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sin paz, sin esperanza, sin vencedores, con desgaste

Aquí estamos de nuevo, otro 24 de febrero más. La fecha no ha quedado aún para los libros de Historia, el día de 2022 en que Rusia comenzó su invasión de Ucrania por seis frentes distintos, sino que sigue copando titulares, actualidad fresca como la sangre de los que caen, el humo picante de las explosiones, la estupefacción irrecuperable del horror. 

Se cumplen dos años de la guerra de Ucrania, la “operación militar especial”, como la llama el Kremlin, entra en su tercer año, y no hay visos de que vaya a acabar pronto. A este aniversario negro se llega con Kiev peleando a la desesperada, a la defensiva por falta de medios y de efectivos, y con Rusia envalentonada por la conquista de Avdiivka, a la ofensiva, cabalgando sobre un armamento que su industria genera y repone aún con fortaleza. Aún así, nadie va ganando, todos van perdiendo, no hay ni recuperación de la soberanía nacional ucraniana ni imposición de los invasores, no hay rendiciones a la vista ni posibilidad de ir a una mesa de negociación. Es lo que se dice un túnel sin salida, al menos, en el corto plazo. 

Los objetivos de la guerra no han cambiado en dos años. Ucrania, el agredido, pelea por mantener su integridad territorial y por soportar los envites rusos, por entrar en la Unión Europea y, quizá, en la OTAN. Sorprendiendo al mundo, sus ciudadanos, su ejército y su presidente, Volodimir Zelenski, han logrado aguantar cuando pocos lo esperaban. Ha tenido retrocesos, luego avances y, ahora, un cuello de botella por el que sólo podrá pasar si llega, con contundencia y sin límites, la ayuda clave de sus aliados occidentales. Ya no sabe cómo rogar por ella. 

Rusia, por su parte, ha fracasado en lo que quería que fuera una guerra corta, de días o semanas, meses máximo, pero no logró poner un Gobierno satélite en Kiev no hacerse con el país en una batalla fácil. Sin embargo, persiste en su intentona, porque su presidente, Vladimir Putin, sigue obnubilado con su visión del mundo ruso, que incluye el expansionismo en el espacio postsoviético, empezando por el vecino ucraniano. Ha fracasado hasta ahora, porque domina sólo el 20% de Ucrania, pero con los meses se ha adaptado muy bien a la coyuntura y, tras flaquear, resurge fuerte. 

No se ha hundido pese a las sanciones internacionales -contra más de 15.000 objetivos, según el Atlantic Council- ni ha sucumbido Putin en el Kremlin -aunque hemos asistido hasta a una intentona golpista por parte del Grupo Wagner-, no gana en el campo de batalla, pero tampoco se retira. Tiene más armas, más hombres y más dinero que los ucranianos. En la reciente entrevista que le hizo a Putin un expresentador de la FOX norteamericana, dijo de nuevo que los civiles en Ucrania, especialmente en la región oriental del Donbás, necesitan protección rusa. En su visión de salvador ante la necesaria “desnazificación” de Ucrania y dada su la obsesión zarista de crecer, no se esperan pasos atrás.

Estrategias, apuestas, obsesiones, egos, derechos, dinero. Todo eso rodea a lo que de verdad importa: los ciudadanos inocentes que están sufriendo la guerra, vieja de tres años ya. Los muertos superan los 10.300 entre los civiles muertos, ahora unos cien al mes, tras unos meses iniciales especialmente brutales. Los fallecidos caen por los misiles rusos, principalmente, porque el poderío aéreo del adversario es importante. También su sistema de minas antipersona, sembradas por buena parte del territorio y una trampa para inocentes. 

Estados Unidos calcula que se elevarían los soldados ucranianos muertos a unos 70.000 y hasta 120.000 heridos y se cree que 325.000 han perdido la vida en las filas rusas. Es urgente para Kiev reemplazar las pérdidas y hay que tener en cuenta, además, que el descontento crece porque hay hombres movilizados -los varones no pueden abandonar el país- que no han abandonado el frente en los dos años que lleva la contienda. 

Además, la destrucción de casas y bienes requeriría una inversión de más de 450.000 millones de euros y años de trabajo para recuperarse. En torno al 10% del parque de viviendas del país había resultado parcialmente dañado o destruido hasta diciembre pasado, lo que fomenta el desplazamiento forzoso de la población. Por eso hay 3,7 millones de personas desplazadas en el interior del país, que sobre todo han abandonado localidades del este y del sur en busca de zonas más alejadas de primera línea del frente. Se calcula que hay otros siete millones de ucranianos refugiados en el exterior, sobre todo en países fronterizos, europeos. 

Unos 14,6 millones de personas se encuentran en situación de necesidad, según Naciones Unidas, que ha pedido para este 2024 al menos 2.900 millones de euros para satisfacer sus carencias. 

Una mujer pasa ante el cuerpo de un civil caído en Donetsk, en el fuego cruzado entre Ucrania y Rusia, el pasado enero.Alexei Alexandrov / AP

Según datos de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), las Fuerzas Armadas rusas han dañado parcialmente o destruido más de 340 espacios culturales o religiosos, incluidos 127 lugares de culto y 150 edificios históricos. Cerca de 3.800 instituciones educativas se han visto afectadas por los bombardeos y se han verificado ataques contra cerca de 1.600 centros sanitarios. Han muerto en este tiempo 11 periodistas y 35 han resultado heridos, indica Reporteros Sin Fronteras (RSF). 

La situación en el frente

Las tropas ucranianas, con armamento antiguo, pocos efectivos y enfrentadas a uno de los mayores ejércitos del mundo, ha dado en estos años muestra de una enorme resistencia, de imaginación a la hora de eludir ataques e infligir daños y de adaptación a nuevos medios y conocimientos, para poder usar el armamento facilitado por Occidente. Sin embargo, solas no pueden con todo.

Zelenski se desgañita pidiendo más medios, sobre todo munición, artillería y medios aéreos para contrarrestar el poder ruso. Los países que lo apoyan son reacios, porque temen que un mayor poder de lanzamiento lleve a ataques mayores en suelo ruso, a una irritación mayor en el Kremlin y a represalias contra países OTAN. La idea hasta ahora era defender, solamente. 

Así que Ucrania se ve expuesta a una dependencia exterior excesiva, vital. La ayuda de fuera llega o no llega, más o menos, condicionada o no, dependiendo de los problemas internos de sus aliados, del momento, de la agenda, de imponderables que no le importan pero le hacen la vida imposible. Hablamos de nuevos conflictos como el de Gaza, que desplazó al de Ucrania varios meses hasta sumirse también en el olvido narcótico, o a elecciones como las norteamericanas y las europeas. 

Lo cierto es que, con lo que dispone a día de hoy, no llega, ya no a ganar, sino a defenderse y a no perder más esa quinta parte de territorio que ya dominan los rusos. Lo viene diciendo Zelenski desde hace 24 meses: “No necesito un taxi, necesito munición”, dijo ya en uno de sus primeros vídeos tras la invasión, cuando países occidentales le ofrecían sacarlo y protegerlo. Decidió quedarse y ahí sigue, el exactor, también para sorpresa del mundo. 

Durante el invierno se han estado registrando durísimos combates que han costado muchas vidas a ambos bandos. La línea del frente se extiende a lo largo de 1.000 kilómetros y su forma ha cambiado poco en el último año, pese a que a inicios del verano -tarde, se esperaba para primavera- se lanzó la esperada operación de reconquista de Ucrania. A los pocos meses de la invasión a gran escala de hace dos años, Liev había hecho retroceder a las fuerzas rusas desde el norte y alrededor de la capital. Ese mismo año retomó grandes extensiones de territorio en el este y el sur. Ahora, sin embargo, las fuerzas rusas están atrincheradas con poderosas fortificaciones y los ucranianos asumen que sus municiones se están agotando. 

Se hablaba en los últimos meses de estancamiento, en parte por el invierno, en parte por las férreas defensas rusas, pero en las últimas semanas la iniciativa la está llevando Rusia, que se ha reformado en medios y que ha logrado la conquista de Avdiivka. Los ucranianos habían estado meses luchando por preservarla, pero tuvieron que escapar de ella hace pocos días, doloroso. Las fuerzas rusas lo han celebrado, en cambio, como una gran victoria, ya que Avdiivka está estratégicamente ubicada y potencialmente puede abrir rutas a una invasión más profunda. Hacía poco menos de un año, desde Bajmut, que los de Putin no se apuntaban un tanto tan importante. 

Un avance tan pequeño, en realidad, hay que ponerlo en contexto. Aún está lejos de la ambición inicial de Rusia de febrero de 2022 de tomar Kiev “en tres días”, una idea repetida por los blogueros militares y la propaganda estatal y que está ya camino de los tres años. Lo que sí puede lucir Rusia es entre el 18 y el 20% del suelo ucraniano, incluida la península de Crimea, anexada ilegalmente en 2014, y gran parte de las regiones de Donetsk y Luhansk, en el este, que Rusia capturó poco después. Es en esta zona donde se concentran los principales combates, además de en el sur del país. Los rusos avanzan en al menos cuatro puntos. La Inteligencia de EEUU cree que el Kremlin intenta organizar una ofensiva terrestre en el este de Ucrania, con un éxito limitado por el momento.

No obstante, hay que apuntar que el los últimos meses Ucrania venía de algunos buenos logros, también, porque “los ataques rusos a gran escala en el este de Ucrania han sido rechazados sistemáticamente” y la poderosa flota rusa del Mar Negro “casi ha sido expulsada de Sebastopol, a pesar de la falta de poder aéreo y de su débil Armada”, como indica el Instituto para el Estudio de la Guerra. 

El enorme reto de la ayuda externa

Occidente, en estos dos años, ha ido acuñando una muletilla que repiten europeos y americanos: “As long as it takes”, esto es, ayudarán a Ucrania “el tiempo que sea necesario”. Nadie sabe cuánto tiempo será y la ausencia de avances en el campo de batalla complica las cosas, no sólo para los Gobiernos, que tienen sus propias preocupaciones, sino para las sociedades. La fatiga de guerra famosa se empieza a instalar en las sociedades, azotadas por la inflación.

En los últimos dos años, los aliados de Ucrania le han enviado enormes cantidades de ayuda militar, financiera y humanitaria: casi 92.000 millones de las instituciones de la Unión Europea y 73.000 millones de EEUU, hasta enero de 2024, según el medidor creado por el Instituto Kiel para la Economía Mundial.

Los tanques, las defensas aéreas y la artillería de largo alcance suministrados por Occidente han ayudado sustancialmente a Ucrania, pero el flujo de ayuda ha disminuido en los últimos meses, en medio del debate sobre cuánto tiempo los aliados pueden apoyar de manera realista a Ucrania. En EEUU, un nuevo paquete de 60.000 millones está estancado en el Congreso, atrapado en disputas políticas internas, con los republicanos reclamando otras contrapartidas, por ejemplo en materia migratoria, para dar el brazo a torcer. 

Todo, con las elecciones a las puertas, en noviembre, y su posible candidato, Donald Trump, repitiendo que él arreglaría esta guerra en 24 horas. Y entre los partidarios de Ucrania existe la preocupación de que el apoyo de la Casa Blansa se acabe si Trump regresa a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre.

Europa tampoco es un mar en calma. A principios de mes aprobó 50.000 millones en un plan a cuatro años tras haber quedado bloqueado en diciembre por el veto de Hungría, ahora superado tras algunas concesiones. Su primer ministro, Victor Orban, es un aliado de Putin que se opone abiertamente a apoyar a Ucrania y que promete hacerle la vida imposible también en el recién estrenado proceso de adhesión al club comunitario. 

Además, la UE está en camino de entregar sólo alrededor de la mitad del millón de proyectiles de artillería que pretendía proporcionar a Kiev para finales de marzo de este año. La previsión era de un millón. Ahora se esperan nuevos F-16 como agua de mayo. 

En cuanto a personal, donde las decisiones son exclusivamente locales, Ucrania asume su desesperación y está pensando en rebajar la edad de reclutamiento e incluso llamar a filas a personas con algún tipo de discapacidad, cuando también las esposas de los movilizados protestan porque muchos de ellos ni han regresado a casa en dos años. 

Frente a eso, Rusia, que está dedicando el 40% de sus esfuerzos a la industria de defensa, armamento y seguridad, poco productivo para el resto de los ciudadanos pero mucho para sus soldados. Ha logrado reponer lo que quema y hasta tener reservas, y también ha buscado ayuda fuera: Irán ha estado suministrando a Rusia drones Shahed, denuncian EEUU y la UE, aunque Teherán sólo admite haber suministrado a Rusia una pequeña cantidad de drones antes de la guerra.

Las sanciones no han funcionado tan bien como esperaban los países occidentales y Rusia ha podido seguir vendiendo su petróleo y obteniendo piezas y componentes para su industria militar. China e India son hoy sus grandes clientes y se ha preparado bien para una guerra larga, si fuera necesario. No obstante, los especialistas insisten en que las sanciones harán efecto en un poco más de tiempo y que la maquinaria rusa de Defensa no será soportable a este ritmo por mucho más, aunque en este año, diga el Fondo Monetario Internacional (FMI), aún su economía vaya a crecer un 2,6% en el 2024, punto y medio más de lo esperado. 

Vista aérea de un cementerio de Járkov, el pasado 17 de febrero.Narciso Contreras / Anadolu via Getty Images

¿Acabará o irá a más?

Sin vendedores ni vencidos y con las bajas y los daños multiplicándose cada día, queda la opción de la rendición, pero no va a llegar por ninguna de las partes. Putin, además, tiene elecciones el mes que viene, con los candidatos opositores vetados, por lo que se perpetuará más aún en el poder, convencido de que su apuesta es la buena. Zelenski parece que también se mantendrá, por más que haya tenido crisis serias en sus equipos próximos en los últimos meses, del ministro de Defensa al jefe del Estado Mayor. Las elecciones, en su caso, se han congelado, cuando eran para este año también. 

¿Qué queda, entonces? El grupo de expertos en seguridad global Globsec ha recogido las opiniones de decenas de expertos para evaluar los diversos escenarios y el más probable es una guerra de desgaste, que se prolongaría más allá de 2025, con numerosas bajas en ambos bandos y con Ucrania todavía dependiendo del suministro de armas de sus aliados.

El segundo escenario, más alejado en la visión de los especialistas, incluía posibles escaladas de conflictos en otras partes del mundo, como Medio Oriente, China-Taiwán y los Balcanes, con Rusia tratando de aumentar las tensiones. Otros dos escenarios potenciales, ambos considerados igualmente probables, eran que Ucrania lograra algunos avances militares pero no se alcanzara un acuerdo para poner fin a la guerra, o que el apoyo de los aliados de Ucrania disminuyera y la presionaran para alcanzar un acuerdo negociado.

Sin embargo, persiste la incertidumbre tanto por el impacto potencial de las elecciones presidenciales estadounidenses como por cómo otras guerras, especialmente el conflicto entre Israel y Hamas, afectarán las prioridades y lealtades de Ucrania y de los partidarios de Rusia.

Es cierto que cada vez son más las figuras que en la prensa internacional, anónimas o en sotto voce, apuestan por una mesa de negociaciones para ya. ¿Pero se puede negociar con Putin? En diciembre, el mandatario dijo que está listo para hablar y encontrar una solución al conflicto, pero que son “ellos”, sus adversarios, y sus socios occidentales los que no quieren. Sentar a Zelenski hoy a una mesa supone obligarlo a ceder. No está en una posición de fuerza en las trincheras, no tiene poderío militar, mientras que Rusia aguanta o avanza y puede quemar y reponer. Kiev insiste en la necesidad de recuperar todo su territorio, el 100% de lo ocupado en esta guerra y antes, en 2014. Si no avanza más, ponerse a hablar con Putin es hacerlo desde un plano de debilidad en el que las cesiones serían seguras. 

En la conferencia de seguridad internacional de Múnich, el presidente ucraniano insistió el día 17 en que no tener armas ayuda a Rusia y esa, y no la negociación, debería ser la clave de la actuación aliada en estas semanas. “¿Hasta cuándo permitiremos que Rusia siga siendo así?”, se preguntaba, visiblemente molesto. Los países europeos -de Alemania a Estonia, pasando por Rumanía- están haciendo públicos en cascada sus temores a que Rusia pueda atacar a un país de la OTAN en la próxima década, avalando así el aviso de Zelenski ante la necesidad de frenarlo cuanto antes. Esto ha empujado a la OTAN y a la UE a intensificar su futura planificación, tanto en términos de capacidades militares como de preparación de las sociedades, porque el mundo, hace dos años cambió para siempre, y aún estamos sólo con los primeros mareos del giro. Y lo que queda. 

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