El informe donde se plasmaron todos los detalles de la primera operación para invadir España en el siglo XX estuvo sobre la mesa del despacho oval, en la Casa Blanca, durante varios años. El plan incluyó unas cuantas versiones que fueron barajadas por varios presidentes de Estados Unidos, desde atacar directamente las costas de la Península Ibérica a conquistar las islas Canarias. Si se hubiera aprobado alguno de ellos, nuestra historia habría sido diferente y quién sabe si el país no hubiera sido tal y como es hoy. Aunque muy anteriores, tenemos unos cuantos ejemplos en la Península, como los romanos, las tribus germánicas o los musulmanes.
Los intentos acaecidos en los últimos ciento veinte años, sin embargo, son prácticamente desconocidos, incluso, para los aficionados a la historia. Aquella primera ocasión tiene que ver con la Guerra de Cuba a finales del siglo XIX y la intervención de Estados Unidos en apoyo de los independentistas. Durante los tres conflictos en los que se dividió, el Gobierno de Washington empezó a vislumbrar la idea de asestar un golpe definitivo en la isla para auparse como la principal potencia del mundo. La oportunidad definitiva se presentó en 1895.
Aquel año en que se inició la última etapa de la Guerra de Cuba, el Colegio Naval de Newport elaboró varios planes secretos que incluían ataques contra barcos mercantes españoles y contra objetivos militares en las costas de la Península Ibérica. Un año después, el Departamento de la Marina formó un grupo de trabajo que terminó de perfilar dicha operación, según la cual, una escuadra del Pacífico comandada por William Kimball se dirigiría al Estrecho de Gibraltar, en vez de a las islas Filipinas, mientras otro contingente iniciaba la invasión de la isla. Allí se uniría a la flotilla atlántica y ambas ocuparían conjuntamente algún enclave de las islas Canarias para atacar desde allí el tráfico mercante español.
Todo eso se planteó con mucha previsión, dos años antes de que Estados Unidos declarase la guerra a España. Era la primera propuesta oficial de conquistar un territorio español. Según cuenta el historiador Amós Farrujia Coello en un excelente estudio publicado en 2014 en la ‘Revista de Historia Canaria’, el plan del Departamento de la Marina constaba de objetivos como estos: «Bloqueo de las aguas de Cuba y Puerto Rico, cortando el cable telegráfico; destrucción de los depósitos y arsenales de La Habana y San Juan mediante el bombardeo de las dos ciudades, el envío de refuerzos a los sublevados en las dos islas y el desplazamiento simultáneo de las escuadras destacadas en el Mediterráneo y Asia para conquistar las islas Canarias, con el refuerzo de algunos barcos de la escuadra nacional. Todo ello con vistas a utilizarlas después como base para ulteriores maniobras contra la marina española en sus propias aguas, así contra su comercio».
Algunos expertos estadounidenses, sin embargo, consideraban arriesgado concentrar fuerzas en España para atacar sus costas o invadir Canarias. El presidente de la Escuela Naval de Guerra estadounidense, Henry Clay Taylor, creía que era una temeridad porque implicaba la desprotección del Pacífico. Lo hizo en una carta abierta al secretario del Departamento de Marina en Washington D.C.: «No estoy de acuerdo con la sugerencia de hacer una pretenciosa aparición en aguas españolas dados los riesgos que conlleva una operación tan comprometida a 3.500 millas de distancia de nuestras bases. De llevar a cabo la maniobra, la intención sería proporcionar al poderío naval español una seria ofensiva. No soy de la opinión de que podamos infligir considerables daños a España. De ahí que insista en recomendar que toda la fuerza a disposición de Estados Unidos se concentre en Cuba».
A Theodore Roosevelt le quedaban tres años para convertirse en el presidente de Estados Unidos, pero en ese momento ya insistía en la idea de bombardear las costas españolas y destruir sus escuadras antes de que se trasladaran a las Antillas. Así lo explica Javier Márquez Quevedo en su tesis ‘Canarias y la crisis finisecular española (1890-1907)’, editado por el Ministerio de Defensa en 2005. De hecho, el 5 de abril de 1898 se divisaron varios buques norteamericanos al norte de Santa Cruz de Tenerife y el archipiélago entero se reforzó con tropas peninsulares. Era la primera medida tomada por las autoridades españolas para repeler un previsible ataque por sorpresa.
En una carta escrita en abril de 1898, recogida por los historiadores Antonio Pérez Voituriez y Oswaldo Brito en ‘Canarias, encrucijada internacional’ (Círculo de Estudios Sociales de Canarias, 1982), el almirante Pascual Cervera y Topete ya avisaba de que la Armada de Estados Unidos podría invadir fácilmente Canarias para utilizarlas como base de operaciones contra la Península: «Si nuestra fuerza naval fuera superior a la suya, la cuestión sería muy sencilla, pues con cerrarles el paso, bastaría. Pero es muy inferior y tratar de cerrarles el paso y presentarles batalla en el mar es el mayor de los desatinos. Sería buscar una derrota cierta y el enemigo se apoderaría de alguna buena posición en las Canarias».
Cervera estuvo a punto de abandonar su viaje a Cuba y regresar a Canarias, convencido del peligro que implicaba dejar a España desprotegida ante el posible ataque por mar de Estados Unidos. Sin embargo, se quedó. España sufrió a continuación la derrota de Santiago de Cuba y la de Cavite, en Filipinas, lo que generó miedo en las costas de la Península. El Gobierno barajó entonces tres opciones: «Quedarse en una posición defensiva que cubriera un frente amplio situado entre la Península y Canarias, cañonear la costa este de Estados Unidos para separar a la flota enemiga y socorrer a Cervera o marchar a Filipinas para levantar el asedio de Manila», cuenta Amós Farrujia Coello en un excelente estudio publicado en 2014 en la ‘Revista de Historia Canaria’.
Tan real era la posibilidad que España envió tropas de refuerzo desde Madrid. El capitán general del archipiélago, por su parte, declaró vigente el estado de guerra y suspendió las garantías constitucionales. «Vengan de una vez y aprenderán de los canarios, que ya arrollaron antaño a las huestes indomables de Drake y Nelson, cómo lucha un pueblo viril por su honor e independencia al grito ensordecedor de ¡Viva España!», advertía aquellos días el ‘Heraldo de Tenerife’.
Finalmente, el presidente de Estados Unidos, William Mckinley, dio a conocer en julio su decisión de no desembarcar en Canarias ni aprovechar las islas como base de operaciones contra la Península. ‘Times’ seguía manteniendo su hipótesis de que España perdería el archipiélago si no aceptaba las condiciones de Estados Unidos en la Conferencia de Paz de París. En julio, de hecho, el presidente español Práxedes Mateo Sagasta justificó la capitulación porque no solo Canarias, sino también las islas Baleares y la Península, estaban en peligro. «Esta amenaza pesó sobre España durante las negociaciones de paz y, de hecho, Estados Unidos contempló realizar acciones en este tercer teatro», defiende Farrujia Coello.
El segundo y el tercer plan de invasión se puso sobre la mesa durante la Segunda Guerra Mundial, tras la fallida reunión de Hendaya en la que Hitler intentó conseguir el apoyo de Franco contra los aliados. Lo que barajó la Alemania a continuación fue conquistar Gibraltar, hasta el punto de que el ‘Führer’ llamó al entonces ministro de Asuntos Exteriores español, Ramón Serrano Suñer, para que acudiera urgentemente a Berchtesgaden, el refugio en los Alpes suizos del dictador nazi. Una vez allí, este le soltó de golpe. «He decidido atacar Gibraltar. Tengo la operación minuciosamente preparada. No falta más que empezar y hay que empezar».
En aquel momento, Hitler dominaba toda la Europa centro-oriental y avanzaba inexorablemente por el continente, por lo que el peñón no parecía ser un gran obstáculo para él. El plan, incluso, fue bautizado como ‘Operación Félix’. España siempre estuvo en la cabeza del ‘Führer’ y Gran Bretaña lo sabía. Entre 1940 y 1941, el principal miedo de Winston Churchill era que Alemania lanzara sus tropas contra la Península y él perdiera Gibraltar, lo que sin duda habría comprometido el control que los aliados tenían sobre el Mediterráneo.
Fue ahí donde la diplomacia y los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses centraron sus esfuerzos en prepararse para esos escenarios y, de paso, planificar su propia invasión de España. A esta otra operación de la llamó ‘Backbone’, que se llevaría a cabo en el caso de que, finalmente, Franco optase por apoyar a Hitler. Este último plan se formuló de acuerdo con lo esbozado por el general Dwight D. Eisenhower por parte de Estados Unidos, en una carta al principal asistente militar de Churchill, el general Hastings Ismay.
Ambos consideraban su diseño como prioritario, pues constituía el núcleo de la planificación militar con respecto a nuestro país en relación con la ‘Operación Torch’, la misma que proyectaba el avance por el norte de África. Sin embargo, el desarrollo de ‘Backbone’ no fue asilado. Se preparó junto a otras operaciones como ‘Tonic’, que planteaba la ocupación de las Canarias tras una invitación formal del Gobierno español; ‘Adroit’, que contemplaba el mismo objetivo en el caso de que Franco iniciara hostilidades, y las denominadas ‘XY’ y ‘XZ’ contra otros objetivos estratégicos de la Península.
Un dato curioso es que ‘Backbone’ se puso en marcha con la participación del espía británico Ian Fleming, el mismo que después de la guerra se convirtió en un célebre escritor que dio vida al agente James Bond. En primer lugar, estuvo en Gibraltar para analizar la conducta de la dictadura franquista respecto a los nazis. Después, por orden de Churchill, contactó con un geógrafo de la Universidad de Oxford, Kenneth Mason, para elaborar los mapas de las ciudades más importantes de España para la posible conquista, pues los de la Primera Guerra Mundial estaban obsoletos e incompletos.
Toda esta cartografía fue desclasificada hace tres años por las universidades de Texas y Princeton, y a ella se agregó nueva información recabada sobre el terreno por confidentes y espías, así como imágenes aéreas realizadas por pilotos de reconocimiento de la Royal Air Force. También se obtuvo información a través de fotos tomadas por turistas británicos que habían viajado por Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. En el de Sevilla, por ejemplo, señalaron los edificios principales de la ciudad, las estaciones de ferrocarril y otros objetivos militares, como las fábricas de armamento o los cuarteles de Intendencia de la Borbolla, el de Artillería junto a la Fábrica de Tabacos o el de Caballería.
Aunque fue modificada posteriormente, en su planteamiento inicial la operación planeaba enviar al Marruecos Español, desde Inglaterra, dos divisiones denominadas ‘Northern Task Force’ (Fuerza de Ataque Norte), que tendrían que desembarcar en Tánger y Tetuán antes de que transcurrieran 60 días desde el desembarco de los aliados en África. «El objetivo del plan era meridianamente claro y fundamental: inutilizar las baterías costeras que amenazaban el tráfico aliado a través el Estrecho de Gibraltar desde África y penetrar en el protectorado español», cuenta el libro coral ‘Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Japón y sus relaciones con España entre la Guerra y la Postguerra’ (Universidad Pontificia Comillas, 2016).
Como Eisenhower había previsto, si esa evolución se producía más allá de los primeros 60 días , no sería necesario enviar una fuerza suplementaria para hacerse con el Marruecos español, ya que las fuerzas desembarcadas bastarían para hacerse rápidamente con el protectorado. El paso siguiente sería conquistar el sur de la Península Ibérica hasta la barrera natural de Sierra Morena, cuando confirmaran que los nazis habían cruzado los Pirineos.
Los aliados creían que no tendría mucha resistencia por parte de España, pues su Ejército no estaba muy bien equipado tras la Guerra Civil. Franco podía movilizar, como mucho, 135.000 hombres de infantería, un número de soldados nada desdeñable, pero sin un equipo moderno ni un buen entrenamiento. A esto se sumarían 200 carros de combate anticuados y una marina y una aviación insuficientes.
Para ‘Backbone’ no solo era importante el aspecto militar, también el diplomático, aprovechando la crispación política interna que se había generado en los primeros años del franquismo. Franco, sin embargo, también tuvo conocimiento de la posible invasión de los aliados en el caso de que diera un paso en falso con respecto a la Alemania nazi. Esa fue la razón de que se pusiera en guardia y ordenara construir a lo largo de la costa gaditana y onubense, así como en la ribera del Guadalquivir, una serie de búnqueres en 1943. Quería estar preparado en el caso de que se produjera el mencionado desembarco aliado. De hecho, en noviembre se difundió el rumor de que los alemanes preparaban 30 divisiones para invadir España, hasta que al final la idea se fue disipando y el miedo desapareció.
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