Esto no es una entrevista. Sería más bien una charla de bar con dos tipos que llevan medio siglo siendo amigos y se conocen demasiado bien: a menudo uno comienza una frase y la termina el otro. Se habla del Real Madrid, del deporte, de la vida y de aquella época, los salvajes 80, en que el baloncesto español dio el gran salto conla medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, hace ahora 40 años. En un afán de pulcritud, durante la transcripción se han eliminado varios kilos de tacos y carcajadas. Pero algo ha quedado.
A Fernando Romay se le ve llegar de lejos: no hay forma de pasar inadvertido cuando se mide 2,13 metros. Entra en el bar y predice que Juanma López Iturriaga se presentará “tardísimo, como siempre”. Pero Iturriaga, que sigue una dieta y está quedándose tirillas (todo lo tirillas que puede parecer un tipo de 1,95 metros), no se retrasa. Romay, en adelante identificado con la F de Fernando, pide la primera coca-cola. Iturriaga, J por Juanma, un vaso de agua. Un servidor, que llevará la P de periodista intervendrá lo menos posible, un dry Martini.
A Juanma acaban de hacerle una entrevista sobre el País Vasco.
J. Te preguntan durante media hora, pero según cómo editen y dónde metan el corte, puedes parecer filoetarra o de Vox.
F. Ay, qué habrás dicho.
J. Es que hay que tener el discurso muy afinado para no meterte en líos. Fíjate en las entrevistas a Rafa Nadal. Empieza con frases claras, pero luego salen temas como el dinero, las mujeres, el sexismo, y acaba soltando algo inconveniente que aparecerá en el titular.
F. Sobre Nadal y Jon Rahm y Arabia Saudí…
J. Son casos diferentes. Una cosa es que te paguen una pasta por ir a jugar al golf unas semanitas, y otra es convertirse en representante de un país que no respeta los derechos humanos.
F. O de un país al que puedes ayudar a abrirse.
J. No seas ingenuo. Es lo mismo que nos intentó vender la Federación de Fútbol con la Supercopa de Arabia Saudí. Que si hay que construir desde dentro, que si el país va a cambiar…
F. Pero luego todo el mundo ve esa Supercopa. Según tu discurso, deberías boicotear la Supercopa y apagar la tele.
J. Por la misma lógica, no deberíamos comer en restaurantes chinos.
F. Pues no es lo mismo. Oye, como lo del ‘Mono’ Burgos. ¿Tú crees que lo que dijo merecía el despido?
(Lamine Yamal estaba haciendo malabarismos con el balón y Germán ‘Mono’ Burgos, comentarista en Movistar, soltó un chiste que intentaba ser elogioso: “Ojo, que si no le va bien termina en un semáforo”)
J. No lo sé. Y reivindico el derecho a no saberlo.
F. El tipo está hablando hora y media y en un momento dado suelta una gracieta que puede ser desafortunada. ¿Por eso hay que despedirle? No me jodas.
J. Debería haber una autoridad que explicase estas cosas, igual que un árbitro te explica por qué tal jugada ha sido penalti.
F. Esto lo montó el Barça porque intenta que Yamal se convierta en un adalid del antirracismo como Vinicius.
J. Cierto. Quien se siente ofendido debería explicar por qué. Y tú, Fernando, ve con cuidado, que vas a acabar soltando eso de que ya no se pueden decir las cosas que se decían antes.
F. Es que no se pueden decir. Lo afirmo como una quejosa constatación de la realidad. Yo intento no decir cosas inconvenientes, pero si se me escapa alguna no es por mal rollo.
F. Sí.
J. Fernando tendrá una historia y yo tendré otra, porque con los años los recuerdos cambian, jaja. Fue en Zaragoza, ¿no?
F. Correcto.
J. Tendríamos 15 o 16 años.
F. Fuimos a Zaragoza a jugar la fase final del campeonato escolar.
J. ¡Claro! ¡La que ganó el Alpe!
F. En 1975. Estábamos Sagrada Familia de Jaén, Sagrada Familia de Madrid, donde jugaba yo, el Indauchu, donde jugabas tú, y el Alpe, una academia de Barcelona en la que jugaba Chicho Sibilio y tenía un equipazo.
J. Ahí fue cuando empezamos a hacernos amigos.
F. Todo empezó una noche en el Oasis (mítico cabaré zaragozano). Actuaba un cantante mexicano y preguntó al público qué canción quería. Entre el público estábamos un montón de chavales baloncestistas y gritamos: “¡Cucurrucucú paloma!”. En cuanto empezó, nosotros nos pusimos a cantar ‘Allá en el rancho grande’. El pobre intentó pasar a la del rancho grande, pero entonces nosotros cantamos ‘Cucurrucucú’. Jaja, qué cabrones.
J. Es que éramos muy altos y parecíamos mayores. De esa noche recuerdo que sobre las 5 de la madrugada vagabundeábamos por las calles de Zaragoza, con todos los garitos ya cerrados.
F. Juanma venía ya con fama, era el mejor del Indautxu.
J. Yo te había visto antes, a los de la selección juvenil nos llevaron a ver al Real Madrid juvenil y todos teníamos curiosidad por un tío que decían que era muy alto. O sea, este, que no jugó ni un minuto.
F. Me había incorporado en agosto y las zapatillas a medida no llegaron hasta febrero (Romay calza un 56, al principio tenía que jugar con unas zapatillas con la puntera cortada y los dedos del pie asomando).
F. Era muy bueno bajo los aros y en cualquier sitio porque era un jugador muy inteligente. Aunque no lo parezca, es listo.
J. Es que en el colegio había tenido muy buenos entrenadores.
F. Pero te camuflabas detrás del personaje ese del ‘Palomero’: mínimo esfuerzo, máximos resultados.
J. Hubo un momento en que creé al personaje, el ‘Palomero’, y al final me pasó lo que a Miguel Bosé: el personaje se me comió. Y ahora da pereza desmontar ese personaje que trabaja poco, que no paga nunca, que vive de puta madre… Todo falso, claro.
F. Bueno…
J. De eso no hay duda. Del equipo que ganó la plata en Los Ángeles se recuerda sobre todo la columna vertebral, Corbalán, Epi y Fernando Martín, pero sin Fernando no lo habríamos logrado. Podía parecer torpe, pero era ágil y habilidoso. Y tenía una capacidad maravillosa para exasperar a los contrarios, que chocaban contra él y no conseguían que se moviera ni un centímetro. Acababa con la paciencia de cualquiera.
F. Entonces el baloncesto estaba más reconcentradito, se jugaba mucho en la zona, bajo los aros, todos apretados. A mí llegaron a expulsarme “por ocupar demasiado espacio”.
Exjugador de baloncesto
J. Es que la dureza de los 80 no se limitaba al deporte. Recordad lo que era Madrid entonces. Hace poco vi la última final que perdió el Real Madrid, contra el Liverpool, en 1981. Si ese partido se hubiera jugado hoy, habrían acabado jugando cuatro por equipo. Todos los demás, expulsados. En baloncesto, salvando las distancias, pues lo mismo. Ahora se han profesionalizado los árbitros y se protege más al jugador.
F. Es que en aquella época… ¿Te acuerdas de los filipinos? Cada vez que saltábamos nos hacían la cama.
J. Y los uruguayos, y los argentinos, en general se jugaba duro. También en la NBA, sobre todo en la costa este, con Nueva York, los ‘bad boys’ de Detroit… Hay quien lamenta que se haya perdido ese tipo de juego. Y quizá en la NBA se haya pasado al otro extremo, porque ahora no se permite ningún contacto.
F. Ahora todo es falta.
Exjugador de baloncesto
J. El baloncesto lo juega en un espacio muy reducido gente que es cada vez más grande y se mueve cada vez más rápido. El espacio sigue siendo el mismo, los choques son inevitables y el árbitro tiene la tarea, dificilísima, de distinguir entre un millón de golpes ese que es falta. Volviendo a los 80, los arbitrajes de entonces eran increíbles. Cuando jugaban el Madrid y el Barça, ponían a un colegiado de Madrid y a otro de Barcelona. El de Madrid sólo pitaba a favor del Madrid, el de Barcelona siempre a favor del Barça. ¿Te acuerdas de aquella pareja, Gárate y Mas? Jaja. Los árbitros acababan peleándose entre ellos. Era el salvaje oeste.
J. Hay demasiadas pausas.
F. Demasiadas, sí. Los técnicos intentan controlar el juego. En nuestro tiempo, el jugador tenía más libertad. Recuerdo que jugando contra el Caserta, a falta de 50 segundos y ganando de dos, Drazen Petrovic pasó de las instrucciones de Lolo Sáinz e intentó un triple desde lejísimos, que falló, claro. Luego explicó que quería dar tiempo a que el Caserta hiciera su última jugada y luego quedaran unos segundos para hacer él el último tiro.
Exjugador de baloncesto
(Drazen Petrovic murió en un accidente automovilístico en 1993)
F. Más de lo que dicen. Y no llegó al Madrid de la mejor manera. Mirza Delibasic vino al Madrid porque quería jugar en el Madrid. Drazen Petrovic se tomó Madrid como una breve escala en su camino hacia la NBA.
F. Porque era la hostia.
J. Porque nos había jodido tres años seguidos y estábamos desesperados. Otra cosa: Drazen ficha en 1986, dos años antes de venir. Cuando se anunció el fichaje echábamos humo. De hecho, recuerdo que…
F. Estábamos Fernando Martín, tú y yo y vino un periodista a preguntarnos qué opinábamos de Drazen.
J. Nos habíamos pegado con él varias veces.
F. Pensamos que nos preguntaban porque había hecho otra trastada de las suyas y dijimos que era un cabrón y que le odiábamos. Entonces el periodista dice: ¿Sabéis que ha firmado esta mañana por el Madrid? Y nosotros: glups, bueno, claro…
J. Al cabo de unos días Mariano Jaquotot, que era el directivo de la sección de baloncesto, nos juntó para comer a los más veteranos y nos explicó las razones del fichaje. Una era deportiva: teníamos un gran equipo pero Europa se nos resistía desde 1980. Otra estaba relacionada con el proyecto de construir un nuevo pabellón con capacidad para 14.000 o 16.000 personas. Para llenar ese pabellón hacía falta añadir una estrella como Drazen. No contaban con que Drazen tenía otros planes.
Exjugador de baloncesto
F. Tanto es así que en la pretemporada siguiente, llegamos a un entrenamiento y no está Drazen. Poco después nos dicen que le han visto en el aeropuerto, embarcando hacia Estados Unidos. Ni se despidió. Ni un “ahí os quedáis, hijos de puta”.
J. Si llega en 1986, le matamos en cuanto aparece. Pero en 1988 las cosas se habían calmado.
F. Jugaba muy bien, pero hacía vida aparte.
J. Siguen metiéndole en las listas de los mejores jugadores de la historia del Real Madrid, aunque sólo estuviera un año. Y ese año ganamos la Recopa, pero la Liga la ganó el Barça.
F. Por otra de las cosas de Drazen. Años antes, jugando con Yugoslavia, Drazen había escupido en la cara al árbitro Juanjo Neyro. Y resulta que a Neyro le tocó arbitrar el quinto partido de la final de Liga entre Madrid y Barça. Neyra se vengó de Drazen, claro. El Madrid acabó jugando con cuatro. Nos pusimos a hacer faltas como locos, y me refiero a hostias con la mano abierta, para que Neyro expulsara a otro porque con tres había que suspender el partido. Pero nada. Neyro ya no nos pitaba ni una.
J. Volviendo a los entrenadores, creo que a veces matan una cierta espontaneidad que a mí me gusta. Es matemático: te meten tres canastas, tú no metes ninguna, pues tiempo muerto. Hay demasiadas pausas. Y más ahora, con las revisiones.
F. En los dos últimos minutos del partido, a los árbitros se les ve más el culo que la cara.
J. ¿Qué quieres decir?
F. Que están todo el rato mirando el monitor. ¡Pita y ya está! No todo es revisable. Si te equivocas, pues te equivocas.
J. Yo creo que, en general, la importancia de los árbitros ha ido descendiendo y el público, descontando a los más fanáticos, entiende mejor las decisiones. Hay menos tensión con los árbitros y menos tensión en los pabellones. Antes, cuando jugábamos en el Palau Blaugrana, todos queríamos ser titulares porque el banquillo era una tortura. Teníamos detrás a los ?Boixos Nois’ gritando barbaridades desde el minuto uno hasta el final, y a Rudy Ventura dando la vara con la trompeta.
F. Y a los del Barça les pasaba algo parecido cuando venían a Madrid. Un domingo por la mañana, jugando en el Palau, tiraron un huevo a la pista. Me imagino a ese señor, o señora, que se levanta un domingo, se ducha, se viste, va a la nevera, coge un huevo, lo mete en el abrigo y va hasta el Palau con la mano en el bolsillo protegiendo el huevo. Esa persona no va a volverse a casa con el huevo. Ese huevo se tira, pase lo que pase.
J. Había más agresividad en Barcelona, porque el Barça practicaba un victimismo brutal. Y sigue practicándolo, qué hostias. Se mezclaba la política también. Un directivo del Madrid coincidió en el palco con Jordi Pujol y su esposa, Marta Ferrusola, y luego contaba que era increíble lo que aquella mujer soltaba por la boca. En fin, los 80 fueron años de agresividad, dentro y fuera de la pista. Recordad que en los campos de fútbol había verjas y fosos.
J. Bueno, a ver. A Lolo le quiero mucho y no tuve problemas con él, salvo por el hecho de que decidiera echarme cuando aún tenía un año de contrato. También me molestaron las formas. Yo era el capitán del Real Madrid. ¿Al capitán del Madrid le citas una mañana en la cafetería del hotel Colón para darle la patada?
F. ¿Te cuento yo la mía? Tengo negociado con la directiva seguir unos meses después del final de temporada, para buscarme otro equipo. Me dice Clifford (Luyk) que tenemos que vernos al día siguiente en el Bernabéu a las 10 y media. Él llega a las once y cuarto. Para entonces, alguien me ha dicho ya que han fichado a Nacho Romero como nuevo pívot. El agente de Clifford llevaba años intentando sustituirme por otros pívots de su cuadra, como Ramón Rivas o Silvano Bustos. En fin, del Madrid es difícil salir bien. Porque tú siempre quieres más y crees que te deben algo, y el Real Madrid no le debe nada a nadie.
Exjugador de baloncesto
J. Al menos debe un poco de respeto.
F. Eso sí.
J. Es que las formas son el fondo. Lolo Sáinz era como mi segundo padre, fue quien vino a ficharme a Bilbao y no podía despedirme así. Y encima me sustituía por Quique Villalobos… Bueno, llega un momento en que entiendes la parte deportiva, los dos últimos años no estuve muy bien. Con Antonio Díaz Miguel fue otro tema y hubo más bronca. Antonio hacía cosas para mí inaceptables, como tratar infinitamente mejor a los titulares que a los suplentes. Tuvimos una relación difícil. Yo era un bocazas y él tenía la manía de acercarse a los grupos sin hacer ruido, con lo que siempre me pillaba rajando. También tenía la manía de entrar sin llamar a las habitaciones y claro, me pillaba echando un pitillo o haciendo cualquier otra cosa. También es verdad que fui mejor jugador para el Madrid que para la selección. Porque en la selección estaba Epi, que era el bueno. Quizá me puse celoso o algo así.
F. ¿No veníamos a hablar de la medalla de 1984?
J. Uf, mejor que no. Ya hablaremos bastante de eso en los próximos meses.
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