas hacia prácticas no científicas, como tratamientos médicos no probados, como es el caso de la homeopatía, que es meramente un placebo.
El autor se pregunta por qué existen estos movimientos. Para explicarlo, trae inspiración de la idea de desencantamiento del mundo propuesta por Max Weber (1864-1920), que hace referencia a la pérdida del misterio místico que la ciencia ha intentado erradicar. Sin embargo, este misterio sigue siendo necesario para muchas personas como un propósito existencial. Según Diéguez, la falta de magia causada por el desarrollo de la tecnociencia y la preferencia por la trascendencia hacen que muchas personas vean la imagen científica del mundo como algo triste. Por otra parte, el auge de ciertas corrientes sociales relativistas, posmodernas o neorrománticas también ve con desconfianza la relación entre ciencia y poder. Estas corrientes critican la autoridad, incluida la científica, y buscan reivindicar una identidad que se diferencia de la masa sometida al poder.
Diéguez termina su obra abordando, en el cuarto capítulo (“¿Tiene límites la ciencia?”), la cuestión de si la ciencia debe tener la libertad como un valor absoluto o si debería estar sometida a ciertos límites. ¿Sería censura no investigar ciertos temas? Por un lado, opina que prohibir el conocimiento corre el riesgo de atraer más atención y de hacer que la comunidad científica pierda credibilidad. La cuestión tiene cierto interés, porque el tema de orientar la investigación hacia unos tema en vez que otros también es el resultado de una práctica de financiación que casi siempre es proporcionada por el ámbito privado y no por lo público Por otro lado, el filósofo de la ciencia llama la atención sobre la importancia de incluir una reflexión ética en el ámbito del conocimiento científico, subrayando la relevancia de códigos de conducta, protocolos éticos y otras medidas que aseguren una práctica científica responsable.
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4. Conclusión
La ciencia en cuestión expresa con claridad cuestiones fundamentales de la filosofía de la ciencia, como las diversas formas de concebir la ciencia y el límite de demarcación entre lo científico y lo no científico. Esta lectura brinda la ocasión de conocer el estado del progreso científico desde la perspectiva de la filosofía de la ciencia, que trata de interrogarse sobre las cuestiones fundamentales de la ciencia hoy en día. Proporciona unos argumentos estructurados para contrarrestar la difusión de los movimientos anticientíficos que niegan el resultado genuino de una sociedad que quiere lograr un mayor bienestar para todo el mundo. Diéguez, por medio de un análisis detallado, muestra cómo los valores epistémicos y no epistémicos, influyen en la práctica científica y proporciona así una comprensión más compleja y realista de la misma.
El texto ofrece un punto de reflexión para todos aquellos que quieran comprender el estado actual del discurso científico en relación con los desafíos sociales y éticos que estamos llamados a enfrentar. La obra invita a una reflexión acerca del papel de la ciencia en la sociedad actual y destacan la importancia de proteger su integridad en un mundo cada vez más complejo y plural. El conocimiento del estado actual de la ciencia permite fortalecer el mismo concepto de sociedad democrática, ya que el conocimiento científico es clave para la toma de decisiones informadas en cuestiones globales como el cambio climático o la salud pública.
Por estas razones, resulta evidente el papel fundamental que juega la divulgación científica como herramienta para proporcionar una alfabetización científica entre la población para que tenga los instrumentos para combatir la desinformación. La divulgación, además, no debe limitarse a la mera explicación de las teorías científicas, sino que tiene tratar de explicar el funcionamiento de la institución científica y el papel que juega en las sociedades democráticas. Además, resulta fundamental difundir la práctica de la transparencia con respecto a la metodología, los valores éticos y los intereses sociales, económicos y políticos que subyacen en la investigación. Y todo esto porque estamos convencidos de que una ciudadanía alfabetizada en ciencia es menos susceptible a las manipulaciones causadas por la desinformación y es capaz de desarrollar una posición intelectual y moral propia de una forma crítica.
Fabio Scalese
Doctor en Filosofía
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología León XIII