En el fondo, la historia de Javito (Moraleja, Cáceres, 1983) tiene muchas similitudes con la del astro argentino Leo Messi. Ambas albergan, en sus meandros más profundos, ese punto de magia y heroicidad que las convierte en únicas más allá de haber tenido destinos dispares. Si el argentino es poesía, el extremeño es prosa dura y seca. Es la perseverancia de aquellos que persiguen un sueño, y que para obtenerlo son capaces de hacer mutar el desierto en un camino de luz lleno de oportunidades. Quizás, el error -de cálculo- fue nuestro porque nos empecinamos en subrayar solamente sus diferencias obviando los puntos en común.
En mi pueblo trabajando en una tienda con mi mujer. Vamos tirando, como se suele decir.
Sí, subimos con el Moraleja. En mitad de temporada ya llevaba muchos goles. Llamé la atención de varios clubes. Aquí mandan a Joan Martínez Vilaseca (descubridor de Xavi, Cesc o Iniesta), que en paz descanse. Supe de su fallecimiento hace pocos años. Me marché a Barcelona con 17 años recién cumplidos.
A otro extremeño: Jorge Troiteiro. Me enseñaron las instalaciones, firmé el contrato y después me llevan a las habitaciones. Me encuentro a un chaval pequeñito que se presenta. Yo le dije: “Qué bien, soy tu paisano”. Al día siguiente visito el colegio y los campos donde entrenaba el primer equipo. Tuve suerte, porque el jefe de seguridad era extremeño también… Su mujer, que trabajaba en la cocina, ídem… Vamos, que me sentía como en mi propia casa.
Sí, porque tenía que adaptarme bien a la filosofía del club. Me interesaba jugar, aprender, mejorar técnicamente porque todo era completamente diferente. Físicamente iba sobrado, pero a nivel técnico no había color. En Extremadura nadie me había enseñado nada. Entrené muchos los controles, el jugar de primeras… Luego resultaría todo mucho más fácil. Estaba con Sergio García, Iniesta, Joan Verdú…
Estuve con Chechu Rojo el primer año. Habría sido todo imposible sin su ayuda. Yo le decía: “Míster, joder, no soy capaz de regatear a nadie”. Recuerdo aún sus palabras como un resorte: “Mira, eres rapidísimo. En ninguna categoría hay nadie más rápido que tú, pero tienes que mejorar el control. Una vez eso suceda, echas el balón a un lado u otro y no te parará nadie. Te lo aseguro”. Y así fue.
Se quedaba conmigo después de los entrenamientos a practicar pases y controles. También me ayudaba un compañero de habitación (Pitu) a perfeccionar todo eso. Así todos los días, siempre después del entrenamiento. A medida que mejoraba me iba dando más minutos en los partidos. Así fue mi primer año.
Sí. Los técnicos me decían: “Javi, ya has mejorado técnicamente. Sobre la rapidez… Eres más rápido aún. No te cansas, te sacrificas, y eso no lo tiene nadie. Es tu gran virtud, porque además no se entrena”.
Gratacós en el B, el Boquerón Esteban en el C… Muchos, porque pasé por todas las categorías hasta que llegué al primer equipo. Rijkaard, ante la plaga de lesiones, solía contar con varios de la cantera. También nos llevaba a los partidos, aunque jugábamos solo si era estrictamente necesario para luego poder ir con el B, cuyo gran objetivo era el ascenso a Segunda.
Andrés ya estaba en el primer equipo, y con Leo jugué porque a él le subieron dos categorías de golpe. ¡Era tremendo! Hice muchos amigos allí. Incluso hoy sigo en contacto con algunos de ellos.
Hace algunos años fui a Barcelona con la familia y me acerqué a las instalaciones del club. Estaba Messi, y vino a saludarnos a todos. Es como si no hubiera pasado el tiempo. Yo fui preguntando por Carles Naval, y cuando nos abrazamos me dijo que iba a llamar a Leo, que estaba en la ducha. Salió medio avergonzado. Entonces le pregunté: “¿Te acuerdas de mí?”.
“Claro, boludo, sé perfectamente quién eres”. Le dije: “¿Tú vas a tener vergüenza de mí con la estrella que eres?”. Nada, estuvimos hablando un ratito. Se lo presenté a mi familia. Me preguntó si me iba a quedar al partido de Champions contra el Inter, pero le dije que no podía.
Tenía que volver a Extremadura porque había venido a recoger unas cosas que tenía en una casa en Barcelona. Leo insistió, y le dije que no tenía entradas. Me dijo que él se encargaba de todo. Hablaron él y Carles, y al día siguiente pasé a recogerlas. Me quedé un día más solo para ver el partido. Creo que era 2019, justo antes de la pandemia. Estaban mi mujer y mis hijas.
El gesto fue precioso. Mis hijas, que habían escuchado siempre que su padre había jugado con Messi, ahí comprobaron que sí era cierto. Se lo creyeron cuando lo conocieron en persona.
Sí, comenzamos a subir varias categorías, aunque en mi caso a base de mucho trabajo. Tuve que currar el doble, porque las cosas no me salían tan fáciles como a él. Curro, curro, esfuerzo, repeticiones, trabajo, posesiones, controles sin parar… Así mejoré. Me decían los técnicos que iba más rápido que el balón, y que cuando lo perdía bajaba a recuperarlo. Me aconsejaban estar más calmado con el cuero para evitar perderlo.
Antes de nada, decir que, de todos los jóvenes, solo a Messi ya le había dado minutos en otras competiciones, aunque no en la Champions, salvo ese día. Los demás solo entrenábamos con el primer equipo y luego íbamos con el B. Viajamos a Ucrania, donde hacía mucho frío. La noche anterior estuve malo, con vómitos. No sé si me sentó algo mal o era por nervios. El día del partido comí algo y me siento en la mesa de siempre, con Ronaldinho, Silvinho, Eto’o y algunos más del filial para la charla del míster. No había dormido.
“Javi, ¿tú eres de los ricos o los pobres?”. Yo le decía de los pobres, y él riéndose me invitaba a sentarme allí a su lado. Se portó fenomenal conmigo. Recuerdo que merendamos también, yo estaba con el café y llega Eto’o… Me susurra: “Nene, prepárate que hoy te toca correr a ti”. Pensaba que me estaba vacilando, porque era su manera de ser. Cuando descubro que sí, no me lo podía creer. “Te lo advertí”, me dijo Eto’o. “Ya, Samu, pero es que siempre estás de coña. Cualquiera te cree a ti”, le respondí. El míster nos dijo que jugáramos sin presión, sin nervios, que tratáramos de aprovechar la oportunidad, de aportar cosas, de hacer lo que sabíamos. Jugar con naturalidad, en definitiva.
De hecho, me lo preguntó Frank. Sabía que no había pegado ojo. Sin embargo, le dije que estaba perfectamente para jugar. Se me había pasado todo milagrosamente… Imagina las ganas que tenía de debutar con el Barça, en un partido de Champions. Nos dio la oportunidad que muchos futbolistas jamás tuvieron. Además, con gente del nivel de Puyol, Iniesta, Deco, Eto’o, Ronaldinho, Xavi…
Sí, los pitufos tuvimos que correr ese día. Fue increíble, pero le he dado más valor con el tiempo. Recuerdo que cuando salíamos del túnel para el campo y escuchaba el himno de la Champions me vino a la cabeza cuando era pequeño y estaba en mi casa sentado en el brasero mientras -comiéndome un bocadillo- veía todos los partidos de Copa de Europa por televisión.
Fue increíble, muy ilusionante. Para mis adentros pensé: “No sé si jugaré bien o mal, pero voy a correr como un desgraciado”. Aproveché la oportunidad y disfruté mucho de la experiencia. Algo inolvidable e irrepetible. Sueñas con jugar en el Barça, pero lo de debutar en Champions fue palabras mayores. Es que, a mí, relativamente, me ficharon muy mayor. De hecho, al inicio mucha gente allí – cariacontecida- me preguntaba que cómo era posible.
“No lo sé. Coño, a mí me han llamado para firmar y he venido. ¿Qué quieres que te diga?”. Soy un chaval hijo del trabajo y el sacrificio. Pasé por todas las posiciones desde pequeño. Fui defensa central, lateral, medio… Y cuando llego a Can Barça me ponen de extremo para aprovechar mi velocidad. Todo esto se lo cuento a los niños cuando entreno.
La importancia del esfuerzo, la lucha, el no rendirse ni relajarse solo por tener calidad. Así se llega a un equipo grande, con la humildad de querer aprender siempre. Yo, por ejemplo, en Barcelona tuve que aprender mucho. La pierna izquierda la tenía solo para subir al autobús. Los defensas, sabiendo esto, me tapaban la derecha. Me obligaron a potenciar la izquierda. ¿Sabes una cosa? Los goles más bonitos que tengo son con la zurda.
Estuve entrenando hace un par de años aquí en el pueblo mientras todavía jugaba. Ahora, por falta de tiempo, no puedo. Me saqué el título de entrenador, y hago un poco de todo por aquí para salir adelante. Me gustaría, en un futuro, entrenar en alguna academia o en algún equipo. Mientras tanto, para ir hacia adelante, tengo que trabajar en otras cosas.
Se llama Inasona. Es de diseño, confección y artesanía. Ella cose, hace zapatillas… Todo artesano.
Desde el día que llegué me trató muy bien. Lo mismo en el primer equipo. Hablamos de una persona exquisita. El tema es que coincidimos el primer año mío, y luego no le vuelvo a ver hasta que subo, cuatro o cinco años después. Cuando entrenábamos en el primer equipo, yo me juntaba más con los del B. Dicho esto, teníamos un gran trato con las estrellas. Eto’o estaba muy pendiente de mí, con Ronaldinho me cambiaba a su lado… Yo que no quería molestarle, y él se reía. Eran amables y humildes. Y Valdés…
Cuando me lesioné nos fuimos a Pons. Él quiso que me pusiera en su misma habitación porque decía que era un tipo tranquilo y eso a él le gustaba. Se encontraba bien.
Cuando fui a verle tuve que decir que se marchara a casa a comer porque no quería molestarle más. Eran las dos del mediodía, y al día siguiente tenían el Inter. Él seguía y seguía ahí con nosotros. A ver, también te digo que es tímido, pero no si coge confianza. Aún le recuerdo cuando llegó con nosotros al B. Tenía 16 años. Se sentaba allí sin decir nada, solo respondiendo si le saludabas. El entrenador nos decía que había que ayudarle. Yo respondía: “¿A qué? No hay quien pueda quitarle el balón. Nos tendrá que ayudar él a nosotros”. Se hizo fotos con mis hijas, mi mujer… Fue bonito volver a verle muchos años después de nuestros inicios en el club.
Debuto, y luego sigo yendo con el primero equipo. Meses después hicimos una gira en Japón justo cuando terminó la temporada. Jugamos dos partidos. Lo hago muy bien, doy asistencias de gol… Los campos eran enormes, perfecto para mi zancada y aceleración. El míster abogaba por buscar a Giuly al espacio, y el francés decía entre nosotros bromeando: “Aquí no aguanto. Que juegue Javito, porque corre más que yo”. A la media hora se lesiona con un calambre y entro yo. Qué pillo era. Yo encantado, la verdad. Le di un pase de gol a Larsson, y lo hice muy bien. Al volver me dio una trombosis en el avión. Al bajarme tenía molestias en el gemelo, y pensaba que era un golpe del partido, una rotura… Al día siguiente se marcha todo el mundo de vacaciones. Yo me levanto de la cama, y no puedo apoyar el pie. Es como si me clavaran un cuchillo ahí, aunque no veía ningún hematoma. Le digo a mi mujer que me marcho a Sanitas para que me vean.
Inicialmente pensaron que era una rotura y pretendían aplicarme frío y calor. En ese momento, mientras estaba tumbado en una camilla, llega el médico del primer equipo. Coincidió que era el último día y se había pasado para desear un feliz verano a todos. Solo me apoyó la mano, sin apretar, y me dijo que fuera con él a su clínica para hacer una ecografía y así descartar que fuera algo cardiovascular. Cuando la hacemos y ve el resultado me dice: “Tienes una trombosis. No te muevas porque si va hacia arriba igual hay que cortar la pierna o si lo hace a otro lado igual puedes morir”. Todo el mundo estaba nervioso, asustado. Me dijeron que ellos se encargaban de ir a por mi mujer. En cuestión de una hora me vi en la cama de un hospital. Había tensión.
No lo sé. Me quedé dormido en el avión viendo una película, y al despertarme tenía molestias. Después de estar tres meses sin poder hacer nada me hicieron mil pruebas. Yo corría y corría, mientras que los demás compañeros estaban con el balón. Me desesperaba por jugar. Empecé a entrenar cuando me pasó el efecto del Sintrom. Yo estaba en el B, pero entre semana -los jueves- jugábamos partidos en el Mini contra el primer equipo. Rijkaard me preguntaba, se interesaba por mí.
El primer partido echo el balón adelante y comienzo a correr. La gente alucinada porque tenía más velocidad incluso. Es que, como dije antes, solo había corrido en los últimos meses. Estaba físicamente como un toro. Un día el preparador físico se acercó a mí para decirme que, de no haberme lesionado, habría hecho la gira de EE.UU. con ellos. “No me jodas”, le respondí. “Sí, le habías gustado mucho al míster y quería apostar por ti”. Bueno, qué se le va a hacer. Me recuperé, jugué con el B el tramo final de temporada. Marqué algunos goles. Me surgió una oferta de Grecia para marcharme. Además, pensaba que ya era mayor para el Barça B.
Me facilitó todo dándome la carta de libertad. El Barça me dijo, de todas formas, que si no me hubiera salido nada me habría incluso renovado porque, pese a la mala suerte, les gustaba como futbolista, y siempre había sido formal en todos los sentidos. Me fui a Grecia, al Aris de Salónica, entrenado por uno que había pasado por las categorías inferiores del Barça. Así inició mi aventura en esas tierras.
En los próximos días saldrá la segunda parte de esta entrevista.
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