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La demonización de la inmigración y de la izquierda ha dado alas a la extrema derecha en Francia

En el país que proclamó la libertad, la igualdad y la fraternidad, la migración se ha convertido en parte central de los debates públicos, presentada a menudo como amenaza. Comentando su último filme, “Los indeseables”, el director francés de padres malienses, Ladj Ly, habla de “los indeseables, que somos nosotros, la gente que creció en estos barrios, la gente que viene de otros lugares, los débiles, los pobres, a quienes no se quiere como vecinos”.

La migración es usada desde hace años como chivo expiatorio en numerosos discursos políticos, en un país con importantes bolsas de población que sufren segregación y discriminación. Es el saco de boxeo sobre el que se descargan responsabilidades y con el que se desvía la atención de los recortes, de la reforma de las pensiones, de las privatizaciones, de la escasez de políticas sociales. “Se habla de migración constantemente como fuente de problemas, pero la realidad en Francia es que la policía mata a un joven de los suburbios cada mes”, denuncia Ly.

Los últimos gobiernos franceses e importantes medios de comunicación han alimentado esa hostilidad hacia las personas migrantes, arrastrando a parte de la sociedad hacia el marco de la extrema derecha. A partir de 2010 ese discurso empezó a colonizar muchos medios, sobre todo con toda la emergencia del imperio Bolloré -Journal du Dimanche, Paris Match, CNews, Capital, Radio Europe 1, etc- multiplicando la presencia de periodistas racistas y reaccionarios, y haciendo que algunos veteranos de la prensa de derechas se sintieran más cómodos.

La normalización del marco de la extrema derecha: migración

En ese contexto, ya el presidente Sarkozy (2007-2012) endureció las leyes de inmigración, empleó mano dura policial ante las protestas en los suburbios y aplicó políticas represivas contra las minorías gitana y musulmana, que incluyeron la expulsión de menores.

También el actual presidente Emmanuel Macron y su equipo llevan años jugando con fuego al asumir discursos propios de la extrema derecha que han normalizado racismo y deshumanización contra la población migrante, contra los árabes y musulmanes, vinculándolos con la inseguridad. Esta narrativa no ha venido acompañada de una pedagogía antirracista que aclare posibles malentendidos y que evite estereotipos o prejuicios. Con ello se ha contribuido a legitimar el desprecio hacia las personas musulmanas y a normalizar posiciones islamófobas.

Cuando los talibanes tomaron Kabul en agosto de 2022 las primeras palabras de Macron no expresaron empatía con la población afgana, sino alerta por “los peligros de la inmigración irregular”, algo que cualquier político de extrema derecha podría haber expresado. La presidenta de Amnistía Internacional, Agnes Callamard, dijo entonces que “la vergonzosa declaración del presidente Macron sobre la prevención de los flujos migratorios desde Afganistán en medio de una terrible crisis humanitaria y de derechos humanos refleja lamentablemente la posición de muchos otros líderes”.

Macron impulsó la ley de migración con varias medidas propuestas por la extrema derecha, y la calificó de ‘escudo’

El ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, ha hecho de estos discursos parte de su estrategia, posiblemente con la voluntad de robar electorado a Le Pen, sin importarle el riesgo que ello implica, y sin entender, que, entre el original y la copia, el electorado suele terminar eligiendo el original. Darmanin defiende mano dura ante el “islamismo y la inseguridad”, emplea términos como “salvajismo” social -un concepto de la extrema derecha- y llama “enemigo interior” al “islamismo político”. Este tipo de posturas y afirmaciones, despojadas de explicaciones, agitan miedo y racismo y facilitan la asunción de parte del argumentario de Agrupación Nacional, la formación liderada por Marine Le Pen y presidida por Jordan Bardella.

El broche a esta posición gubernamental lo puso la ley de inmigración del pasado mes de diciembre, en la que se incluyeron numerosas cláusulas propuestas por la extrema derecha, muchas de las cuales serían posteriormente rechazadas -hasta un 40% del total- por el Consejo Constitucional (equivalente al Tribunal Constitucional español). Macron defendió esa controvertida reforma migratoria, calificándola de “escudo”, un término que inevitablemente sitúa la migración como una amenaza.

De hecho, el presidente francés ha afirmado que su país tiene “un problema de inmigración”. Entre las disposiciones que el Constitucional francés validó está la que facilita las deportaciones forzosas de personas extranjeras que hayan delinquido, o la autorización para que un solo juez dicte sentencias finales sobre solicitudes de asilo, en lugar de un panel de tres, como hasta ahora. Las maniobras de Macron en torno a esa ley, aceptando las cláusulas de la ultraderecha, provocaron revuelo en el país.

La migración es el saco de boxeo sobre el que se descargan responsabilidades y con el que se desvía la atención de los recortes y de la escasez de políticas sociales

La Agrupación Nacional de Le Pen, fuerza más votada por primera vez en la primera ronda de estas elecciones legislativas -cuyo desenlace tiene lugar este domingo en segunda vuelta-, defiende la deportación de las personas migrantes sin papeles, quiere despojar a los ciudadanos no franceses de derechos existentes, pretende negar empleo a los franceses de doble nacionalidad o poner fin al derecho a la nacionalidad para los hijos de extranjeros nacidos en Francia.

Todo esto, en un país que alberga población procedente de sus excolonias, de lugares donde la represión por parte de Francia fue, en casos como Argelia, de una brutalidad extrema. En los últimos años se han sumado nuevas bolsas de migrantes y personas refugiadas que huía de guerras en las que Francia intervino de una manera muy directa, como en Siria, Mali o Libia.


Hace días un ministro acusó a la formación de izquierdas Francia Insumisa de ‘comunitarista, antisemita y violenta’

La Francia Insumisa, equiparada con la extrema derecha

Otro de los grandes temas en el debate político francés gira en torno a lo que cierta prensa denomina “la izquierda radical”, en referencia a La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon. Algunos integrantes del macronismo la han colocado en su punto de mira, equiparándola con la extrema derecha. Recientemente el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, afirmaba que La Francia Insumisa “tiene posturas contra la nación francesa. La Francia Insumisa es comunitarismo, antisemitismo y violencia”, tergiversando así las posiciones de dicha formación. Además, esta semana ha añadido que “entre Agrupación Nacional y La Francia Insumisa”, la posición correcta es votar en blanco.

El 24 de junio, Macron dijo que un gobierno de Agrupación Nacional -de Le Pen- o de La Francia Insumisa -la izquierda de Mélenchon- corría el riesgo de lanzar al país a una “guerra civil”, y se refirió a estas agrupaciones como “los dos extremos”. Uno de esos extremos quiere subir el salario mínimo y aumentar la inversión en servicios públicos y el otro quiere deportar a inmigrantes indocumentados y negar empleo a ciudadanos con doble nacionalidad.

El presidente francés también ha acusado al Nuevo Frente Popular (la agrupación de partidos de izquierdas formada para estos comicios, entre ellos La Francia Insumisa, el más votado de ellos) de tener un programa “totalmente inmigracionista”, un término hasta ahora exclusivo de la extrema derecha.

Hace unos días, la ministra saliente Aurore Bergé, del partido Renacimiento de Macron, todavía situaba a la izquierda -y no a la extrema derecha- como la gran adversaria: “El mejor baluarte, sobre todo contra el Nuevo Frente Popular, no es Agrupación Nacional (de Le Pen), somos nosotros”.

En la misma línea, el primer ministro, Gabriel Attal, denunciaba el pasado 21 de junio “dos bloques extremos que se alimentan mutuamente” y para los cuales “el odio sería un combustible electoral”, en referencia a La Francia Insumisa de Mélenchon y Agrupación Nacional, de los que dijo que “se retroalimentan, porque fomentan divisiones entre los franceses”.

“Es fascinante observar con qué intensidad los macronistas atacan al Nuevo Frente Popular. Podríamos tener a la extrema derecha en el poder en tres semanas, pero claramente ese no es su tema”, advertía el 15 de junio la periodista de Mediapart Ellen Salvi.

Macron llama a Mélenchon y a Le Pen ‘los dos extremos’ y acusa a ambos de poder generar ‘una guerra civil’

Tras la primera vuelta

La demonización del partido La Francia Insumisa en debates políticos, tertulias e informativos se da en un contexto de erosión de los derechos democráticos y de un crecimiento del racismo. Esta estrategia, empleada diariamente en multitud de medios de comunicación, no le ha funcionado por el momento al macronismo. Quiso desplazar a parte de la izquierda equiparándola con la extrema derecha, pero ha sido desplazado él, quedando en tercer lugar en la primera vuelta. En la contienda final de este domingo el pulso mayor será entre el partido de Le Pen y la segunda agrupación más votada en primera vuelta: el Nuevo Frente Nacional.

Aún así, una parte de la prensa ha seguido con la criminalización. El director de Le Figaro, Alexis Brézet, publicó el pasado lunes un editorial en el que, comentando sobre Bardella y Mélenchon, afirmaba que “el programa de Agrupación Nacional es preocupante en muchos aspectos, pero por otro lado tenemos el antisemitismo, el islamoizquierdismo, el odio de clases y la histeria fiscal”, en referencia a La Francia Insumisa. Casi un centenar de trabajadores del periódico escribieron el pasado martes una carta interna a la dirección exigiendo una aclaración: “¿Le Figaro todavía se define como un periódico liberal, conservador, proeuropeo y opuesto a la extrema derecha?”, preguntan en su misiva, ante un editorial que interpretan como “un apoyo a Agrupación Nacional sin precedentes en la historia del periódico”.

Tras el triunfo de la extrema derecha en la primera ronda de votación, la recién creada coalición de partidos de la izquierda -nacida con urgencia ante el adelanto electoral- anunció con rapidez, a través de Jean-Luc Mélenchon, que retiraría sus candidaturas en los lugares donde sus representantes quedaron en tercera posición, para facilitar la concentración del voto contra Agrupación Nacional de Bardella y Le Pen. La coalición de Macron tardó más en reaccionar, con algunas reticencias iniciales a retirarse ante los candidatos de La Francia Insumisa allí donde éstos quedaron por delante.


Trabajadores de Le Figaro exigen al periódico que aclare si apoya a la extrema derecha, tras un editorial “sin precedentes

Acusaciones de antisemitismo, Israel, la guerra y los recortes

Otro de los asuntos que revolotea en el debate político francés es el relacionado con la defensa de los derechos de la población palestina por parte de La Francia Insumisa y otras formaciones de la izquierda, ante la postura habitualmente proisraelí del Gobierno de Macron. Al igual que en Alemania o en Estados Unidos, existe una tendencia en algunos sectores a tachar toda crítica a Israel de antisemitismo, en una dañina tergiversación del mismo. Este es un argumentario empleado por algunos medios de comunicación y por políticos de diferentes partidos que cierran filas en torno a Israel. Entre ellos, voces desde las agrupaciones de Macron y de Le Pen. La extrema derecha francesa es una de las más firmes defensoras de las políticas israelíes de ocupación y apartheid.

“La lucha contra el antisemitismo ha sido secuestrada, se ha convertido en una herramienta de descalificación política”, advertía esta semana Simon Assoun, portavoz de Tsedek!, colectivo judío antirracista formado recientemente en Francia. “Cuando te acusan de antisemitismo de forma espuria, no puedes entablar una discusión real. El debate está distorsionado”, añadía.

Otra cuestión internacional que marca la política francesa es la relacionada con Ucrania y el aumento del gasto militar. La extrema derecha ha modificado algunas de sus posiciones sobre Rusia en busca de aceptación en Europa, siguiendo la senda de la presidenta ultraderechista de Italia, Georgia Meloni, quien pasó de ser tildada como “peligro para la democracia” por Biden a ser aceptada por Washington, el G-7 y Europa tras su respaldo a la defensa militar de Ucrania. La agrupación de Le Pen borró recientemente de su web un manifiesto que mencionaba la conveniencia de relaciones más estrechas con Rusia, y accedió a respaldar el apoyo militar a Ucrania siempre que se trate de material para uso exclusivo en suelo ucranio. Por su parte, Macron ha sido firme defensor de más suministro de armamento a Ucrania, incluidos los misiles de largo alcance -que podrían llegar a suelo ruso- e incluso coqueteó con la propuesta de envío de tropas.

La reforma de las pensiones, que generó grandes protestas en la calle, también ha contribuido a dar fuelle a la extrema derecha

Por último, y no menos importante, las políticas impopulares de Macron -ejecutor de la reforma de las pensiones que tantas protestas generó en las calles-, también han dado fuelle a la extrema derecha, que se ha ido beneficiando a lo largo de los años del descontento generado por los recortes. También otros gobiernos anteriores, bajo dominio del partido socialista -hoy mermado y debilitado-, aplicaron políticas económicas muy similares a las de la derecha. El mensaje transmitido fue -y es- que no había alternativa a la austeridad neoliberal.

De ese modo se ha llegado hasta aquí, con un debate público en el que con frecuencia se ha culpado a los más débiles, en el que los inmigrantes son presentados como responsables del racismo; los parados, como culpables de la pobreza; la izquierda, como causante del antisemitismo y el feminismo, como generador de machismo, al más puro estilo orwelliano. La extrema derecha francesa se ha alimentado de las concesiones y las renuncias de los últimos gobiernos. Macron se sirvió de ella, del miedo que genera, para ganar dos elecciones. Pero en el proceso de normalización de parte de sus discursos se ha jugado con fuego, con graves consecuencias.

Tras este 7 de julio, pase lo que pase, amplios circuitos políticos y mediáticos tienen mucho que construir frente a la banalidad del mal, con cultura de derecho humanos y pedagogía. De lo contrario, Le Pen y los suyos encontrarán un camino allanado para las presidenciales de 2027.

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