Ursula von der Leyen ya ha cruzado la primera meta volante. El Parlamento Europeo le dio el jueves su aval (401 votos de 707 emitidos) para que siga presidiendo la Comisión, el Ejecutivo del club comunitario, durante cinco años más. La conservadora alemana puede respirar un poco, pero no dormirse en los laureles. Tiene demasiada tarea por delante como para permitírselo.
La Unión Europea se enfrenta a desafíos de calado, hasta existenciales, con focos de peligro que amenazan la alianza que hoy conocemos. Soplan feroces vientos, internos, debido al ascenso de la ultraderecha y los populistas -esos que ahora tienen un cuarto del Europarlamento-, que demonizan a la UE como la cara burocrática y globalizadora del “sistema” que quieren tumbar. Muy lejos de reconocer que es una estructura para resolver juntos problemas comunes y fortalecerse todos frente a un mundo cada vez menos sólido. Y vienen mal dadas también desde fuera, derivados del militarismo revisionista de Rusia, la asertiva búsqueda de hegemonía de China -más el pacto autoritario entre ambos- y la creciente incertidumbre sobre la fiabilidad de Estados Unidos como socio y guardián, si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca.
Son apenas dos brochazos gruesos, pero hay muchos matices, mucha pincelada fina que añadir. La próxima Comisión debe prestar más atención a suavizar el impacto social de la adaptación climática, desde los hogares hasta el campo. También debe movilizar a los países socios para que hagan mayores desembolsos en defensa, pero de manera racional y conjunta, y produzcan a la vez más capacidades de defensa en Europa, en lugar de comprarlas en el extranjero. Tiene que ser verde y potente, y también generosa y justa con los migrantes que llaman a su puerta. Debe impulsar la industria para ser más competitiva, sin dejar de ayudar a Ucrania y tomando las decisiones correctas ante crisis humanas como la de Gaza. Todo para ya, además.
En 2019, Von der Leyen llegaba al cargo sin experiencia europea, un poco de rebote, aún con un Europarlamento bien asentado entre la derecha clásica, la socialdemocracia y el liberalismo, con más certezas que dudas. Todo eso estalló por los aires en estos años de coronavirus, guerras y crecimiento de la derecha radical. Aún así, hay que reconocerle su mérito: de la compra conjunta de vacunas (con su escándalo, también) al endeudamiento conjunto para salir de la crisis de la pandemia, de la ayuda firme a Ucrania y las sanciones a Rusia a la apuesta por la economía verde y digital, del refuerzo a la seguridad económica general a la reforma de la defensa común.
Con todo ese bagaje, la alemana intentó el jueves oponer un mensaje de liderazgo, de unidad y de compromiso con los valores fundacionales de la Unión, que algunas fuerzas quieren pisotear. Los críticos de la forma en que funciona la UE argumentan que la Comisión debería reconocer el giro hacia la derecha de la opinión pública, manifestado en la votación récord de euroescépticos y nacionalistas en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 9 de junio. Sin embargo, los partidos proeuropeos han logrado mantener una clara mayoría de bloque (derecha e izquierda moderada, liberales, verdes). Pero de fondo quedan las razones de por qué se votó a los ultras y qué respuestas dan a ello las instituciones europeas y los partidos de siempre.
Quienes votaron por los populistas euroescépticos expresaron, en su mayoría, su preocupación por el costo de la vida, la desigualdad social, la migración y los costos para adaptarse al objetivo de cero emisiones netas. Es a eso a lo que la presidenta de la Comisión tiene que hacer frente con respuestas. Europa enfrenta ahora “una decisión clara que definirá nuestro mundo en los próximos cinco años, pero también nuestro lugar en el mundo en los próximos 50”. “La decisión es si dejamos que los acontecimientos y el mundo a nuestro alrededor decidan por nosotros o si nos unimos y construimos nuestro futuro para nosotros”, ha dicho ante la Eurocámara.
Ahora está por ver cómo condiciona su política el hecho de que haya tres grupos de ultraderechistas en la Cámara (de un total de ocho), las tentaciones que puede tener de recurrir a ellos, en bloque o en parte, para sacar adelante votaciones. Los socialistas y los centristas han avisado a Von der Leyen de que le retirarán su apoyo si eso pasa. No es tiempo de coquetear con los radicales, sino de mantener el cordón sanitario que sigue siendo una medalla en la pechera de Bruselas, cuando los estados van dejándolo caer por cuestiones de poder.
Se espera a ver si consigue comprar a la italiana Giorgia Meloni, al frente de los Conservadores y Reformistas, con puestos de trabajo para sus eurodiputados o para candidatos de Italia a la Comisión, pero cuidado: la demanda clave de la política a la que hasta hace año y medio todos llamaban “neofascista” no se conforma con eso, su lucha más dura es contra la inmigración ilegal y el proceso de más solicitudes de asilo fuera de la UE. No es sólo en los números, sino en las políticas, donde está la madre del cordero. Ese enfoque de acercamiento a postulados como los de Meloni. En una era política de gestos, Von der Leyen debe dar alguna señal clara de que los valores europeos que defiende no están en peligro en cuestiones migratorias.
En su discurso, prometió que reforzará las fronteras europeas y la política de asilo y migración, además de crear un comisario europeo para el Mediterráneo que refuerce las relaciones con la vecindad sur, una de sus prioridades. “Necesitamos hacer nuestras fronteras más seguras para prevenir cruces fronterizos irregulares y proteger a la UE contra el aumento de amenazas híbridas y otras de seguridad”, dijo, “desde Lampedusa hasta la frontera de Polonia con Bielorrusia, desde las fronteras de los estados bálticos y Finlandia hasta las Islas Canarias, Chipre y más allá”.
Von der Leyen abogó por “un enfoque más fuerte y ágil” en materia migratoria, fortaleciendo la agencia de control de fronteras Frontex con “tecnología de punta para la vigilancia y el conocimiento situacional” y triplicando el número de guardias fronterizos y costeros europeos hasta los 30.000 agentes. “No mostraremos tolerancia a quienes amenacen la seguridad de nuestras fronteras y nuestros ciudadanos con ataques híbridos. Los actores hostiles que empujan a personas a cruzar las fronteras exteriores de la UE con fines políticos deben ser reconocidos como una amenaza a nuestra seguridad y deben ser sancionados”, ha asegurado.
Von der Leyen tampoco puede perder de vista Ucrania, la guerra de invasión lanzada el 24 de febrero de 2022 por Vladimir Putin que el Kremlin esperaba rápida y ya va a por su tercer año. En su intervención para la reelección, se mostró favorable a “dar a Ucrania todo lo que necesite para resistir y salir victoriosa” y al mismo tiempo “hacer todo lo posible para proteger a los europeos”, con la OTAN como pilar de la arquitectura de defensa colectiva y reforzando un gasto en defensa que aún tildó de “demasiado bajo e inefectivo”. “Hasta que sea necesario” es una frase que no se le cae de la boca.
La respuesta a la invasión rusa ha inyectado esteroides a la diplomacia de la UE, porque ha acelerado la toma de decisiones que nunca antes se habían abordado. Una guerra en el corazón de Europa, a las puertas de casa, contra un aspirante a ser parte del club. Eso s nuevo y requiere una navegación hábil, porque hay muchas diferencias de los Veintisiete a la hora de pactar qué hacer. Algunas, pequeñas. Otras, gigantes. El mejor ejemplo, la crisis causada por el húngaro Viktor Orban, que en su semestre de presidencia del Consejo europeo, se ha ido de ronda por Rusia, China y EEUU a hablar de paz en Ucrania.
El mandatario más prorruso de la UE, quien ha puesto todos los palos en las ruedas posibles para negociar sanciones y ayudas, ha sido severamente amonestado por la alemana en el Parlamento: “Rusia sigue con su ofensiva en el este de Ucrania. Apuestan por una guerra de desgaste, por hacer que el próximo invierno sea aún más duro que el anterior. Rusia confía en que Europa y Occidente se ablanden, y algunos europeos le siguen el juego”, le ha recordado. Y hay países como Eslovaquia, donde también se ha impuesto un populista, que ya van por el mismo camino y amenazan con dar quebraderos de cabeza en la indispensable unidad proUcrania.
Habrá que seguir arrimando el hombro a Kiev, en consonancia con el empuje pactado este mismo mes en la Cumbre de la OTAN en Washington, y apretando a Putin y a sus aliados con más sanciones por venir. Un esfuerzo doble sobre el que planea la sombra de la fatiga de guerra, el cansancio popular por los costos de apoyar a Ucrania. Por ahora, no ha llegado. El compromiso europeo con Ucrania no ha flaqueado y Von der Leyen, personalmente, es una de las responsables de que así haya sido. Pero la contraofensiva de los de Volodimir Zelenski no está logrando el avance esperado y hay miedo de que el consenso europeo pueda resquebrajarse más. El sueño de Putin.
De fondo, el miedo perpetuo a que la guerra se internacionalice con cualquier chispa que salte, por provocaciones de Rusia, por incidentes que puedan ser usados como ofensa y por la campaña intensiva de guerra híbrida que ya están viviendo, por ejemplo, los países bálticos o Polonia. Por ejemplo, Moscú avisa de que, para ellos, que Ucrania pase a ser un Estado UE ya supone un guante lanzado.
Es otro de los desafíos de la reelegida presidenta de a CE: afrontar los dolores de crecimiento que supone abrirse al este, más allá de Ucrania. Es un proceso formidable, por lo importante y lo gigante. La UE puede hacerse más grande pero, también, compartir más fronteras con naciones autoritarias que están bajo la amenaza o la influencia directa de Moscú. En su discurso del Estado de la Unión del pasado otoño, Von der Leyen habló de una “Europa geopolítica” que tiene mucho que ver con esto.
Ucrania solicitó la adhesión a la UE en febrero de 2022 y le fue concedido el estatuto de país candidato a la UE en junio de 2022. La UE celebró su primera conferencia intergubernamental con Ucrania en junio de 2024, con el inicio de las negociaciones formales. En el mismo punto está Moldavia, también molestada constantemente pr Rusia. Hay otros siete países candidatos: Albania, Bosnia y Herzegovina, Georgia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Turquía. Kosovo es un candidato potencial.
Hay un enorme debate sobre los estándares democráticos que se le han de pedir a estos países y la velocidad a la que se cumple su hoja de ruta de adhesión (especialmente en el caso ucraniano). Hay países del este que ya son UE que dudan de que los aspirantes puedan ponerse al día y por eso rechazan que avance el proceso, pero esa postura suele esconder rencillas antiguas o proteccionismo nacionalista, por temer más competencia a la hora de repartir fondos.
El tema del cumplimiento del Estado de derecho es especialmente sensible, más allá de los hipotéticos nuevos socios. Von der Leyen tiene dos cismas abiertos, uno en fase de resolución y otro, en fase de crecimiento. El primero es con Polonia, donde ahora ha vuelto al Gobierno la derecha moderada de Donald Tusk y se están reconduciendo comportamientos y normas que no tenían cabida en la UE y que de hecho, hubieran dejado a los polacos fuera de la Unión si aspirasen a entrar ahora.
El segundo es con Hungría, donde el Fidesz de Orban ha perdido poder electoral pero sigue mandando y limitando derechos. Como a los polacos, se le ha retenido dinero comunitario para forzar cambios y están llegando, pero lentos y a regañadientes y con provocaciones como la visita a Putin. Von der Leyen tendrá que afrontar incluso en la Justicia europea una denuncia del Europarlamento por haberle devuelto a Orban dinero que tenía congelado. Gracias a eso se desbloqueó un paquete esencial de ayuda a Kiev.
La presidenta de la CE ha defendido encendidamente las políticas verdes, porque dice que es un compromiso con las generaciones por venir. En su propio grupo, el del Partido Popular Europeo, siempre se la ha visto como demasiado ecologista y, posiblemente, haya sido la mandataria más concienciada con el tema en la historia de las instituciones, pero en el último año levantó el pie, acortó los objetivos y ralentizó el Pacto Verde para contentar a la derecha radical y sus exigencias.
Su propia familia política lo ha puesto complicado: en la votación de la Ley de Restauración de la Naturaleza, el PPE hizo campaña con la extrema derecha para votar en contra, cambiando su posición sobre el clima por temor a que los votos se vayan más a la derecha aún. Al igual que con la migración, la política climática corre el riesgo de dar un giro derechista si la germana busca apoyos en esos partidos.
En su puesta de largo, la presidenta dijo que entre sus prioridades están un plan europeo de adaptación climática y una estrategia europea de resiliencia del agua entre las prioridades políticas para su segundo mandato. Considera que “uno de los mayores riesgos para nuestra seguridad es el impacto del cambio climático” con “devastadores” impactos a través de “inundaciones, incendios y sequías”.
En cuando al Pacto Verde, ha anunciado que una parte se transformará en una estrategia industrial para mejorar la competitividad del bloque comunitario, que entre otros puntos buscará seguir avanzando en el despliegue de energías renovables Von der Leyen vinculó el capítulo energético a la situación geopolítica y al “chantaje” de Rusia con los hidrocarburos o el “monopolio” de China en materias primas esenciales. Para competir con este país y con Estados Unidos, por cierto, ha anunciado un nuevo proyecto de inversión pública.
En su vertiente agrícola y ganadera, dio marcha atrás esta primavera a algunas medidas ya acordadas para bajar la ira de los manifestantes que tomaron varias ciudades de Europa, entre ellas Bruselas, hasta el mismísimo edificio Berlaymont donde ella trabaja. Ahora dice que es “vital que los agricultores tengan un ingreso justo y suficiente” y que no se vean obligados a vender “sus productos por debajo de los costos de producción”, por lo que buscará que la política agrícola común se centre en encontrar un “equilibrio adecuado entre incentivos, inversiones y regulación”.
Ahora habrá un “diálogo estratégico sobre agricultura” iniciado al calor de esas protestas, que presentará en sus primeros 100 días de mandato una “visión para la agricultura y la alimentación”. Por esa vía, si no contenta a los sectores, puede volver a tener dolores de cabeza, y más cuando los ultras han hecho bandera e esta causa.
Todo guiños que también buscaban llevarse de calle los votos de los partidos verdes y que luego habrá que poner a prueba en el día a día de la gestión. Como dice una fuente a POLITICO, “Ursula es quien tú quieras que sea”, en alusión a los bandazos ideológicos que se pueden esperar en estos cinco años en función de sus intereses y de los apoyos que necesite cada política.
Quién iba a decir hace cinco años que la defensa estaría bien arriba de la agenda de la Comisión. Entonces, todo era un toma y daca ocasional sobre el Ejército europeo que nunca llega. Ahora es esencial, tanto que habrá un comisario dedicado a ello, dice Von der Leyen. Entre sus objetivos estará el de promover un escudo antiaéreo común, algo que ya había intentado impulsar Alemania con varios aliados.
“Necesitamos construir proyectos comunes europeos, por ejemplo un completo sistema de defensa aérea, no solo para proteger nuestro espacio aéreo, sino también para enviar una claro y fuerte mensaje de unidad europea en el ámbito de la defensa”, señaló en su discurso. La ciberseguridad, añade, estará también entre las principales apuestas en la materia.
“En una era de rearme, la primera prioridad es aumentar significativamente la inversión”, ha avisado Von der Leyen. Su intención es establecer un Fondo Europeo de Defensa con el que invertir en áreas “esenciales” como la naval, la terrestre, el aéreo y en el ciberespacio. Ahora mismo, el terreno está abonado y es bueno para esos aumentos, porque se ha entendido la necesidad a golpe de guerra ucraniana y es la misma línea que marca la OTAN, pero, de nuevo, está por ver cómo reaccionan las distintas sociedades ante un gasto que les consume el dividendo de los tiempos de paz, cuando el dinero podía ir mejor destinado a educación o sanidad.
La seguridad y la defensa deben ser parte de la nueva apuesta exterior de la UE. Tiene que trabajar más las relaciones con el mundo que no es el G7, en el campo donde las potencias luchan por la influencia y el acceso a materiales críticos. Hablamos de América Latina, de Asia, de África. Rusia y China tienen clarísimo dónde tienen que hacer las apuestas. Occidente cada vez pesa menos, incluso EEUU, y Europa nunca ha tenido un papel importante ni de mediación ni de negocio.
En la parte diplomática, uno de los retos esenciales se llama Oriente Medio. El saliente jefe de la diplomacia comunitaria, el español Josep Borrell, planteó una hoja de ruta que debe acabar con el reconocimiento del Estado palestino y la paz con Israel. No puede quedar en saco roto con los cambios en la CE, porque es la mayor apuesta de diálogo planteada en la mesa hasta ahora desde que el 7 de octubre Hamás atacó Israel y Tel Aviv respondió con su ofensiva sobre Gaza. Von der Leyen, que ha sido muy criticada por su cercanía a los israelíes, pide ahora un alto el fuego inmediato y la liberación de los rehenes en manos de los terroristas. “Quiero ser muy clara: el derramamiento de sangre en Gaza debe parar ahora. Muchos niños, mujeres y civiles han perdido sus vidas como resultado de la respuesta de Israel al terror brutal de Hamás”, ha enfatizado.
También era muy ansiado un impulso a las políticas de vivienda y, al parecer, llegará en esta legislatura. Como parte de sus orientaciones políticas para la próxima Comisión, publicadas en paralelo al debate en el Parlamento, la presidenta aseguró que la Unión debe abordar urgentemente esa crisis, que afecta a millones de familias y jóvenes, pese a que no tiene competencias en la materia. Pero siempre hay margen de maniobra si hay voluntad.
Habrá un plan europeo de vivienda y la cartera será encomendada a un comisario específico, que desarrollará una estrategia para la construcción de viviendas, ofrecerá asistencia técnica a las ciudades y Estados miembros y se centrará en la inversión. Para ello, se trabajará con el Banco Europeo de Inversiones (BEI) en una inversión paneuropea para viviendas asequibles y sostenibles. Como primera medida, la alemana ha propuesto inyectar liquidez en el mercado permitiendo a los países de la UE duplicar las inversiones previstas de la política de cohesión en viviendas asequibles, así como revisar las normas sobre ayudas estatales para apoyar a la vivienda, en especial, para viviendas sociales de bajo consumo energético.
Para sacar todo adelante, además, Von der Leyen no debe olvidar la reforma en sí de la UE. Ha empezado el proceso para cambiar sus Tratados fundacionales, para que atiendan mejor las recomendaciones ciudadanas y se gane en competencias y operatividad. Está empantanado y sin consenso, entre otras cosas, porque se aspira a cambiar el actual sistema de mayorías. Especial empeño han puesto los europarlamentarios en la petición de reformar los procedimientos de votación en el Consejo para reforzar la capacidad de actuar de la UE, incluida la supresión de la unanimidad -y el paso a la votación por mayoría cualificada- para, por ejemplo, la adopción de sanciones, las llamadas cláusulas pasarela y para emergencias. Con el caso de la invasión rusa y vetos como el de Hungría ha quedado claro que, a veces, no todo puede salir con el visto bueno del 100% de miembros y peor se pondrá si la UE se amplía más.
Mucha tarea y cinco años por delante para acometerla. La confianza del Parlamento Europeo de esta semana es un aval, un convencimiento de que Von der Leyen puede. Ya ha demostrado que sabe navegar en aguas turbulentas, que es capaz de actuar con cortoplacismo urgente y con luces largas de cara al futuro. El reto empieza de nuevo.
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