El cordón sanitario, los diques que aislaban de los procesos de toma de decisión a los partidos de ultraderecha, eurófobos y ultranacionalistas, ha estallado. Los sondeos les dan una importante subida en las elecciones europeas del 9 de junio en Francia, Italia, Austria o Países Bajos. Y los conservadores les tienden la mano para forjar futuras alianzas. Mientras, los ultras, que avanzan en su proceso de normalización o banalización ―ayudados, además, por el acercamiento del Partido Popular Europeo—, se reorganizan para adquirir grandes cuotas de poder en la Unión Europea. Su objetivo y…
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El cordón sanitario, los diques que aislaban de los procesos de toma de decisión a los partidos de ultraderecha, eurófobos y ultranacionalistas, ha estallado. Los sondeos les dan una importante subida en las elecciones europeas del 9 de junio en Francia, Italia, Austria o Países Bajos. Y los conservadores les tienden la mano para forjar futuras alianzas. Mientras, los ultras, que avanzan en su proceso de normalización o banalización ―ayudados, además, por el acercamiento del Partido Popular Europeo—, se reorganizan para adquirir grandes cuotas de poder en la Unión Europea. Su objetivo ya no es salir del club comunitario, sino cambiarlo desde dentro. Buscan devorar a los conservadores tradicionales y ganar todo el espacio posible en el bloque de las derechas.
En toda Europa, los partidos tradicionales están perdiendo espacio. Y en la derecha, la competencia contra los ultras, que apelan a los descontentos y espolean el discurso de odio y contra la inmigración, es feroz. Eso ha derivado en una radicalización de muchos partidos conservadores tradicionales –como ha ocurrido dentro del PPE con el tema migratorio o la agenda verde— pero también en la apertura de alianzas con los ultras y los populistas, advierte Cristóbal Rovira Kaltwasser. El experto, que ha estudiado durante años la ultraderecha europea, asegura que, empíricamente, no es la socialdemocracia quien pierde votos frente a la extrema derecha, sino que es la derecha tradicional, como la democracia cristiana, la que experimenta esa “fuga” que termina en partidos ultras.
El proceso no es inocuo, advierte un eurodiputado conservador. “Hay riesgo de que las formaciones más tradicionales acaben absorbidas por los partidos de ultraderecha. Es lo que ha pasado en EE UU con Donald Trump y los republicanos, donde el ala radical ahora es la dominante”, remarca el legislador europeo, que contradice la corriente principal del PPE y prefiere no significarse. “Normalizar a parte de la extrema derecha es muy arriesgado”, alerta.
Formaciones ultras que se están formando un buen granero de votos en las poblaciones jóvenes a través de la expansión de sus mensajes (que tienen mucho tirón) en las redes sociales y plataformas como TikTok o Youtube, donde abundan los influencers libertarios y populistas (casi todos masculinos), que claman contra los impuestos, aseguran que los países europeos no son democracias y espolean esa frustración de quienes buscan su espacio social.
En las elecciones europeas, que aunque alumbrarán una Eurocámara decisiva en las legislaciones de la UE en muchos países se perciben como de segundo nivel y donde por eso se ejecuta tradicionalmente un voto de castigo o más gamberro, esa tendencia al voto ultra se puede exacerbar. De hecho, los sondeos muestran otra fase de auge para la extrema derecha, que en los comicios a la Eurocámara puede pasar a ser el tercer grupo, según datos de Europe Elects. Pero la ultraderecha no es monolítica, sino que forma una constelación enormemente dividida y desunida en asuntos claves, como Rusia y su guerra contra Ucrania, señala la experta Lisa Zanotti, que ha hecho varias investigaciones sobre formaciones como la española Vox.
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Esto, unido a que esa constelación la forman partidos muy nacionalistas para los que es difícil la colaboración transnacional, ha lastrado su fuerza en la Eurocámara, donde se agrupan fundamentalmente en dos familias: los Reformistas y Conservadores Europeos, a la que pertenece el partido de raíces neofascistas Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, o los ultras españoles de Vox; e Identidad y Democracia (ID), que contiene a Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, una formación que lidera las encuestas para el 9-J y avanza en su proceso de “des-diabolización” –como lo definen en la formación francesa— para las elecciones presidenciales francesas de 2027.
Ha sido Le Pen y su senda de detoxificación, que la ha llevado esta semana a poner un cordón sanitario a otros ultras, los de Alternativa por Alemania (AfD) –tras las declaraciones normalizando las SS nazis de su cabeza de lista para las europeas—, quien ha puesto la primera piedra de lo que pueden ser los cimientos de una nueva alianza de extrema derecha. AfD, más tóxica que nunca (algo que ya se empieza a notar en los sondeos en Alemania) no solo por el escándalo sobre memoria histórica sino también por otros casos de corrupción o espionaje para Rusia y China, ha sido expulsada de la familia europea ID. Y Le Pen ha empezado a hacer ojitos al grupo ECR, que lidera la ultraconservadora Meloni.
La italiana remarcó el jueves que no hay planes de unir en un gran grupo a las dos familias ultras, la suya y la de Le Pen. “Eso no significa que en algunos temas no se pueda colaborar, como ya está sucediendo”, aseveró Meloni en un foro económico en Trento, en el norte de Italia. “Hay puntos comunes en materia de lucha contra la inmigración irregular, un enfoque más pragmático sobre la transición verde y la defensa de la identidad cultural europea”, añadió.
El modelo para muchos ultras que aspiran a ser presidenciables, pero también para los populares, cada vez más escorados hacia la derecha, es Meloni, que encabeza una coalición con los conservadores de Forza Italia –el partido de Silvio Berlusconi (del PPE)—, y la Lega de Matteo Salvini, un partido de extrema derecha dentro de ID, que ha tenido una deriva pro Kremlin durante años que ahora ha silenciado. “He trabajado muy bien con ella”, aseguró el jueves Ursula von der Leyen, candidata del PPE a repetir mandato al frente de la Comisión Europea, que lleva un tiempo coqueteando con la italiana y que se ha abierto a alianzas con parte de la extrema derecha en puntos y legislaciones concretas. “(Meloni) es claramente pro europea, está en contra de Vladímir Putin, y está a favor del Estado de derecho; si eso se mantiene, ofreceremos trabajar juntos”, añadió la conservadora alemana durante un debate electoral.
A la Von der Leyen no le importan las políticas de Meloni –que lidera su lista para las europeas— en Italia, donde ha puesto en marcha medidas en contra del derecho al aborto, ha recortado derechos a las personas LGTBI y está tratando de controlar los medios de comunicación. Mientras no haga ‘ruido’ en Bruselas y mantenga una posición constructiva en Política Exterior, Defensa y Economía, en casa puede hacer lo que considere.
Von der Leyen ha trazado un cordón sanitario reducido, que diferencia entre la ultraderecha aceptable, como Meloni y otros partidos dentro de ECR, y otra indeseable que considera “amigos de Putin”, en la que incluye a AfD y al RN de Le Pen, que cada vez ofrece menos mensajes pro Rusia –los esconde con llamadas a negociar y por la paz—. Pero aunque la francesa se ha comido parte de Los Republicanos (de la misma familia europea que Von der Leyen y a la que critican duramente) y todavía tiene espacio hacia el centro, un acercamiento a la ultra francesa enfurecería al liberal Emmanuel Macron. Y la alemana necesita al presidente francés para repetir al frente de la Comisión Europea.
Derribados los tabúes, la extrema derecha se está convirtiendo en la derecha europea. Pero el acercamiento de Von der Leyen y de gran parte de la cúpula del PPE a Meloni no es inofensiva. Preocupa mucho a los socialdemócratas, los liberales (ahora la tercera fuerza en la Eurocámara y para los que los sondeos pronostican un batacazo el 9-J) y a los Verdes, que reclaman un cordón sanitario férreo contra los ultras al que los populares se niegan.
Los socialdemócratas están centrando su campaña en los riesgos de la ultraderecha para la UE, donde quieren imponer medidas extremas contra la inmigración, decelerar la agenda verde y devolver el peso de muchas decisiones al terreno nacional. Todo en un mundo globalizado, con una guerra en suelo europeo, una China cada vez más asertiva y un EEUU muy proteccionista –y la amenaza del retorno de Trump a la Casa Blanca—. Una realidad en la que si no se mueve, la UE puede perder terreno. El miedo a la extrema derecha ha contenido su avance en España y en Polonia y es posible que consiga que ese auge no sea tan grande el 9-J. Aunque ya está en el Gobierno en Italia, Hungría, Finlandia y Croacia, sostienen al Ejecutivo en Suecia y aguardan para estarlo en Países Bajos, uno de los países fundadores de la UE.
Con los programas políticos de formaciones ultras como Vox, RN o Hermanos de Italia, que habla de frenar la “eco-locura”, la amenaza para una Europa verde y social es tangible. Dentro de las filas populares, no obstante, hay voces a las que también preocupan los flirteos y posibles alianzas con la extrema derecha. El acercamiento de Von der Leyen a Meloni ya ha causado profundo desagrado en Forza Italia, ahora liderada por Antonio Tajani, que ha perdido fuerza frente a Hermanos de Italia. Lo ocurrido en ese país con la derecha ‘tradicional’ muestra lo que puede suceder en otros lugares, advierte el eurodiputado del PPE.
“Que la ultraderecha se haya embarcado en un proceso de normalización no la hace menos extrema. Los mensajes siguen siendo ultras”, señala Rovira Kaltwasser, de la Universidad Católica de Chile, que indica que la socialdemocracia se está centrando en el mensaje del miedo y no está comunicando bien sus “ventajas”, como la Europa social o el acceso a la vivienda, por ejemplo. Además, su estudio —de la Foundation for European Progressive Studies (FEPS)—, que junto a otros expertos analiza varios casos de alianzas, acercamientos y colaboraciones de la derecha convencional con la extrema en Europa occidental, concluye que aunque los conservadores tradicionales pensaron que iban a dominar, en muchos casos han sido los ultras los que han marcado la agenda.
Para algunos conservadores, no obstante, lo ideal es que el partido de Meloni, con todos sus escaños europeos, se integrase dentro de la familia del PPE. Los conservadores ya la sondearon tras su victoria electoral en 2022.
Pero esa opción no parece perfilarse, dice Cas Mudde, uno de los mayores estudiosos de la extrema derecha europea y que advierte sobre amplificar su mensaje en los medios de comunicación, inflar un fenómeno que no ve tan extendido y que se alimenta precisamente de mensajes populistas, extremos y del miedo. “Entrar en el PPE convertiría a Meloni en una jugadora importante en el grupo más grande y la normalizaría por completo, aunque podría hacerla parecer demasiado convencional; mientras que ser líder de ECR le da más poder sobre un grupo más pequeño”, reflexiona en un correo electrónico. Su apuesta no es una fusión de ECR e ID sino que Meloni continuará siendo la reina de la familia e intentará expandirla y sumar, entre otros, al Fidesz del nacionalpopulista húngaro Viktor Orbán, ahora en el grupo de los no adscritos tras salir en 2021 del PPE; un líder que llegó como derecha tradicional y que ahora se ha convertido en el elemento ultra por excelencia y en el más díscolo de la UE.
La reunión de líderes ultraconservadores organizada en Madrid por Vox el pasado fin de semana, que acogió a Le Pen, al argentino Javier Milei y en el que Meloni y el pro Putin Orbán participaron por videoconferencia, ofreció un guiño hacia la pujanza global de la internacional reaccionaria. Pero también mostró esas diferencias irreconciliables que menciona Zanotti: solo el ex primer ministro polaco Mateusz Morawiecki menciono la guerra de Rusia contra Ucrania. Las cosas pueden cambiar tras las elecciones europeas. Pero también si Trump —de la misma cuerda— regresa a la presidencia de EEUU, algo que dejaría a Meloni más libre en Europa para empujar las mismas políticas que ahora ejecuta en casa. Esto añadiría otro elemento más de ‘desdramatización’ de la ultraderecha que puede ayudar a Le Pen a llegar a la presidencia y que podría derivar en un futuro no demasiado lejano en un eje ultra europeo París-Roma.
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