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“Tenía dos pisos, uno era el oficial y el otro… para sus cosas” | Relevo

Jermaine Pennant llegó al Real Zaragoza en el verano de 2009. Fue el primer fichaje de un equipo dirigido por Marcelino y recién ascendido de Segunda División. Todo lo que se sabía de su irrupción en Inglaterra quedó ratificado a su paso por Zaragoza, en versión corregida y aumentada: futbolista prometedor, veloz y desbordante como extremo en el uno contra uno, gran surtidor de balones al área, más insinuante que concreto. Una reunión de condiciones prometedoras, disueltas en un comportamiento desenfocado desde el punto de vista profesional.

Todo lo que se pueda contar sobre su afición a las salidas nocturnas, la juerga, el alcohol y las chicas lo ha relatado ya él en primera persona en entrevistas y en su propia biografía, titulada de forma bien gráfica: Mental (traducido, “loco”). Si vale de algo, el resumen de su paso por La Romareda lo clava Jesús Villanueva: “Vino a España como el que viene a un parque de atracciones“.

Los episodios a los que se refiere el que fuera jefe de los servicios médicos del Real Zaragoza son bien conocidos, y se extienden por toda su carrera: la célebre resaca con la que Pennant debutó a los 19 años con el Arsenal y que trató de empapar desayunando en un McDonald’s antes de meter tres goles en el partido; la condena en Liverpool por conducir ebrio y provocar un accidente con su automóvil: pasó tres meses por prisión y tuvo que jugar después en su vuelta a la Premier con una pulsera electrónica de localización en el tobillo. Las escapadas de juerga a Barcelona y en los desplazamientos para jugar cuando estuvo en Zaragoza (la noche de la capital aragonesa no le convencía porque había demasiados estudiantes). O cuando pidió unos días de permiso al club para resolver asuntos personales en Inglaterra y se pasó cuatro días de fiesta con sus amigos en Marbella. Todo culminado con el abandono de su Porsche Cayenne en la estación de Delicias en Zaragoza. Un episodio ya de por sí delirante, distorsionado además en sucesivas versiones, hasta formar parte del folklore histórico zaragocista.

Pero antes del salseo, algo de contexto. Era la época de Agapito Iglesias como propietario del club aragonés, con Eduardo Bandrés en la presidencia. La temporada anterior Marcelino había dirigido al equipo al ascenso. Pero cuando el consejo lo destituyó, en la noche del 12 de diciembre, su equipo sumaba sólo tres victorias en las primeras 16 jornadas de Liga. El Zaragoza cayó a las posiciones de descenso. El equipo lo tomó a su cargo José Aurelio Gay, apoyado como segundo por Nayim: dos compañeros en los días gloriosos de los 90 en el Zaragoza, cuya presencia constituía un asidero de zaragocismo en medio de tiempos procelosos: esas Navidades dimitió al completo el consejo de administración y Agapito forzó también la marcha de Bandrés… para instaurarse a sí mismo como presidente.

La deuda ascendía ya entonces a más de 100 millones de euros: o sea que el Zaragoza iba ya en barrena hacia el agujero negro del que está saliendo ahora… aún en Segunda División. Pero, como se dice vulgarmente, aquel Zaragoza todavía ataba a los perros con longaniza. Pennant fue el primer fichaje del verano, libre tras acabar contrato en el Liverpool, y él mismo ha dicho que le pagaron más que en toda su vida: firmó tres temporadas con una ficha por encima de los 3,2 millones de euros brutos. Y, aun así, no era el mejor pagado: Fabián Ayala (que saldría del club en enero) y Luccin (que ni siquiera fue inscrito) estaban por delante en ese escalafón. Ewerthon (otro que dejó el Zaragoza en ese mercado invernal), Arizmendi y Uche (que se rompió la rodilla en septiembre) también cobraban por encima de los dos millones. En medio de ese caos que hoy suena a película imposible apareció Pennant. ¿Qué podía salir mal?

“Cuando lo vi para el reconocimiento médico me acuerdo que pensé: vaya pedazo de jugador hemos traído. Pero claro… lo habría sido si él hubiera querido. Entrenaba según el día: unas veces le dolía una cosa, otras le dolía otra“, ironiza el doctor Villanueva, al frente de los servicios médicos del club entre 1982 y 2014. “Yo le decía a veces: cuídate un poco, bien está que te vayas a Barcelona y tal de juerga pero ten cuidado, porque al final voy a tener que decírselo al entrenador, que anda mosca. Le daba igual: era un tío muy listo, no tenía ni un pelo de tonto“.

Pese a su fama y la evidencia de tan contumaz indisciplina, quienes convivieron a su lado en el Real Zaragoza coinciden en definir a Jermaine Pennant como alguien que nunca tuvo un mal gesto con nadie y jamás creó un solo problema en el vestuario“. Así lo refleja por ejemplo Javier Paredes, quien formaba parte de aquella plantilla: “El idioma era para él una barrera insalvable, porque no pasaba del hola y de algún insulto típico que se aprendió -cuenta el ex futbolista asturiano, afincado aún hoy en Zaragoza, donde ejerce como abogado-. Pero, a pesar de eso, era muy extrovertido, muy simpático, y siempre intentaba interactuar con los demás: en otras circunstancias, si hubiera tenido la facilidad del idioma, es de esos futbolistas que participan mucho del grupo y ayudan a que un vestuario sea sano“, explica Paredes.

Pennant tenía 26 años cuando llegó al Real Zaragoza. Nacido en Nottingham y criado a solas con su padre en una familia desestructurada, él mismo ha confesado haberse agarrado al fútbol para no caer en la violencia pandillera de las calles. Había surgido en el Arsenal, en cuyas inferiores ingresó muy joven, desde el Notts County. Después pasó por el Birmingham y su llegada al Liverpool le otorgó la etiqueta de estrella: no cuajó con Rafa Benítez y, tras una cesión media temporada al Portsmouth, quedó libre y llegó al Zaragoza. En su último año de contrato lo quiso fichar el Real Madrid, contó él mismo, pero Juande Ramos no estaba al tanto de la operación y la frenó.

De su paso por La Romareda Raúl Goni, defensa de la cantera entonces con 21 años, rescata algo curioso: “Lo que más gracia le hacía de Zaragoza era la cantidad de árboles que había. Decía que en Inglaterra las ciudades no eran así y yo pensaba… chico, pues no será por el clima”. La imagen que Goni guarda de aquel muchacho de ascendencia jamaicana corrobora las demás opiniones: “Entraba al vestuario con su pelo afro y una sonrisa de oreja a oreja: siempre daba una imagen de simpatía y buen rollo. No hablaba nada de español, pero se las arreglaba para entenderse en la jerga del vestuario y siempre generaba buen ambiente”, recuerda Goni, quien añade: “Casi siempre llegaba vestido con un chándal y sin ropa interior: yo creo que saltaba de la cama justo para entrenar y se ponía lo primero que encontraba”, se ríe al recordarlo.

El problema de Pennant en el Real Zaragoza no fue nunca de vanidad o de divismo, sino más bien de una pacífica indisciplina. No se enfrentó con nadie. Simplemente “iba a su bola”: “Una vez que llegó tarde a entrenar y puso como excusa que se había quedado sin gasolina, cuando en realidad vivía en un piso cerca de La Romareda”, cuenta Goni. En consonancia con su actitud despreocupada, pagaba las multas de inmediato y sin quejarse. Era el precio aceptado por hacer lo que le daba la gana: “Lo normal es que si te clavan una multa te quedes jodido y tardes en pagar, pero a este le daba igual: al día siguiente ponía el dinero y fuera”.

Esa relajación profesional, sin embargo, no enturbiaba su consideración en el vestuario: “Su actitud en los entrenamientos, en general, era buena. Normalmente curraba -explica Javier Paredes-. Otros días lo veías llegar y ya decías: bueno, pues hoy no va a ser el mejor día de Jermaine”. Sus compañeros se acostumbraron a esa dinámica antojadiza, como explica el ex futbolista asturiano: “Venía del Liverpool y todos esperábamos que enseñara en el campo ese estatus, pero ocurrió con cuentagotas. Al final, en el vestuario tratabas de manejarlo porque era un jugador diferencial. Hay jugadores que te revientan la convivencia, pero él no. Ni un mal gesto con fisios, utilleros, ni con nadie, nunca. Pero claro: los técnicos veían un gran potencial que aparecía sólo cuando él quería“.

“Casi siempre llegaba al vestuario vestido con chándal y sin ropa interior: yo creo que saltaba de la cama justo para entrenar y se ponía lo primero que encontraba”

Raúl Goni
Ex compañero de Pennant

Resulta curioso imaginar el contraste entre un jugador de actitud profesional así de relajada y entrenadores tan metódicos como Arsène Wenger en el Arsenal, Rafa Benítez en el Liverpool o el propio Marcelino el tiempo que coincidieron en La Romareda… “Yo creo que Marcelino miraba para otro lado, no lo presionaba como a otros jugadores. Porque éste pasaba de los pinchazos, las pastillas y demás. Marcelino le preguntaba por el peso y Pennant no le hacía ni caso”, explica Jesús Villanueva. “Tampoco daba problemas: si jugaba, bien. Y si no jugaba, pues se quedaba tan tranquilo“.

Aurelio Gay convivió más tiempo con Pennant en la plantilla, desde enero hasta final de temporada: “Todos sabemos cómo es Aurelio, no tiene ese tipo de liderazgo de imponerse como otros entrenadores, es alguien dialogante y tranquilo. Y quizás a un tipo de futbolista así es difícil llegarle con esa forma de ser”, analiza Raúl Goni. Nayim, el segundo en el banquillo, facilitaba un tanto la relación. Su pasado como pionero español en la liga inglesa, donde hizo fortuna en el Tottenham, le permitía comunicarse con fluidez con Pennant: “Como persona, un muy buen chico -resume-. Nunca nos dio ningún problema, al contrario: entrenaba más o menos bien, no pasaba de los entrenamientos, pero en los partidos no estuvo al nivel que necesitábamos“, recuerda el ex futbolista ceutí.

Lógicamente el contraste entre las expectativas, su sueldo y el rendimiento fue abriendo una brecha de decepción en torno a Pennant: “Tuvo algunas lesiones musculares y eso tampoco ayudó. Pero si vienes como estrella y llegan los domingos y no rindes, al final se genera el inevitable runrún“, considera Goni. En aquel mercado invernal el Real Zaragoza le dio la vuelta a la plantilla e hizo nada menos que siete fichajes: el portero Roberto, Jarosik, Contini, Eliseu, Edmilson, Adrián Colunga y el Chupete Suazo. El equipo comenzó a remontar y acabaría por salvar la categoría. Pero la estrella de Pennant tendió hacia la indiferencia conforme avanzaba la temporada: “Yo le hacía un poco de traductor a Aurelio cuando necesitábamos de él. Fue una pena: tenía talento, se atrevía en el uno contra uno… Era un jugador diferente, pero le faltaba sobre todo trabajo en el aspecto defensivo y por eso jugó menos de lo que debería, estuvo por debajo de lo que se esperaba”, ratifica Nayim.

La vida loca

En aquel mercado invernal, el Zaragoza cedió también a la Real Sociedad a Frank Songo’o. El camerunés, hijo de Jacques Songo’o y formado en el FC Barcelona, había sido durante aquellos primeros meses el mejor amigo de Pennant en Zaragoza. 2Con Songo’o se llevaba especialmente bien, claro -recuerda Raúl Goni-. Lo del idioma parece una tontería pero determina muchas cosas en un vestuario. Y Songo’o también hablaba inglés. Fíjate que eran competencia directa para el mismo puesto y sin embargo eso a Pennant le daba igual: era buen compañero”.

En cierta ocasión, los dos se escaparon a Barcelona a pasar una noche entre semana. Fue uno de los capítulos más sonados de la estancia del extremo inglés en Zaragoza. “Conocimos a unas chicas de Canadá y quedamos con ellas. Fue una locura. Compramos ropa, fuimos a la zona VIP del club de Patrick Kluivert. Bebimos, bebimos, bebimos y tomamos sushi. La cantidad de alcohol fue una absoluta desgracia -contó Pennant en su autobiografía-. Después volvimos al hotel con las chicas y me puse el despertador a las 6:00, porque a las 10:00 teníamos que ir a entrenar”. Pero perdieron el tren de vuelta. No se podía saber…

A la hora de comenzar la sesión, y un rato después, Pennant no estaba en el campo. El doctor Villanueva se hartó de llamarlo al móvil, pero el jugador se limitó a no responder. El intérprete que el Zaragoza había puesto a su disposición, quien acabó convirtiéndose en su persona de confianza para todo en la ciudad, le contó que el médico del equipo se había acercado hasta su domicilio: “Cuando llegué le hice creer que estaba dormido y no había podido responderle. Era una persona encantadora. Me supo mal”, contó Pennant en una fantástica entrevista, años después, en el Periódico de Aragón.

Aún más sonora fue la que lio en Marbella. Se había lesionado en Almería, un problema muscular. Aprovechando su baja y el parón de la Liga por las selecciones, Pennant solicitó permiso al Real Zaragoza para viajar a Inglaterra y ocuparse de algunos asuntos personales. En realidad, se marchó a Marbella a pasar cuatro días y sus noches, con un grupo de amigos. Pero el club se enteró y se desató el escándalo. Cuando su agente, Sky Andrew, le llamó para decirle que lo habían visto en Marbella y que el club le iba a imponer una dura sanción, Pennant trató de negarlo: “¡Pero si la web de la discoteca ha publicado fotos tuyas allí!”, bramó el agente en el teléfono. El Zaragoza le impuso una multa de 136.000 euros, un mes de sueldo. El futbolista pagó y siguió con su vida.

En Zaragoza, superada la decepción, comenzaron las chanzas y se dio al futbolista por imposible. La vida privada de Jermaine Pennant ha sido siempre pasto para los tabloides sensacionalistas británicos, aún hoy y más después de sus apariciones en podcasts, realities televisivos, etc., donde ha relatado mil veces sus anécdotas más conocidas. Pero, ya desde sus días de futbolista, las relaciones con modelos, actrices de televisión y celebridades alimentaban su perfil mediático fuera de los terrenos de juego: “A Zaragoza llegó con una novia que era modelo -recuerda Jesús Villanueva-. Luego rompió con ella, no sé qué pasó”, dice el que fuera doctor del Real Zaragoza, antes de adosarle al relato un detalle revelador: “En Zaragoza tenía dos pisos: uno era el oficial; y el otro… pues eso, para sus cosas”, se ríe Villanueva.

“Está claro que no se cuidaba como debería un profesional, pero no creo que en Liverpool llevase una vida más ordenada que aquí”, subraya Raúl Goni. “Él se movía en esa especie de farándula sin que le afectara. Es verdad que salía y demás, pero a esas edades el cuerpo lo aguanta todo. La desconexión por el idioma parece una tontería, pero al final no te enteras de las charlas, de las jugadas de estrategia, de determinados mensajes: quiero decir que muchas veces -concluye Goni-, lo que podría parecer desinterés tal vez se hiciera peor por esa imposibilidad de conectar. A un jugador así tienes que engancharlo de alguna forma porque si no, se te va… Y cuando lo trajeron del Liverpool ya sabían cómo era“.

Había firmado tres años pero, al finalizar el primero, el Real Zaragoza lo mandó cedido al Stoke City. Desde febrero hasta el final de la temporada apenas había participado en un puñado de partidos. En la mayoría fue suplente, lo afectaron varias roturas de fibras y acabó sin presencia en el equipo. En agosto el Zaragoza acordó con el Stoke City su cesión. Fue ahí cuando se produjo el célebre episodio del Porsche: “Tenía que coger un tren a Madrid y volar a Manchester para firmar con el Stoke City. Era 31 de agosto y estaba a punto de perder el tren. Si lo perdía se acababa todo. Así que me bajé del Porsche Cayenne y dejé las llaves en la guantera. Sabía que iba a volver para recuperarlo, no estoy tan mal como para abandonar un coche tan caro. Le dije a mi traductor que fuera a la estación, cogiera el coche y pagase el ticket del aparcamiento”.

En realidad, el coche pasó varios meses olvidado en el parking. El precio de la estancia fue de 500 euros. Así acabó la aventura de Pennant en Zaragoza. Como él mismo la definió: “Una absoluta locura“.

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