En la jungla caben muchas especies. En esta, entre rugidos y maleza, se podían encontrar héroes, villanos, asesinos, promotores, dictadores, estafadores, países reinventados y periodistas. Para esa congregación fue necesario reunir a dos boxeadores, Muhammad Ali y George Foreman, en un punto desconocido del mundo, Kinshasa, la capital de Zaire, sede el 30 de octubre de 1974 de lo que se denominó el mayor evento deportivo de la historia, el pomposo ‘Rumble in the jungle’, ‘La pelea en la selva’. Se cumplen 50 años, 50 asaltos infinitos cuando la campana es la eternidad.
El boxeo poseía en los años 70 la capacidad de poner al planeta pendiente de dos tipos con guantes. Lo que parecía asombroso es que el campeonato mundial de los pesos pesados no se disputase en el Madison Square Garden sino en un rincón perdido en el mapa deportivo. No hay nada imposible cuando en la piscina de pirañas se sumergen dólares, promotores y sátrapas.
La situación era una antología del morbo. Muhammad Ali (Louisville, 1942) ya era en 1974 una de las personalidades sociales y deportivas más relevantes del siglo XX, aunque en ese momento era el aspirante a la corona mundial que poseía George Foreman (Marshall, 1949), de oficio descuartizador.
Ali podía seducir a las piedras con su locuacidad imparable. Su grandeza había sobrepasado los vestuarios y los batines. En 1967 se había negado a ser reclutado para ir a Vietnam. Se le condenó a cinco años de cárcel, se le multó con 10.000 dólares y se le prohibió competir durante tres años y medio. Nunca pisó la prisión porque recurrió la decisión hasta que en 1971 la Corte Suprema le dio la razón por unanimidad.
En el repertorio de Ali cabía el autobombo -“soy el más grande de todos los tiempos”-, la protesta audiovisual -“cada vez que pongo la tele en América ponen a Tarzán”-, la hipérbole fuera de categoría -“he peleado con una ballena y he asesinado a una roca”- o el mensaje médico -“soy tan vil que hago enfermar a la medicina”.
Foreman, sin el envoltorio del glamour, sólo se seducía a sí mismo, era un genio del ahorro de palabras y una bestia en adobo que trataba a los rivales como sacos de patatas. Su balance antes de ver cerca a Alí era de 40-0 en victorias y derrotas. Si un boxeador le aguantaba más de tres asaltos era noticia.
La situación se presentaba muy distinta para ambos púgiles. En el 74, Ali no era el bailarín de los 60, el que mareaba a los rivales antes de golpearles. Con 32 años, una inactividad pesada y dos encierros salvajes con Frazier, había perdido agilidad. Se hablaba de que la retirada asomaba en la mente del mito. Foreman, de 25 años, no era Fred Astaire, pero llevaba en la pechera la pegatina de imbatible.
Había que meter en la misma ratonera a los dos gigantes. La idea del combate parecía imposible cuando ambos púgiles pidieron 5 millones de dólares para cada uno por medir sus carrocerías. Los candidatos se iban borrando. No había ningún iluminado que se atreviera a iniciar la aventura. Bueno sí, uno, el atípico Don King.
Foreman es un imbécil, no es nada, no tiene fuerza, pega como un niño, soy el más grande de todos los tiempos
Antes de ser el campeón del mundo de los negocios en boxeo, Don King ya había flirteado con los barrotes por homicidio. Existía poco o nada en la vida que le asustara. Un día un púgil se le rebeló por un contraste de opiniones. El promotor fue claro: “Si descuelgas el teléfono sé que me pueden matar en media hora; pero si llamo yo, acabarán contigo en cinco minutos”. Un tipo tan encantador vio la oportunidad de inundar de ceros su cuenta corriente y de prestigio su alborotada cabellera.
Nada fue lógico antes, durante y después de la velada. Don King propuso África a los dos púgiles. Ali, que veía en el continente el sitio ideal para propagar sus ideales, no veía mayor inconveniente. Foreman puso como condición a Don King que boxearía allí si no anunciaba el acuerdo hasta que resolviera su divorcio. El organizador cumplió y a Foreman no le quedó más remedio que preparar las maletas. “Por cinco millones de dólares me tiro en avión y peleo contra 20 ‘Alís'”, declaró con un romanticismo evidente el campeón.
Para rematar el show Don King necesitaba un cómplice y había contactado con Mobutu Sese Seko,
un sanguinario dictador que llegó al poder en 1965 y había cambiado hasta el nombre de su país. De República Democrática del Congo se pasó a Zaire en 1971 porque le apetecía. La capital, Kinshasa, disponía en 1974 de la misma tradición en boxeo que Plutón en baloncesto.Sin embargo, no existía mejor anuncio de publicidad en el globo que ser la sede de un Foreman-Ali. Mobutu percibió la ocasión perfecta para blanquear su gestión en una época en la que algunas zonas africanas eran desconocidas. Si Alí y Foreman aceptaban pelear allí es que allí no había peligro.
Zaire, primer productor mundial de cobalto, probaba poco a poco la medicina de su mandamás. Mobutu, preocupado por todo menos por el boxeo, acumulaba cientos de decisiones inauditas, una manera de proceder que se bautizó como ‘Mobutismo’.
Mientras desplumaba a su país, el presidente había prohibido los nombres cristianos para cambiarlos por africanos. En su delirio llegó también a prohibir a Santa Claus. Se preocupó tanto por el transporte que la aerolínea Air Zaire se quedó sin sus dos grandes aparatos porque Mobutu se quedó en propiedad un Boeing 747 y un DC-10 fue a parar por el dedo mágico a su esposa. En la televisión zaireña, una especie de ‘TeleMobutu’, sólo podía .
El lugar elegido para el combate fue el Estadio 20 de mayo. En el recinto se barruntaba que se almacenaban torturas y desaparecidos. Mobutu aplicaba la selección natural en su territorio: ‘este sí, este no, este sí, este no’, una lotería macabra para todos los públicos. Mientras, Don King, preocupado por otros asuntos, ataba el combate, fijado en principio para el 25 de septiembre de 1974. Esa fecha necesitó un salvavidas.
Don King soñaba con el pastel que había fabricado. Zaire era la coartada perfecta para mostrar que el deporte se preocupaba de los derechos civiles. El organizador fijó la hora del combate para las 3 de la madrugada en Zaire, la franja ideal de máxima audiencia en Estados Unidos, donde se iba a ver el acontecimiento en circuito cerrado de televisión, previo pago, en más de 400 recintos distribuidos por el país.
Los dos boxeadores se plantaron en Zaire donde tan rápido como sus puños exhibieron sus diferentes estrategias. Ali, un apóstol de las relaciones públicas, expandía su mensaje mesiánico y hacía que hasta los niños se aprendieran el ‘Ali Bumaye’ (Alí mátalo), que pasó a ser un grito más en la selva. Por arte de lengua parecía que el único negro que iba a pelear era él.
Foreman, más tieso que su oponente, sin dar titulares grandilocuentes, se presentó en Kinshasa con su inseparable pastor alemán, la mascota preferida por las autoridades belgas que habían ejercido de colonos sobre los zaireños. El tacto del campeón del mundo podía mejorar. Por incomparecencia, tiró la toalla en la refriega diplomática.
Clay dejó que Foreman le pegara, le dio por todos lados, como si esperara que se desahogara, el secreto de por qué utilizó esa táctica se lo llevó a la tumba
A la vez, como señuelo, Don King organizó en el estadio unas semanas antes un festival musical con la presencia de leyendas como James Brown y B.B. King. Con los dos boxeadores en Zaire todo estaba preparado menos el azar de un entrenamiento. El 16 de septiembre, nueve días antes de la pelea, cuando Foreman se sacudía con un sparring, un movimiento de un codo de éste abrió la ceja derecha del campeón.
El pánico se olía en la jungla. El circo estaba en peligro. Se examinó la herida de Foreman, suficiente para no poder pelear. La suspensión no estaba en el programa. El aplazamiento llevó el combate al 30 de octubre. No se quería que Foreman abandonara el país por si no volvía. Aguardaban otras seis semanas en Kinshasa. Tiempo suficiente para que Ali le dijera a Foreman “imbécil, no eres nada, eres muy feo”.
La espera no enfrió la expectación. Los más de 800 periodistas acreditados se dividieron entre aguardar en Kinshasa o hacer una escala en casa antes de regresar a África. Mobutu dispuso de más tiempo para exhibir su aparato de propaganda. En las calles carteles gigantes proclamaban: ‘Si Ali y Foreman tienen confianza en Mobutu, vosotros haced como ellos, tened confianza en Mobutu’; ‘Un combate entre dos negros, en un país de negros, organizado por negros y visto por el mundo entero. Una gran victoria del ‘mobutismo’.
Los boxeadores alternaban la preparación privada con exhibiciones públicas y actos con Mobutu, encantado en su papel de supervisor del evento. Con las apuestas inclinadas con claridad hacia Foreman llegó la sesión de pesaje ante 12.000 espectadores. Ali, con su 1,91, dio 103 kilos; Foreman, de 1,92 y una marca en la ceja derecha, acreditó 110 en la báscula.
El combate se acercaba. En el estadio se terminaba la instalación de una carpa para proteger el ring de una posible lluvia. Daba igual que la pelea sólo la vieran bien los de las primeras filas. No era un país apto para las protestas. Mobutu había decidido no acudir. Se habían vendido las 60.000 localidades disponibles con precios entre los 10 y los 250 dólares.
El día de la pelea el equipo de Ali comprobó que las cuerdas del cuadrilátero eran un desastre porque estaban tan blandas que si alguien se protegía en ellas podía caer hacia atrás. Con libertad, se pusieron a tensar los cordajes y a echar resina sobre el suelo, que resbalaba.
En horario para noctámbulos, Ali y Foreman llegaron al estadio. El aspirante fue el primero en llegar al ring. El campeón le hizo esperar más de un cuarto de hora. Cuando el árbitro, Zack Clayton, les pidió que se acercaran para instruirles, Alí comenzó la batalla psicológica con burlas a su oponente, que lo único que quería era despedazarle antes de terminar los 15 asaltos fijados.
Así comenzó la pelea. Ali pegó primero ante la sorpresa del público. Foreman reaccionó poseído por el odio, una actitud que no abandonaría en toda la noche. Alí, que no era por razones de calendario el boxeador mandón, danzarín y pegador de su primera época, se había adiestrado en los últimos años para resistir palizas, un empleo con efectos secundarios.
Durante varios asaltos, ante el asombro del cosmos, Ali se refugiaba sobre las cuerdas en una táctica que quedaría patentada como ‘rope a dope’. El aspirante cubría su cara con los guantes y su cuerpo con los codos. Mientras, Foreman, en una catarata desordenada de golpes marcados por la ira y el desorden,
se desgastaba en una ceremonia que parecía la que luego reflejó Stallone en Rocky con los terneros en la cámara frigorífica.Foreman pegaba, pegaba y pegaba. Alí esperaba, esperaba y esperaba. De vez en cuando lanzaba sus puños para golpear con nitidez a un campeón que no contaba con el arte de esquivar entre sus habilidades.
Ali eligió una táctica suicida, quedarse en las cuerdas ante Foreman, que era un asesino en potencia, fue una solución kamikaze
En el sexto asalto el combate hablaba como Alí. “¿Esto es todo lo que tienes?”, le decía a un Foreman harto de pegar sin dividendos. Las piernas empezaban a fallarle al campeón antes del asalto que entró en la historia de la televisión, la literatura y el boxeo.
En el octavo asalto, con ese panorama, Ali volvía de vez en cuando a las cuerdas, las cómplices de su estrategia. Por entonces, Foreman lanzaba los puños con la fuerza del que quiere espantar una mosca. En un arrebato, Alí vio a la presa desprotegida, fabricó una serie letal y con un derechazo derrumbó a Foreman, que se desplomó como un borracho en un pilón. ‘Alí, bumayé’. No, Alí no le mató, sólo le destruyó. El New York Times describió así la escena: “…una abeja golpeó a un león”.
Tras esa combinación, una de las más legendarias de la historia del boxeo, Alí se convertía en el segundo púgil de la historia en recuperar el título de los pesos pesados tras Floyd Patterson. Con el intercambio de trompazos se abrió la válvula de las interpretaciones en ambos púgiles. Ali exhibió su mítica sencillez: “Alá me dio fuerzas, sin él no soy nada. Soy el más grande de todos los tiempos. Ya lo había dicho. Foreman golpea como un niño, no me ha hecho el menor daño. En cada asalto sus golpes se volvían más lentos. Era un título que me habían robado”.
En el tercer asalto le di el golpe más fuerte de mi carrera, me miró como diciéndome ‘no voy a dejar que me lastimes’, me quemé
Foreman se retrataba “devastado” y con el ADN desordenado alimentó teorías confusas al protestar porque “el ring estaba empapado y blando. Parecía una lona de lucha libre. Además, me levanté antes de que el árbitro contara hasta ’10’. Al menos admitía que en la combinación que le tumbó “no había nada ilegal”.
El árbitro, Zack Clayton, desvelaría diversos mensajes de Ali a Foreman durante la pelea. “¿Cómo me llamo, mariquita?”, fue uno de ellos. En otro momento le espetó “pareces cansado, este es el peor lugar para cansarse, jovencito”.
Ante la expectación por el acontecimiento, MARCA, que costaba ocho pesetas, lanzó ese 30 de octubre una edición especial de madrugada con el titular grande en portada de “Foreman, k.o. en el octavo asalto”. En el antetítulo se resaltaba “el título vuelve a Clay”. El día 31 el diario también destacaba en su portada el desenlace del combate.
El 1 de noviembre, Manuel Alcántara, maestro de escritores y periodistas y excepcional cronista de boxeo, mostraba su desencanto en una página en MARCA titulada ‘El boxeo, de la Ceca a la Meca’. Para Alcántara, que recelaba del epílogo de la pelea e insinuaba que se debía a un apaño para una futura revancha, “el ring era antes un cadalso y ahora es un teatrillo… Todo ha cambiado en los úlltimos tiempos y los miles de dólares que inundaron Kinshasa, flotando en el aire como hojas secas, representan el otoño del pugilismo. Lo único que está mal es el boxeo…”. El escritor describía a “un Clay sin piernas, un ex bailarín, todavía celérico de brazos, frente a un resoplante mastodonte”.
Años después, Foreman, admitió de otra forma la derrota y se plegó ante el mito. “En el tercer asalto le di a Ali el golpe más fuerte que jamás le di a cualquiera. Me miró como diciendo ‘no voy a dejar que me lastimes’. Me quemé. Cuando eres joven deseas ganar por k.o. Cuando llaman a Alí el más grande y la gente se pone de pie y le ovaciona a su paso es porque se lo merece”.
Un acontecimiento colosal debía dejar réplicas colosales. El documental ‘When we were kings’ producido en 1996 ganó el Oscar en su categoría en 1997. La obra, una joya audiovisual, recoge imágenes -incluidas las del festival musical- y testimonios de lo que fue la gestación y desarrollo de la batalla de Kinshasa.
Entre el material literario que surgió tras el evento destaca un libro como ‘El combate’, escrito por Norman Mailer, uno de los santones de la escritura, ganador de dos Pulitzer, que presenció en Zaire todos los avatares que rodearon al acontecimiento.
Jaime Ugarte, periodista, apasionado del boxeo, recuerda medio siglo después la huella de aquel combate. “La sensación era la de estar viendo en televisión algo histórico. No era tan raro llevarlo fuera del Madison o Atlantic City, por ejemplo el Foreman-Frazier se organizó en Kingston, Jamaica. Ali decía que si un país quería ser famoso que le organizara un combate”.
El especialista añade que trasladar “ese combate al corazón de África sólo podía ser cosa de alguien como Don King, un adelantado, sin entrar en detalles de su faceta personal. El acontecimiento montado era de una magnitud impresionante. Los 5 millones de dólares para cada boxeador eran una barbaridad”.
Ugarte se centra en la figura de Ali, “alguien que trascendía el deporte. Un día le vi en el Madison Square Garden, ya retirado y enfermo, y a su paso se le trataba como un Dios viviente. Era una personalidad ‘hors categorie’, (fuera de categoría), como se diría en el Tour. Recuperar el título después de estar tres años y medio sin pelear demuestra una fuerza mental y física impresionante. Imagina a Pogacar tres años sin competir”.
Sobre el combate y la estrategia, Ugarte estima que la exhibida por Ali “fue suicida, quedarse ahí en las cuerdas ante Foreman, un asesino en potencia, fue una solución kamikaze. Los pesos pesados, con ese tonelaje, se van quedando vacíos y fue lo que le pasó a Foreman, que se volcó en ganar por k.o, en pegar a Ali con todo, con esa manía que le tenía. Llega un momento en el que Foreman se desmoraliza y piensa ¿este tío cómo me aguanta? Alí demostró que era de hierro. Eso es sólo para elegidos”.
El desenlace lleva a Ugarte a recordar cómo “antes de la pelea había una sensación de peligro real para Ali, se pensaba que ese tío lo podía matar. Como dice Garci,
el mejor boxeador de la historia fue Cassius Clay, antes de su cambio de nombre y todo lo que le pasó. En el 74 ya no tenía la velocidad de su primera época, de antes de la sanción. Cuando peleaba todavía como Cassius Clay era imbatible. Era un visto y no visto la forma en la que se movía y pegaba”. Ugarte asegura haber visto el combate “más veces que Casablanca, cada vez sacas algo nuevo”.El cineasta y escritor José Luis Garci, apasionado del boxeo, recuerda que el combate lo vio “por televisión ese mismo día. Puso a África, el que era en ese momento el continente olvidado, en el mapa. Clay, porque yo siempre le llamé así, llegó allí como el negro bueno”.
El desarrollo de la pelea impacta medio siglo después. Para Garci “todo fue un poco misterioso. Cómo dejó Clay que Foreman, que era un pegador extraordinario, le pegara así y que aguantara tanto. Y luego llega el k.o. impresionante y la caída de Foreman desplomándose”.
La figura de Ali representaba -apunta Garci- “la contracultura y la contestación americanas. Como Clay fue el mejor peso pesado de la historia, cómo se movía, con esa precisión, era espectacular. Como Alí era buenísimo, pero ya era otra cosa”.
Yo pensaba, ¿pero cómo va a seguir Ali así? Foreman se agotó y se acabó la pelea, el k.o. fue impresionante con la forma en la que se desplomó
La táctica de Ali sigue en la cocina del debate. Garci incide en que la pelea “fue misteriosa. No sé por qué lo hizo. Igual pensó, voy a esperar a que Foreman se desahogue y este le pegó por todos los sitios que pudo. Yo pensaba, ¿pero cómo va a seguir Alí así?. El otro se agotó y se acabó la pelea. El secreto de por qué lo hizo se lo llevó Ali a la tumba”.
Hay combates que se quedan dentro de un boxeador por las consecuencias físicas. Garci estima que la de Kinshasa “se quedó dentro de Clay”. Para el cineasta la contienda de Kinshasa está “entre las diez mejores de la historia, pero la mejor es la de Ali-Frazier en Manila. Esa fue increíble, la épica en estado puro”.
Una pelea descomunal dejó secuelas deportivas, físicas y espirituales. Alí sobrevivió a un combate sangriento con Frazier, el ‘Thrilla in Manila’ celebrado en 1975. No pudo cumplir su deseo cuando decía “no me retiraré del boxeo con cicatrices, con las orejas como un par de coliflores y la nariz aplastada”. Se retiró en 1981 cuando ya asomaban síntomas del Parkinson.
Para Foreman la vida tras la derrota se convirtió en un laberinto. Tardó casi dos años en volver a pelear. En 1977 se retiró, se agarró a Dios como salida de emergencia y comenzó a ejercer como reverendo. En 1987 anunció su regreso y en 1994 se proclamó campeón del mundo con 45 años, el más viejo de la historia.
Con 93 años, Don King, tras ser el patriarca de innumerables veladas grandiosas de boxeo, está semiretirado después de acumular en su vida denuncias por estafa de ríos de millones de dólares a boxeadores como Ali, Tyson o Roberto Durán ‘Mano de piedra’.
Mobutu Sese Seko fue derrocado en la primavera de 1997. Huyó cuando se calculaba que en su labor de pillaje había acumulado una fortuna de 5.000 millones de dólares. Murió en Marruecos en septiembre de 1997 cuando Zaire ya se llamaba de nuevo República Democrática del Congo.
El Estadio 20 de mayo se llama ahora Tata Raphael, a nadie se le ocurriría ahora organizar un Mundial de boxeo en la República Democrática del Congo, Ali murió en 2016 en el trono de su reconocimiento universal como figura deportiva de todos los tiempos y nunca hubo una revancha de la pelea de la que se sigue hablando 50 años después.
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